Gobernar trenes sin carriles

¿Y si lo que Diego Tatián[1] y Horacio González[2] llaman integración, por parte del Estado, del momento anarquista no es sino una racionalización política del sustrato mercantil radicalizado? Si es así, y creo que lo es,

la anarquía, o dispersión, o anomia, o conflicto, o caos, no es un segmento de un espectro (el segmento izquierdo, digamos) que oscila más o menos cíclicamente entre orden y desorden sino la materia misma de la gestión estatal. No es meramente un tramo en un recorrido o un momento en una secuencia, sino una materialidad informe, la sustancia de la que está hecha la cosa a gobernar. Por ejemplo, el desastre que siguió al accidente ferroviario de ayer, 22/2/12. Entiéndase bien: el accidente mismo no fue un desorden, sino la consecuencia perfectamente ordenada de la desidia sistemática y en parte deliberada con que gobiernos y empresas concesionarias vienen tratando al ferrocarril en el país. Lo que siguió al accidente es lo que un gobierno contemporáneo debe afrontar en cualquier país del mundo: atender a los heridos, administrar los cadáveres, informar a los familiares, responder a los medios de comunicación (zanatear alcanza, si se incluyen uno o dos datos técnicos), investigar (o algo que se le parezca) qué ocurrió, acusar recibo de la tragedia (y decretar duelo nacional, por ejemplo), volver a poner la estación en condiciones, asegurar que la gente siga trasladándose, asegurar que los celulares e internet funcionen para que la gente se busque o informe entre sí, asegurar que las imágenes (fotográficas, sonoras, verbales, televisivas, estadísticas, investigativas, etc.) del desastre fluyan (vía internet, media, celulares, lo que sea) incluso obscenamente si es necesario (y lo es, dado que no hay trámite simbólico a disposición para una tragedia así) etc., etc. y más etcéteras (por ejemplo, disminuir al máximo los embotellamientos de tránsito en Once o evitar que se vea muy perjudicado el comercio, y así).

accidente de tren en Once

Gobernar es gestionar el fondo de dispersión en que estamos suspendidas todas las partículas sociales. Gestionarla mantiene esa tensa suspensión más o menos equilibrada y contenida (junta), pero como ese equilibrio es tenso y precario, cualquier ladrillazo que sacuda la viscosa suspensión produce unos remolinos y turbulencias imprevisibles que es necesario gestionar “con celeridad” para que la materia social retome su contenida y fluyente calma.

El acierto de Tatián y González es que subrayan la continuidad sin hiato entre lo sin-orden y el ordenamiento. Ellos aspiran a que el régimen político actual integre ambos momentos. Nosotros precisamos una distinción entre el momento de “anarquía” que es forma de organización autónoma que produce social y el fondo sustancial de dispersión[3] que es condición ínsita de la sociedad fluida (digo, la actual). Distingamos entre un momento decidido, de pensamiento colectivo (de respuesta a un llamado, diría González), de autoorganización, por un lado, y un acontecer automático que es afloración sin orden ni concierto de ese sustrato magmático más indefinido y profuso que permea todo lo social actual. El régimen político actual (ya en su versión kirchnerista, ya en la machista, ya en la binnerista) es gobierno de los momentos autoorganizantes (como el ambientalismo asambleario) y de las afloraciones caotizantes automáticas (como un alud, una corrida cambiaria, una ola de frío o un accidente vial).


[1]El kirchnerismo y la cuestión socialista”, Página/12, 31/1/12.

[2] En la entrevista que le hacen Barrientos e Isaía en 2001. Relatos de la crisis que cambió la Argentina, Patria Grande, Buenos Aires, 2011.

[3] Sugiero los trabajos de Franco Ingrassia sobre la dispersión (http://pensarenladispersion.wordpress.com).

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