Un régimen político y un Estado de nuevo tipo (10 años de Kirchners)

I. Mirar distinto

Lo bueno de escribir sobre un décimo aniversario es que no hay que escribir sobre los últimos diez minutos. Entonces podemos preguntarnos sobre los esquemas fáciles que la velocidad mediática nos impone y que tan bien les vienen a gobierno y oposición, siempre entretenidos en acusarse mutuamente de pergeñar lo peor para el país. Esquema fácil y extorsivo es el de kirchnerismo y antikirchnerismo en todas sus variantes (década ganada vs. perdida, neoliberalismo vs. modelo, entreguismo vs. soberanía, autoritarismo vs. republicanismo, latinoamericanismo vs. ‘primermundismo’, pueblo vs. caceroleros, periodismo oficialista vs. corporaciones mediáticas, etc.). ¿Cómo pensar la política según criterios que no sean los del propio Estado, ni en su versión oficialista ni en su versión opositora? Asumiendo el lugar de enunciación de las luchas populares que no siempre salen en los medios, sencillamente porque no son narrables según el eje oficialismo-oposición. En Argentina, ese lugar de enunciación lo habilitaron los movimientos sociales que hicieron síntesis en diciembre de 2001: empresas autogestionadas, movimientos de trabajadores desocupados, asambleas barriales, escuelas de gestión social, clubes de trueque… También otros movimientos de Nuestra América han habilitado –y siguen habilitando– ese lugar de enunciación: los zapatistas y oajaqueños en México, los estudiantes chilenos, los sin tierra brasileños, los movimientos campesinos e indígenas en Bolivia, Colombia o Ecuador, las multitudes del Caracazo… Es en fidelidad al movimiento social que se afirma autónomamente de Estado y mercado que debemos pensar la política.

Propongo entonces partir de otro eje: dominación-emancipación. Y de esta premisa consecuente: las formas que un Estado asume son las que resultan más adecuadas para la dominación, esto es, para evitar la emancipación. Solo dos ejemplos: el Estado de bienestar europeo, posterior a la Segunda Guerra, fue la forma de dominación más adecuada para responder a la fuerza de las luchas del siglo anterior de la clase obrera clásica, o el primer peronismo (1946-1955), la forma de dominación más adecuada para responder a la fuerza de la clase obrera argentina, capaz de organizar autónomamente la ocupación masiva de la Plaza de Mayo[1] por la plebe y los desposeídos el 17 de octubre de 1945. Debemos leer el régimen kirchnerista en la misma clave.

La historia argentina reciente no comienza en mayo de 2003, cuando asumió Néstor Kirchner, sino en diciembre de 2001, con el estallido de prácticas de emancipación no-representativas (piquete o asamblea, y no partidos; movimientos territoriales, y no sindicatos, etc.). Pasar del punto de vista de los candidatos electorales a la forma del Estado nos requiere pasar del corto al largo plazo y de entender el kirchnerismo en su dimensión de corriente partidaria peronista a entenderlo como un régimen político (en el cual el kirchnerismo es solo el costado oficial). Si es un régimen político, la década kirchnerista ya no es solamente sus gobernantes sino también sus actores (Néstor y Cristina Kirchner y todo el elenco oficial, mas también el alcalde de Buenos Aires Mauricio Macri y el resto de los opositores), y dejan de importar los dimes y diretes y acusaciones mutuas y pasan a importar los modos de funcionamiento de ese Estado que en 2001-2002 no encontraba la forma de gobernar a la población supuestamente suya. Importan las formas que el Estado necesitó darse (y sigue dándose) para reproducir el gobierno de ‘su’ población y la dominación del capital. Esta forma es la de Estado posnacional. Dados los límites de esta nota, me limitaré a señalar, sin exhaustividad, lo que no es restauración en este gobierno[2].

Salir de la urgencia de coyuntura permite salir de los esquemas impuestos para volver a nuestra coyuntura habitándola de otra forma. No revelaré pues información novedosa u oculta sino que propondré otra forma de acomodarla como una vía de habilitar otras formas de pensar-hacer (no es la única vía, por supuesto: la principal habilitación la donan las prácticas autónomas).

 

II. “Vueltas”

La consigna central de 2001 fue “que se vayan todos”: una impugnación general al régimen político, que logró hacer renunciar a cuatro presidentes y adelantar el fin de su período al quinto. Pero no fue solamente impugnación. 2001 fue el emerger de esferas públicas no estatales y por lo tanto la invención de una política múltiple que practica el “que se vayan todos” con ‘venimos nosotros’: los movimientos autónomos (que al día de hoy no dejan de venir). 2003, a su turno, fue el comenzar de un gobierno que inventa y coordina nuevas formas de gobernar a una sociedad (léase “una multiplicidad social”) capaz de autoorganizarse; en este sentido, este régimen es la combinación de venimos nosotros y que no se fueran todos. Una complejísima combinación (en constante revisión y reelaboración) de aperturas y cierres, de emancipación y dominación.

El “relato” kirchnerista ensalza todo lo que habría vuelto desde 2003. De este modo invisibiliza todo lo que mutó. Esto le permite mostrarse retomando los “modelos” anteriores a la Dictadura de 1976-83 –que fue la que en Argentina derrotó el auge de masas de los ’70 y dejó instalado el neoliberalismo– y desconocer las fuerzas populares que le abrieron el paso en 2001. Estas fuerzas se venían desarrollando desde 1977 (año del nacimiento de Las Madres de Plaza de Mayo), derrotada la clase obrera, conocieron un ascenso a mediados de los ’90 (con la emergencia y organización de los Hijos de desaparecidos en la Dictadura) e hicieron síntesis en 2001. Este proceso de aprendizaje emancipador y de condicionamiento a los gobiernos es lo que el “relato” kirchnerista de las “vueltas” desconoce (un desconocimiento con el que colabora ferviente y solidariamente todo el antikirchnerismo) y las mutaciones que la globalización ha impuesto a todas las sociedades y Estados.

Veamos algunas “vueltas”. Por el lado económico, enfatiza el aumento de la actividad pero desconoce la cualidad nueva de esa actividad. Así, por ejemplo, la “vuelta de la industria nacional y el mercado interno”: hoy las 200 firmas más grandes explican el 50% del PBI y un 70% de esas firmas son extranjeras. Según estadísticas oficiales, de las primeras 500 empresas, 384 (77%) eran extranjeras en 2011 contra 289 en 1997 (58%). La “vuelta” de la redistribución no refiere a mejor reparto de la propiedad y ni siquiera de la distribución primaria del ingreso[3] sino a paliativos por vías gestionarias de una economía cada vez más concentrada y extranjerizada cuyo sector más dinámico sigue siendo el exportador. Veamos la “vuelta del trabajo”. Hay menos desempleo, pero el trabajo no es el empleo estable y blanco previo al ’76, sino que es en general precario; por su parte, la flexibilización laboral ha dejado de ser ley pero sigue siendo realidad en los lugares de trabajo (tanto en una fábrica como en un diario oficialista como en las cooperativas del plan “Argentina Trabaja” organizadas por el Ministerio de Desarrollo Social). El posneoliberalismo no es la industrialización sustitutiva del primer peronismo, pero no se sabe cómo es porque no hay un programa económico sistemáticamente definido como lo fueron los planes quinquenales que implementara aquel. Pero que no lo haya es característico de los imprevisibles tiempos globalizados y posnacionales; “las medidas las vamos tomando según la coyuntura” explicaba el viceministro de economía Axel Kicillof el 9/5. Por otro lado y al mismo tiempo, la economía autogestionada es una experiencia vasta, múltiple y en apertura en todo el país, desde empresas recuperadas hasta cooperativas agrícolas y de comercialización y consumo.

Por el lado social, la subjetividad predominante no es la del ciudadano productor sino la del consumidor subsidiado por el Estado. La inclusión hoy no resulta de participar en la producción sino en el consumo, y este es el significado también de la “vuelta” de la redistribución. Por el costado político, la vuelta del militante no es la de un activista que cuestiona el orden sino muchas veces (no siempre, afortunadamente) la de un agente estatal que cuestiona a los opositores, y más veces, la del que dice ‘no se organicen por fuera del Estado’ y ‘la política se hace dentro del Estado’. Cuando el kirchnerismo dice “vuelta de la política” dice vuelta de la esfera pública estatal. Por otro lado y al mismo tiempo y entremezclado con la esfera estatal, el desarrollo de esferas públicas no estatales prolifera rizomáticamente en barrios, escuelas, subtes, fábricas, viviendas, campos, universidades, medios de comunicación comunitarios…

Por el lado institucional, se habla de vuelta de la representación y las instituciones, pero el modo de relación Estado-sociedad no es más la representación y la administración sino la “imaginalización” y la gestión ad hoc. La volatilidad de las formas sociales impide representarlas en tiempo y forma, dada la velocidad con que cambian las urgencias que aleatoriamente impone. El de Néstor fue el primer gobierno de nuestra historia cuya legitimidad emanó no tanto de las urnas (22% de los votos) como de las encuestas (80% de opinión favorable a los cinco meses de asumir); el de Cristina es el primero que twittea, hace de la casa de Gobierno una pantalla espectacular[4] y hace de la cadena nacional una emisión que publicita al propio Estado. Por su parte, la complejísima y asistemática multiplicidad social, impide una administración centralizada y coherente de las cuestiones que el Estado debe encarar, y debe gestionar ad hoc cada conflicto, cada rubro, cada subsidio, cada precio, cada sesión parlamentaria y hasta la aplicación de cada ley. Decían en enero los municipales rosarinos algo válido, matiz más o menos, para todo el país: “De acuerdo a lo que cada gestión en su momento define como prioridad, se focalizan recursos en un área u otra, en un barrio u otro, o en la atención de una franja etárea u otra, pero estos cambios siempre responden a una lógica de ‘hacer lo que se puede’ con lo que se tiene, y no ‘lo que se debe’ de acuerdo a las necesidades de la comunidad, ya que no se destinan los recursos necesarios y adecuados para garantizar programas sociales de calidad y con una direccionalidad política clara.”

Por el lado cultural y jurídico, estamos en la “vuelta” de los derechos humanos. Antes del ’76 no existía esa bandera, que en rigor instalaron las Madres desde el ’77 y los Hijos desde los ’90 y todos los movimientos que acompañaron esa bandera y la impusieron como piso de todo gobierno en 2001-2, cuando convirtieron en ineficaces las herramientas estatales del estado de sitio y del asesinato abierto en manifestaciones (el presidente De la Rúa cayó en diciembre de 2001 a pesar de recurrir a ambas simultáneamente). “Ahí terminó la Dictadura”, dijo entonces De Gennaro, sindicalista de la alternativa Central de Trabajadores Argentinos.

En cualquier caso, se me dirá, los juicios avanzan, y el genocida Videla murió preso. Sin duda, responderé: es el piso que los movimientos posteriores al ’76 impusieron al gobierno del Estado argentino. Pero, se me insistirá, Néstor y Cristina Kirchner han tenido la voluntad de gobernar sin reprimir.

“Eso es relativo”, responderé, abriendo una pregunta: lo que un Estado posnacional haga, ¿realmente depende de la voluntad del titular del ejecutivo? Los hechos de la última década (los asesinatos del maestro neuquino Fuentealba en 2004, de 3 jóvenes en Bariloche y del ferroviario Mariano Ferreyra en Buenos Aires en 2010, campesinos santiagueños en 2011 y 2012, de miembros de la comunidad originaria Qom, la desaparición de Luciano Arruga en 2009, el enjuiciamiento de miles de manifestantes y activistas, cientos de casos gatillo-fácil cada año, etc., etc.) muestran que gobernar una multitud que se autoorganiza sin reprimirla no es posible y que el Estado en general está buscando la manera de reprimir sin que eso le cueste la renuncia a su gobierno. En este sentido, los avances, hasta hace poco tímidos aislados y como casuales, son dañinos y perversos.

Nuevamente, esta represión no es ninguna “vuelta”: no es planificada centralmente por un gobierno de facto, en general no secuestra, en general no tortura, no siempre la realizan fuerzas estatales (usa también patotas o sicarios), en general es legal e intenta no ser letal (o publicitarse como no-letal aunque lo sea) y algunas (pocas) veces es juzgada y castigada, como en el caso Mariano F, otras veces es ‘preventiva’, y los juicios a represores dictatoriales continúan. Es, en todo caso, preocupante, y debemos advertir que el Estado viene haciendo bajar el piso que se le ha impuesto en este punto (¡las balas de goma se han vuelto aceptables!). Y esto, sin distinguir denominaciones kirchneristas y antikirchneristas; la salvajada de la policía capitalina en el Hospital Borda parece haber permitido un nuevo paso en la construcción de una represión posnacional: el 11 de mayo hubo represión fuerte a los ambientalistas de Famatina y días antes a los Qom de Formosa y y días después en Chaco, donde los gobernadores son k. ¿Evitaremos que el Estado dé más pasos en este sentido? El hecho de que no se trate de una vuelta de la represión dictatorial (ella sí juzgada y condenada en un proceso que continúa ahora juzgando a los cómplices civiles) es una de las razones que le permite avanzar y que nos dificulta politizar la cuestión.

 

III. ¿Entonces es todo un engaño?

Aprovechando que hemos pasado de las personas a los funcionamientos prácticos del Estado, pasemos también de escrutar intenciones y voluntades a aquilatar relaciones de fuerza y juegos de capturas mutuas. Ni es un engaño el régimen kirchnerista ni la dominación tiene todo resuelto -y se le seguirán presentando dificultades, tanto por el lado de la acumulación de capital (coloquialmente llamada ‘crecimiento económico’) como por el de la política autónoma. A algunos los tienta decir que el Estado ha cooptado a los nosotros que vinieron en 2001 y no dejan de multiplicarse. A veces ocurre eso, y a veces otra cosa: 2001 ha agrietado la dominación, y en esos intersticios se abre el espacio para experiencias colectivas con o sin el Estado, dentro o fuera de él (o dentro y fuera a la vez).

Esta década ha mostrado el complejo atravesamiento del Estado por los movimientos sociales y de estos por aquel, al tiempo que la globalización en todas sus dimensiones y el gran capital (Monsanto o Techint, ICBC o CTI, por ejemplo) atraviesan lo social en toda su anchura, largura y profundidad. Esta complejidad no se aviene a esquemas fáciles.

Lo más admirable del gobierno kirchnerista es que gestiona esa complejidad ayudándose de proporcionar esquemas simplotes a sí mismo, a la opinión pública, a los militantes y a los opositores. En este proceso, se va fortaleciendo, parece, el poder del Estado y su espacio de operatividad, escapando, pareciera, tanto al condicionamiento neoliberal de la política económica-social como a la destitución dosmilunera, dándoles palpables beneficios, hasta el momento, a ambos: tanto al capital como a los movimientos, pero tendencialmente cercando o disminuyendo o domesticando la potencia de muchos de estos y apropiándosela.

 



[1] La Plaza de Mayo es la que está frente a la casa de gobierno. Desde el primer gobierno patrio en mayo de 1810, ha sido el escenario de las grandes manifestaciones políticas en Argentina, incluyendo a Las Madres, a diciembre de 2001 y también decenas de actos oficialistas. El último fue multitudinario y se realizó el pasado de 25 de mayo, con ocasión del décimo aniversario de la asunción de la presidencia argentina por Néstor Kirchner.

[2] Refiero a El Estado posnacional. Más allá de kirchnerismo y antikirchnerismo  para un analisis más completo. Descarga gratuita aquí.

[3] Distribución primaria del ingreso es la que efectúa la actividad económica por sí misma, antes del cobro de impuestos y desembolso de subsidios por parte del Estado.

[4] Esto está dicho sin metáfora: en 2010, en los festejos del Bicentenario, la Casa Rosada fue la pantalla que exhibió las imágenes para la gente presente en la Plaza de Mayo.

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