La película Un cuento chino[1] no habla, como dice una sinopsis fácil, de la relación entre Roberto –Darín, el ferretero– y Jun –Sheng, el inmigrante chino–, ni tampoco habla de la relación de Roberto con Mari ¬–Santa Ana, la pretendiente–. Habla de contar cuentos con sentido.
Hay varios cuentos chinos en la peli: esas inverosímiles historias que recopila Roberto mirando revistas y diarios viejos, entre las cuales está, por ejemplo, la de una pareja que detiene su auto para tener sexo al borde de un acantilado y en el arrebato del orgasmo involuntariamente destraban la caja de cambios, caen al precipicio y acaban muriendo. O la de unos ladrones de vacas que arrojan una desde su averiado avión y que cae sobre una barcaza en un lago de China matando a una novia frente a su novio. O también es la historia de Roberto relacionándose con Jun: levantando a ese inmigrante perdido, alojándolo en su casa, acordando una convivencia con él, buscándole a su familia y demás. O también es la historia de que Roberto finalmente acepta las incansables y repetidas invitaciones de Mari a iniciar una relación y encontrar un inesperado sentido vital ahí y ya no en historias ridículas y obsesiones sin sentido.
Vaya una sinopsis: Roberto es un ferretero obsesivo que tiene entre sus obsesiones contar la cantidad de clavos que vienen en las cajitas que le compra a su proveedor y confirmar, cada vez, que las cajitas tienen menos clavos que los declarados en sus etiquetas. Además de buscar historias ridículas, mantiene obsesivamente hábitos setentosos: por ejemplo, entre otros, su Fiat 1500 en perfectas condiciones, sentarse los domingos frente a Aeroparque a ver los aviones despegar y aterrizar, etc. Otro rito obsesivo: siempre está en la cama listo para dormir a las 22:59 y apagar el velador y apoyar la cabeza en la almohada exactamente cuando su reloj da las 23:00. Vemos, dicho sea de paso, que el reloj es, como su auto y el mobiliaro, el mismo en 1982 y en 2011. Roberto no tiene celular ni computadora, ni ha tenido pareja ni hijos. Su vida se detuvo en 1982.
Lo único que saca de su ritualizada rutina a Roberto es su encuentro con Jun y la responsabilidad que siente hacia ese ser humano perdido en un país desconocido. También Mari viene intentando sacarlo de su rutina, viene insistiendo, pero no lo viene logrando. Ella vive en el campo, pero vino por un tiempito a la casa de su hermano, que es un vecino de Roberto, lo visita, lo invita a comer y a pasear. Un buen día a Mari se le ocurre pedir comida china en lo de Roberto, sentarse en la mesa con Jun y él, y pedirle al chino que trajo la comida que traduzca del chino al castellano para entender cómo llegó Jun ahí.
Y lo que ocurre entonces es que así como Roberto interroga a Jun, así también interroga Jun a Roberto. Así como Roberto se entera de que Jun es un huérfano que ha venido a la Argentina buscando a un tío, así también Jun pregunta a Roberto qué es lo que pega en esos álbumes; Roberto dice que junta historias ridículas y le muestra una que le parece fenomenal, muy divertida, que es la de la vaca cayendo del cielo sobre una barcaza en un lago de China. Jun entonces dice: sí, cayó sobre mi novia y la mató. Una historia inverosímil deviene verdadera. Se percibe que fue entonces que su vida dejó de tener sentido y se fue de China buscando familia, esto es, buscando lazos. Lo cual –percibimos– invita a Roberto a buscar algún lazo. Así como Roberto hospeda a Jun, así también Jun lo invita a él –lo invita a aceptar las invitaciones de Mari.
Cuando Mari termina su estada en lo de su hermano y vuelve a su casa en el campo, Roberto decide que tiene que buscar una historia allí con ella. Sube a su auto y llega a una casita que es como una estancia argentina con vaca atada y Mari ordeñándola, una casita hermoseada por las técnicas cinematográficas que hacen parecer las cosas como soñadas, como cuentos de hadas, que retrotraen a otras épocas en las que todo es más lindo que en la vida y en las que los personajes encuentran el sentido de sus vidas. ¿Un cuento hollywoodense?
Ahora bien, el sentido de su vida no lo encuentra Roberto en una maqueta cinematográfica sino en la relación con una mujer, no lo encuentra en la inverosimilitud de una escenografía sino en la verdad de una relación amorosa, no lo comprueba en un laboratorio en el cual, mediante los procedimientos adecuados, constata o refuta la veracidad del cuadro, sino en la apertura que la relación con Mari abre en un mundo cerrado, sin sentido, lleno de rutinas triviales. En la abertura que la posibilidad abre, en la exploración que la compañía amorosa invita a emprender.
De esta manera, la película nos dice que el sentido no está en la realidad sino en la construcción colectiva, que el sentido no es un relato verosímil sino una verdad que es verdad porque se la comparte y se la construye. Nos dice que el sentido es un cuento chino, que deja de ser chino, ridículo, inverosímil, cuando hay con quién compartirlo. Lo inverosímil, lo chino, lo improbable del cuento que Roberto se dispone a emprender junto a Mari al terminar la película, se torna posible al sostenerse en un lazo.
[ver Malvinas: un cuento chino (y no nacional)]
[1] Dirigida y escrita por Sebastián Borensztein y protagonizada por Ricardo Darín y Muriel Santa Ana y Huang Sheng Huang, estrenada el 24 de marzo de 2011.