La micro-política es un deber moral para evitar que cualquier devenir de la macro-política nos joda la vida.
De la polarización se puede decir que “abre pero cierra”. Que retoma binarizando todo aquello que durante la crisis funcionó según el par destitución/apertura. Del antagonismo se puede decir que subsiste como una dinámica de desborde. De allí que el impasse no sea enunciado desde la impotencia sino desde la inquietud.
La hipótesis que propongo es doble: por un lado (a) que, incluso contra toda apariencia, las actuales innovaciones macro-políticas del continente sudamericano encuentran su orientación ética (de modo muy evidente desde hace algo más de dos décadas) en el conjunto de micropolíticas que opera como fondo, base y a veces como causa directa de dichos procesos y que; (b) los gobiernos llamados progresistas (que constituyen un avance notable en muchos sentidos) no asumen con facilidad la productividad irreductiblemente “micro” de estos fenómenos que sin embargo los atraviesan; que tienden a identificar contenido democrático con un mayor presencia del estado en el juego político de intereses constituidos; y que suelen caer en el error de considerar ciertos rasgos autónomos de la infra-política como una rémora de la resistencias pasadas contra el neo-liberalismo antes que como una dimensión esencial del procesos que vivimos.
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