Néstor, el estadista posnacional

La muerte de Néstor fue sorpresiva. Más sorpresivo ha sido el afecto que provocó. Un amigo no deja de llorar en toda la mañana del 27. Veinticinco cuadras hacen cola ocho horas para despedirlo. Para un no kirchnerista como yo, aunque también sea antiantikirchnerista es una sorpresa. Un grito se expande: fuerza Cristina. ¿Qué fuerza se ha presentado entre nosotros? ¿Qué fuerza es la que se encomienda a sí misma a la presidenta?

Muchos proponen temer por la nueva situación. Qué temer luego de esta muerte no es pregunta –se puede temer cualquier cosa que podría ocurrir. La pregunta es: esta muerte, ¿qué condiciones presentes nos hace ver?

La pregunta no es qué restauró Néstor (“fue un restaurador de la política”, dijo Dorio; “le devolvió el sentido social a la política y la economía”, dice un afiche de La Bancaria). Los historiadores sabemos que la restauración es imposible en los hechos, así como cualquiera sabe que volver el tiempo atrás es imposible. Sí es posible presentar como restauración lo que en verdad es una instauración. Es posible, incluso, instaurar un deja vu, para no instaurar nada nuevo; o sea, cambiar algo para que lo fundamental no cambie; o sea, dar algo para poder seguir quitando. En términos de Perón, perder un poco para no perder todo. Estas notas intentan dilucidar cómo Kirchner logró eso.

Esta muerte nos hace ver lo que Kirchner logró. Si 2001 estuvo signado por la autonomía de los movimientos sociales, el kirchnerismo estuvo signado por saber encorsetar esa autonomía haciendo a la vez mucho más que encorsetarla. Como buen peronismo, logró moderar lo que la ola tenía de ingobernable para amplificarla y convertirla en base de sustentación electoral y argamasa pseudo-ideológica. Recurrió a audaces medidas populares y a cierto setentismo de juventud (“A Néstor le salía el jotapé de adentro”, dijo Pablo Llonto). Hoy, la autonomía de los movimientos de 2001 se llama la fuerza del kirchnerismo. Así como Perón condujo esa potente masa que el 17 de octubre lo sacó de la cárcel hacia un partido peronista y una sindicalización mucho más vasta que lo imaginable por ningún sindicalista preperonista, Kirchner no solo limitó la potencia autónoma del 20 de diciembre sino que también la condujo y la robusteció. Disminuyó la fuerza de la potencia autónoma, no reprimiéndola, sino determinándola y vigorizándola como fuerza heterónoma, ahora llamada kirchnerismo.

¿En qué se parecen el 17 de Octubre y la movida de 2001? En su carácter acontecimental, no calculado. En que fueron irrupción de potencias heterogéneas con el sistema de poder en que irrumpieron. En que obligaban al gobierno siguiente a integrar esa potencia amenazante como fuerza homogénea de un sistema reformulado. Como dicen los yanquis, si no puedes con ellos, úneteles. O como dicen las artes marciales, usa la fuerza del otro a favor tuyo.

El 17 obligó a Perón a admitir que la clase obrera no fuera un miembro más del cuerpo de la Comunidad Organizada sino su mismísima columna vertebral. Análogamente, 2001-2002 impusieron a Kirchner convertir a los movimientos (piquetes, recuperadas, asambleas) en parte de su base de sustentación. Toda su prédica inflamada y sus medidas publicitadas como nacional-populares constituían un modo de ganar para la gobernabilidad a esos movimientos cuestionadores del sistema representativo; una forma de que sobreviviera el gobierno estatal de la sociedad, aunque alterándolo según necesidad. Era una jugada arriesgada, pero pareció ser la única para asegurar la gobernabilidad en un país en que los presidentes caían en dominó y él mismo había salido segundo en las presidenciales. En esta encrucijada precisa desplegó Kirchner su gran visión y su gran cintura.

Así llegó a ser el único estadista argentino reciente, pero, a diferencia de Perón, construyó un Estado posnacional. Como Perón, Kirchner recurrió a técnicas de poder novedosas pero adecuadísimas a su época, de modo tal que, como aquél, hizo época. Perón, a la propaganda gráfica y cinematográfica, al verticalismo, al sindicato, al bienestar obrero, al plan quinquenal; Kirchner, a la imagen mediática (recibiendo a CQC en sus helicópteros y autos sin cita previa, defendiendo a la Tota Santillán y la cumbia de los cuestionamientos de Aníbal Fernández, etc.), a la transversalidad, al movimiento social armado desde arriba (la Cámpora o la Túpac), a los planes sociales y los subsidios segmentados y de oportunidad, a la gestión informatizada de estos, a la repentización, a los acuerdos puntuales de precios, a la caja. También, a alianzas “win-win” con los movimientos sociales más autónomos.

Kirchner no fue peronista por tal o cual medida en especial. Lo fue por haber encontrado el sabio equilibrio entre medidas populares audaces y defensas de corporaciones rapaces (“no vamos a permitir que Clarín nos diga a qué corporación favorecer”, le hacía decir la revista Barcelona); lo es por haber logrado tanto un apoyo plebeyo como un respaldo del gran capital. También lo es por haber dado un renovado poder y relevancia general al Estado, en un contexto en que el consenso a la desigualdad social se lograba por chantaje económico descarnado (cada uno de nosotros dice ‘aunque me exploten, aunque me usen y tiren, me la banco, porque, si no, no como’).[1]

Lo diré desde otro punto de vista, que destaca lo que es un líder carismático. Kirchner llegó a donde no llegan las cámaras de TV y los analistas políticos. Con las tapas de los diarios y con los programas de tv, uno intuye que hay una política que las cámaras no muestran. La política que va de la primera plana a la Rosada y viceversa es rutilante y da bien en pantalla, pero la política interesante, la que inventa nuevos modos de vivir y compartir la vida, esa no es captada por las cámaras. Néstor supo llegar allí, a esos espacios que creo Diego Sztulwark llamaría “infra-políticos”, y hacerlos encajar en el tinglado de gobernabilidad pos-2001. Mientras Néstor vivía, antes de conmocionarme con la conmoción y la emoción de estos días, cuando yo decía “allí”, imaginaba lugares geográficos: el conurbano, las recuperadas, etc. Pero ahora que una fuerza ocupó plazas y emergió a la visibilidad de las pantallas, alcanzamos a ver que ese “allí” político donde las cámaras no llegan y se inventan convivencias no es solo territorial sino también sicosocial: al afecto de la gente.

También, y sobre todo, fue peronista por haberse subido a la cresta de la ola popular para morigerarla, encauzarla, agrandarla, difuminarla y aprovecharla en su favor. Tesis: Néstor les quitó a los movimientos potencia autónoma de alcance micro dándoles fuerza heterónoma de alcance macro. Dicen que Shakespeare, cuando lo acusaban de plagiar a otros, respondía: ‘Estoy de acuerdo con el robo solo si va seguido de asesinato’. En esa línea, Perón estuvo bien dispuesto a implementar el programa socialista de reivindicaciones laborales a condición de que los sindicalistas socialistas quedaran borrados de la memoria del movimiento obrero argentino. Es como si, también en esa línea, Kirchner hubiera dicho: ‘Estoy de acuerdo con emular a los movimientos solo si renuncian a su autonomía’.

2001 condicionaba a cualquier gobierno por venir. Vino Kirchner. Kirchner condicionó, a su vez, a la condición que debió asumir, y le puso nombre: ahora se llama amor nacional y popular, FPV o, directamente, kirchnerismo. Con la muerte de Néstor, lo que condiciona a cualquier gobierno por venir es el kirchnerismo, y no 2001. ¿De qué manera? Habrá que ir viéndolo. ¿Podremos influir en ello? ¿Deberíamos influir en ello?


[1] En realidad, 2001 demostró que con el chantaje económico no bastaba para mantener la pax neoliberal. Cualquier gobierno por venir debía producir consenso a la desigualdad sin poder restaurar el aparataje ideológico del Estado nacional. El kirchnerato puede entenderse como la organización de un Estado productor de consenso más ‘encarnado’ y menos descarnado, más chamuyado y menos impuesto. El kirchnerato debe entenderse como la salida creativa a una aporía que se puede formular así: ni ideología moderna ni mercado radical, sino formateo imaginal y tejido reticular. Esta aporía era aun más acuciante dada la prohibición de reprimir abiertamente luego de la masacre de Avellaneda.

[versión ampliada de la publicada en La Capital de Rosario el 1/11/10]
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1 comentario sobre “Néstor, el estadista posnacional

  1. Dijo H. González en Página 12 el 28:
    «Néstor Kirchner fue un político abismal. No quiso abandonar las fuentes ya instauradas de las corrientes colectivas, pero su intranquilidad se notaba a cada paso. Era la intranquilidad del que sabía que había que inventarlo todo de nuevo y sin embargo preservaba ese espíritu novedoso en el ropaje de palabras asentadas en antiguos ritos argentinos.» Esto quiere decir que su setentismo calzaba bien en lo que estaba creando, y que no era su programa de acción. (http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-155834-2010-10-28.html)

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