Publicado en revista Campo Grupal nº152
Este es el silogismo de la égida de la imagen:
1 – Soy un sujeto superfluo que vive al borde de la nada, al borde de la disolución.
2 – Existen dispositivos para hacer existir lo que es nada. Son los dispositivos de apariencia, los medios de comunicación, las tic’s, las redes de propagación: dispositivos de espectacularización de la vida (“El espectáculo es la afirmación de la apariencia y la afirmación de toda vida humana, y por tanto social, como simple apariencia”, Debord, La sociedad del espectáculo, capítulo 1, punto 10).
3 – Por lo tanto, aparezco, luego existo. Es el cogito de nuestra época: twitteo, luego existo.
Este silogismo no está explicitado pero es vivenciado implícitamente por el chabón de la era fluida con mucha claridad. Y, dado que, como dicen los que saben de lógica, el silogismo es un sistema indestructible por su propia pequeñez y simplicidad, al chabón fluido no le queda más remedio que acogerse a la égida de la imagen para llegar a existir.
Ahora bien, dado que la forma de existir bajo la égida de la imagen es existir como apariencia, sin consistencia pero con velocidad, con instantaneidad, que exime de una construcción sólida (y estos significados-cosas son tanto una construcción que no requiere bases, como una construcción que no requiere durabilidad), la existencia imaginal no dura más que, como se dice, el cuarto de hora de fama que le llega a cada uno. Pero, además, esos quince minutos, (que bien pueden ser quince segundos o quince días: un flash, en cualquier caso) siguen siendo una existencia “apariencial” y, como dice Debord, “solo aparece aquello que no existe” (1, 17; o también: “el espectáculo es la negación visible de la vida, una negación de la vida que se ha hecho visible”; 1, 10). Así, existir por la imagen, existir por el espectáculo no es solamente efímero y precario, sino que además es “apariencial” como hace notar Debord.
De todas maneras, hoy que los medios de espectacularizar la existencia están tan generalizados y no se reducen solo a los medios masivos de comunicación, sino también a Facebook, en cada bolsillo en los celulares, etc. incluyendo la posibilidad de mandar SMS –mensajes telefónicos– a las emisiones de los medios masivos, debemos agregar algo más, que es la facilidad, la instantaneidad, la cercanía con que puede existirse a través de la imagen, a través de la auto-espectacularización. Y aquí –como está tan a la mano el existir cuando uno está a punto de disolverse luego de que pasó su cuarto de hora–, aquí está el secreto de la reproducción ampliada de la égida de la imagen o también, de la autosujeción del sujeto al mega dispositivo espectacular: dado que aparecer me hizo existir, y dado que esa existencia se terminó (o está al borde de su disolución) y que, si no vuelvo a aparecer, dejo de existir, y, dado que es tan fácil volver a aparecer, subo otra foto más a Facebook –o mejor, un álbum de fotos. Twitteo, luego existo.
La égida de la imagen, entonces, se muestra tan oronda y omnipresente, tan arrolladora en lo social, porque pone sobre la mesa un argumento indestructible, y porque pone al alcance de “todos” los medios para avenirse al argumento y verificarlo; pero sobre todo, porque esa verificación es tan instantánea como pasajera. En rigor, esa verificación de la eficacia de la autoespectacularización es anterior a la formulación del silogismo. Es una constatación natural. El argumento no se impone por su solidez argumentativa, no se impone como demostración en regla, sino como autoevidencia, como chicana, como obviedad (“la realidad es la realidad”, diría López Petit). Así lo anotaba Ignacio Lewkowicz en 2003:
“Lo que se llama consumismo [o, aquí, dinámica de la imagen] es la evidencia de la legitimidad de un régimen aún antes de haberse preguntado si es legítimo o no. La ideología era una respuesta legitimante a una pregunta por la legitimidad. La práctica directa del consumo evidencia la vigencia de algo respecto de lo cual no ha habido interrogación alguna. La evidencia misma bloquea la posibilidad de la pregunta, y ni siquiera la bloquea: no existe la posibilidad de la pregunta. El consumismo [o, aquí, dinámica de la imagen] entonces no es una ideología sino una práctica que fácticamente moldea una subjetividad para la cual el capital es naturaleza y no partido” (“El fin de las ideologías en el mundo capitalista”, mimeo)
La dinámica de la imagen, la dinámica espectacular es, en este sentido, como el paco, adictiva. Satisface un hambre (el hambre de ser) solo para dejarlo volver con más intensidad.[1] “El espectador no encuentra su lugar en ninguna parte, porque el espectáculo está en todas” (Debord, 30, 1). Pero Debord escribía en una sociedad previa a la generalización de las tic’s: hoy podríamos decir el espectador no encuentra su lugar en ninguna parte porque el espectáculo de sí mismo se encuentra en todas. Su existencia es precarizada por el mismo dispositivo que lo hace existir.
Baricco dice que “Los humanos viven, y para ellos el oxígeno que garantiza su no muerte viene dado por el acontecer de experiencias” (Los bárbaros. Ensayo sobre la mutación, cap. 3). La constatación autoevidente que nos arrolla sin cesar es: introducirnos en las redes de la imagen nos alimenta de experiencias que nos hacen sentir existentes. Solo que son experiencias de la apariencia. Aparezco luego existo.
Problema a pensar. La dinámica imaginal es arrolladora, y se autorreproduce ampliadamente, como una hiedra de una película de terror, pero no es exhaustiva, y los humanos inventan otros modos de producir existencia. El subvertising que practica adbusters.org o Proyecto Squatters, por ejemplo, el Taller Popular de Serigrafía, los colectivos muralistas, etc. Muchas veces se trata de prácticas estéticas difíciles de ver –justamente porque no entran en el mainstream imaginal.
Pero el punto es que hay prácticas de existencia no a partir de la nada o del contacto sino a partir del encuentro, no por autoespectacularización sino por autonomía, no por esasez de relevancia sino por configuración de un exceso. Entre unas y otras hay por supuesto, una gran ambigüedad, y juegos de capturas mutuas, (por ejemplo, aquí vemos una “contra-imagen” capturada por un emprendimiento mercantil y replicada por una consumidora en su blog, lo que me recuerda a la captura de Quilmes con “si hay un encuentro hay una historia”) pero es bueno pensar su actividad, poder distinguirlas cualitativamente.
Distinguir la actividad configurante del nosotros de la actividad figurante del capital, la actividad del encuentro de la actividad del aislamiento. Distinguir las prácticas estéticas que organizan (y potencian) una sensibilidad más allá del régimen de sensibilidad imaginal: una sensibilidad del encuentro que va más allá del régimen del contacto y la movilización global. Parafraseemos a Perón en eso de que la organización vence al tiempo: con la estética, el encuentro vence al instante. (Ver tambien «Estetización de la vida o vilatización de la estética«)
[1] Dicen que los principales productos del mercado alimenticio como las colas, o los de Kraft o Unilever, incluyen sustancias adictivas, efímeras para los sentidos mas perdurables en el organismo como sustancias muchas veces perjudiciales para este, aunque sí lo dejan en la necesidad de volverlos a ingerir.