[Este artículo entró como capítulo en el libro
“El bienestar en la cultura…“ 2da edición ampliada, publicada por Pie de los hechos en 2016]
Tesis: vivimos una segunda fluidez. Se dice –desde fines de los ‘90– que la subjetividad ya no es lo que era. De una sociedad instituida por el Estado habíamos pasado a una arrasada por el mercado. Entonces entrábamos, según Lewkowicz, en la era de la fluidez y, según Bauman, en la modernidad líquida. Bien, pero el mercado ya tampoco es lo que era. A principios de los ’10 asistimos a una fluidez recompuesta, que recurre a modos menos puramente económicos de obtener consenso social, o, lo que es igual, de producir y reproducir dominación o, lo que es igual, de producir y reproducir subjetividad o, lo que es igual, de producir sentido.
Pensar la segunda fluidez es pensar una ‘superestructura’ en migajas (muy asimilable al control a cielo abierto de lo que se llama sociedad de control) (lo grafico y amplío un poco en “La segunda fluidez. Pensarla con Estado”). Allí acercaremos la lupa.
La superestructura en migajas es tal que, para que una práctica obtenga su representación, no es necesaria (e incluso sería molesta) una institución ni una simbolización y sus trabajosos procesos; un celular o una encuesta son suficientes para darle una imagen[1] (o más). Tampoco es necesario que esos procedimientos ni las imágenes que producen guarden una coordinación entre sí; no es necesario (e incluso sería molesto) un Otro centralizador: una red, e incluso una red de redes, alcanza y sobra. No es una superestructura trascendente, como la estatal nacional de otros tiempos, sino inmanente.
Hay una correlación entre el pasaje de la solidez a la fluidez y el pasaje de la égida del capitalismo industrial a la del capitalismo recombinante (o financiero o posindustrial). En los últimos años estamos viendo que el capitalismo puede seguir siendo recombinante aunque entre en crisis su versión financiera. Para asegurar la recombinación, el capitalismo necesita que los elementos sociales estén disponibles (o sueltos o libres), pero también necesita que estén, que existan. Si durante la primera fluidez el capital financiero requería destitución, el capital recombinante exige astitución.
El capital recombinante produce unos pero no los amalgama en Uno. Un ejemplo está en las políticas frente a la diversidad cultural: antes, el EN la acrisolaba (= la fundía) en una identidad nacional; hoy, el capital recombinante la multiplica en multiculturalismo. La identidad nacional era exclusiva y excluyente: era molar, mientras que el multiculturalismo admite la recombinación molecular, y el consumidor puede peinarse a lo rasta, ponerse una remera de Evo, comer chino, escuchar bossa nova, navegar en inglés, etc., así como participar de múltiples ‘comunidades’ virtuales y presenciales (de tangueros, de judíos, de latinoamericanos, de floggers, de bosteros, de coleccionistas de canarios, de los que acaban de romper el jarrón…). Me gusta más decir que el multiculturalismo admite y promueve la molecularización recombinante de las culturas. Veamos por ejemplo las tribus urbanas: “tenues artificios identificatorios” en el Ignacio Lewkowicz de Pensar sin Estado, que no tienen el aislamiento físico ni el estacionario ritmo que caracterizaba a las originarias sociedades tribales. En términos de Rifkin: si la pertenencia a una cultura sólida dependía de poseer sus propiedades, la ‘pertenencia’ a una cultura fluida depende de acceder a sus servicios.
Uso términos de Badiou: hay unos, pero no Uno. Cuando hay Uno, hay solidez, frontera, identidad, determinación cabal, instituidos, sujetos, etc., pero eso dificulta o impide la recombinación veloz, esto es, impide el adaptarse a las circunstancias siempre cambiantes y las oportunidades de negocios siempre emergentes. Cuando hay dispersión total, hay fluidez, lisura, mezcolanza, desubjetivación, y esto en teoría permitiría al capital fluir velozmente. Sin embargo, para realizar ganancia, no alcanza con fluir velozmente: también hacen falta (al menos) mercancías y consumidores. Digo: la dispersión total admite la velocidad, pero no la recombinación. Es decir: el capital necesita unos; necesita determinar elementos que puedan recombinarse (o, con una metáfora de albañil: así como no necesita paredes consolidadas, necesita ladrillos que puedan formar paredes desmontables para volver a montarlas con diferente diseño una y otra vez).
Vuelvo a mi neologismo para definirlo más cualitativamente. Una aproximación cuantitativa era que la astitución es una institución a medias, un punto de equilibrio entre la destitución total y la institución sólida. Una definición cualitativa es que la astitución (del sujeto, por ejemplo) es una cuenta por uno sin cuenta de la cuenta.[2] I. Lewkowicz definía formalmente la primera fluidez, siguiendo a E. Kreplak, como la relación aleatoria entre dos puntos. La segunda sigue siéndola pero es, también, la producción de puntos que pueden relacionarse aleatoriamente (recombinarse); es decir, la fluidez es la producción de elementos sin necesidad de reunirlos en conjuntos estables. Por ejemplo: egos sin yo, tribus sin cosmovisión, capacitaciones sin educación, proyectos sin programa, medidas de gobierno sin plan de gobierno, individuos sin grupos, controles sin aparatos ideológicos de Estado, eslóganes sin discurso, contactos sin relación, rasgos sin identidad, opiniones sin ideología, etc.… En breve: elementos sin partes y partes sin todo. Pero también, ocurrencias sin inscripción: tiempo instantáneo o fluido, sujeto-sombra, cultura polifónica o imaginal.
Badiou, o cualquier ontólogo que se precie, indicaría que un sistema así no se sostiene: es inconsistente. Ciertamente, responderíamos nosotros, y citaríamos una frase de Emerson que cita Bauman: cuando patinamos sobre hielo quebradizo, nuestra seguridad depende de nuestra velocidad. El imposible delirio de una sociedad sin Uno, sin argamasa, sin cuenta de la cuenta, se ha hecho real por obra de su velocidad, que logra fugar hacia delante de las inconsistencias de lo social. Si antes, en solidez, las inconsistencias de lo social se compensaban con estabilización (Estado), hoy, en fluidez, no se compensan –o lo hacen de modos que aun no logramos entender.
Por falta de espacio, describiremos escuetamente esas configuraciones actuales del tiempo, la subjetividad y la cultura.
La astitución se vuelve comprensible como recomposición de lo destituido. El tiempo destituido es el tiempo disperso (por ejemplo, el del videoclip y la actualización informativa), que convierte los momentos en instantes cuya conexión pasa a ser aleatoria; ya no hay pasado presente y futuro sino instantes que se escurren.[3] Una de las prácticas de recombinación del tiempo disperso es el proyecto,[4] que, conectando instantes, crea una temporalidad con duraciones, auto centrada y sin antecedentes ni consecuentes necesarios: sin inscripción social ni temporal necesarias.
La subjetividad fluida es la subjetividad superflua, desolada y desligada. La subjetividad astituida es la que, a falta de liga, conecta. Por ejemplo, chateando.[5] Siempre al borde del la inexistencia social, tiene variados recursos para saciar su hambre de ser: enviar sms, twitear, buscar emociones fuertes o adrenalínicas,[6] afrontar proyectos personales,[7] aprovechar oportunidades, etc. “Es más fácil tener éxito que relevancia”, dijo Bono.[8] Es la intensidad del goce imaginal lo que condensa transitoriamente un sujeto al borde de su disolución. Tute lo plasmó con gracia:[9]
Finalmente, la cultura polifónica es ella misma un universo recombinante que provee recursos de recombinación a las prácticas subjetivas, temporales, económicas, etc. Es el telón de fondo del debilitamiento del sentido contemporáneo y de la disponibilidad de elementos a recombinar.
“Internet no es sólo un lugar para buscar información. Es un espacio social de interacción… Una verdadera polifonía de voces y de perspectivas construida a partir de todos aquellos que tenemos acceso a la red”.[10]
No es que la cultura actual tenga como valor supremo el “respeto de las diferencias”, sino que funciona como plétora de diferencias y diferenciación. Lo que define a la cultura actual no es simplemente la facilidad de acceso a la información, la velocidad, la comodidad, el hiperlinkeo, la imprevisibilidad de los recorridos posibles, etc., sino también, y especialmente, su polifonía. Esta diversidad, esta plétora, es incontestable. Y, por lo demás, irredimible en las condiciones actuales (de redes digitales de extensión mundial, de comunicación reticular, de capitalismo semiótico, de impotencia de los Estados nacionales, de desoberanización de los Estados, de desarrollo local, de movimientos sociales territoriales, de capital desterritorializado, etc., etc.), y también condiciones de facilidad de acceso a los medios de producción cultural.[11] La cultura polifónica no es propiamente la cultura, sino una proliferación anárquica de imágenes.
Lo que define a la cultura actual es que la legitimación de los productos culturales no se realiza como en la modernidad clásica o sólida, por remisión a la Razón, la Patria o la Humanidad. Así cuanto proliferan las voces culturales y las fuentes de producción cultural de cualquier tipo, así también proliferan las posibles fuentes de legitimación de esos productos. Y así la legitimación deja de ser una necesidad de la producción cultural, por su propio funcionamiento pletórico, disperso, polifónico, veloz. Lo suficientemente pletórico, disperso y veloz como para que ningún producto cultural tenga la suficiente permanencia para convertirse en fuente de legitimidad, de referencia, o de producción de subjetividad. Lo que ocurre en estas condiciones en que ningún producto cultural permanece, es que es afectado de la misma volatilidad que los centros bursátiles y que cada producto cultural es rápidamente sustituido. Y que, aún antes de ser sustituido por otro, compite en la demanda de atención hacia sí con una plétora de otros productos culturales. Todos los productos culturales compiten por la atención, y esta depende de la variación. Así, tanto como no obtienen legitimidad, buscan éxito e impacto.[12] La cultura contemporánea es un gigantesco automatismo de desconexión destituyente y conexión astituyente. Cada producto cultural es una astitución subjetiva, un proyecto. Si el hambre de ser se sacia con atención, entonces, o producís cultura (imagen) o no existís.
Conclusión. En la cultura como “economía de la atención”,[13] en la intensidad subjetiva y en la temporalidad proyectual, encontramos modos análogos de superar tanto las limitaciones de la solidez como los de la pura fluidez que resumo como astitución. En las prácticas culturales, temporales y subjetivas, la astitución se dibuja como una dinámica que, fragmentando y recombinando fragmentos, produce elementos recombinables (aptos para entrar en la red semiocapitalista), esto es, elementos o prácticas con mayor consistencia que un destituido y menor consistencia que un instituido. Ni totalmente licuados ni, mucho menos, solidificados, los elementos astituidos permiten al capital contemporáneo no solo circular velozmente (como necesitaba el de la primera fluidez) sino también producir duraciones maleables y orientaciones pragmáticas que aseguran una subjetividad valorizable económica y socialmente.
Se plantea una pregunta: ¿de qué modos las prácticas autónomas contemporáneas están subjetivando la astitución?
Esto es un derivado de Bienestar en la cultura
[este post amplía la ponencia presentada en XIX Congreso de la Federación Latinoamericana de Psicoterapia Analítica de Grupos, 1/7/11]
[1] Una imagen mercantil, una imagen recombinable, no es siempre un fenómeno icónico; una imagen entra como imagen en la dinámica imaginal si es un elemento sin articulación orgánica con otros. Así una imagen puede ser un texto, un objeto, una mercancía, un sonido, cualquier señal.
[2] Es una categoría de Badiou, la cuenta por uno aseguraba el pasaje de la multiplicidad inconsistente a la multiplicidad consistente, pero no aseguraba la existencia de situación (o, a secas, la existencia) porque se le notaba la inconsistencia: se hacía necesaria una segunda cuenta que contara los efectos de la primera. La primera producía elementos; la segunda, conjuntos y subconjuntos. La primera correspondía al nivel “situación”; la segunda, al “estado de la situación”. Era otra forma de decir que todo enunciado, para ser consistente, requiere de un metaenunciado que tapone sus fallas, o que toda estructura requiere de una metaestructura.
[3] V. Hupert, P., “El presente del tiempo fluido y el presente del tiempo teatral”, Campo Grupal, mayo 2011. Disponible en www.pablohupert.com.ar.
[4] “Un proyecto es un esfuerzo planificado, temporal y único, realizado para crear productos o servicios únicos que agreguen valor o provoquen un cambio beneficioso. Esto en contraste con la forma más tradicional de trabajar, en base a procesos, en la cual se opera en forma permanente, creando los mismos productos o servicios una y otra vez.” (www.degerencia.com)
[5] “El MSN, eufemismo de acompañamiento, la mayoría de las veces se transforma en dos diálogos acoplados, no uno, dos, y cada uno solo en su discurso desquiciado […] Empieza a escribir para sentir que están ella -la que escribe- y ella -la que piensa qué va a escribir-; dos. Al mismo tiempo tiene abiertas varias ventanas, conversaciones del MSN, cosas. De pronto la soledad, la desolación, se diluye por segundos, por segundos nomás” (“Mariana”, cuento de Franca Sui en Instantáneas).
[6] “El thrilling es, por un lado, un sucedáneo de la investidura cuando la cultura ha agotado el malestar como recurso para instituirla, y, por otro, entrenamiento y equipamiento para el vacío y la precariedad. De este lado, no puede faltar en un kit de supervivencia para condiciones sociales de futuro, laburo y lazo volátiles. El thrilling te prepara tanto en el goce de una realidad soluble como en el goce de pasar por una realidad disuelta.” P. Hupert, “Adrenalina en la cultura”, en Campo Grupal, setiembre 2009, o en www.pablohupert.com.ar.
[7] “Hacer esto, por lo demás, en nuestras condiciones, no depende de nuestra buena conciencia o de nuestro pérfido egocentrismo; en general, es económicamente inevitable y, siempre, es psicológicamente necesario: nuestra buena salud yoica requiere que nos podamos pensar como timoneles de barcos, aunque más no sea de chinchorros monoplaza, más que como fragmentos a la deriva … La individualización mercantil me desliga de los otros y del Otro. ¡Pero me tengo a mí! ¿No me queda más que ser un ombligo? Necesitamos, parece, seguir suponiéndonos yoes, personas, y lo conseguimos pergeñándonos proyectos personales; habría entonces que llamarlos, si no sonara tan mal, proyectos personificadores. Una linda articulación de logros (o de expectativas de logros) da con el personaje que yo necesita, lo arma.” P. Hupert, “El proyecto personal”, en Ensayos en vivo. Antología, Buenos Aires, 2009, o en www.pablohupert.com.ar.
[8] Entrevista a U2 publicada en el “Suplemento Espectáculos” de Clarín, 4/3/09, p. 6.
[9] http://letrasdesvestidas.blogspot.com/2009/09/hipo-existencial.html.
[10] Tarsow, Fabio, Clarín, 4/3/9, p. 32.
[11] No llamamos “producción cultural” solamente a una obra de arte, o científica, sino a cualquier producción imaginal, sea un noticiero, una publicidad, una telenovela, una obra literaria, una puesta teatral, un reglamento interno de una empresa, un memorándum de un organismo de crédito internacional, o incluso el cartel callejero donde se anuncia que en ese punto hay un restaurante, un bar, un locutorio. En suma, estamos hablando de lo que en otra época llamábamos “nivel ideológico” y hoy podemos llamar desquicio imaginal o dispersión cultural.
[12] La fábrica de posmodernismo de A. Warhol aseguraba la trascendencia profana, la fama, a través de la deformación del motivo por el cual ser recordado, con tal de ser recordado. (Agradezco a G. Horestein este señalamiento.)
[13] La expresión es de Bifo, Generación post-alfa.
Sí, es muy complejo manejarse hoy día, con esta fluidez desbocada autoimpuesta a la Humanidad. Por eso es bueno animarse a promover alternativas, como la propuesta por el psicoanalista y pastor protestante sueco Owe Wikström en su muy recomendable libro «Elogio de la lentitud». Si la gente cada vez vive más años, ¿a santo de qué apurarse tanto? Mi hermana, que espera su primer hijo para noviembre, quiere mandar a mi sobrino al jardín cuando cumpla un año. ¡Yo ni loco haría eso con un hijo mío! Muchos chicos de mi generación ni pisaban un jardín de infantes. Como no había preescolar, recién pisaban una escuela a los seis años, al empezar la primaria. Y no se morían por eso. Y nací en 1970, no en 1930. La abuela paterna de mi cuñado tiene 90 años y un cuarto bisnieto en camino. ¿No es bien ridículo, ante tamañas chances de longevidad, pretender que un adolescente tenga todo definido, como si fuera a morir a los 20 años? Tiempo al tiempo, ese es mi lema. No es subversivo decir eso, ni siquiera en estos tiempos de fluidez ridículamente hiperacelerada.
Lindo comentario, Ernesto. ¿Y cómo te va con tu lema? ¿Podés llevarlo adelante vos solo? La dinámica de hoy nos hace sentir que vamos a morir si no aprovechamos ya las oportunidades que tenemos. Me parece difícil evitar esa ansiedad y esa sensación de zozobra solo, sin un ámbito de sociabilidad donde el tiempo se construya de otra manera.
Abrazo