El presente absoluto del tiempo fluido y el presente puro del tiempo teatral
El presente absoluto es consustancial con lo efímero. El presente puro, el del arte y el encuentro, el de lo común es eterno porque, en su actuar, eclipsa lo pasajero de lo humano y se alza con su sublimidad.
Una curiosidad
Hay una cosa muy llamativa y digo que ahora pude entenderla. Y si no la entendí, la pensé. Dígalo el lector.
Es una característica asombrosa -una subjetivación contemporánea- de la Ciudad de Buenos Aires, y también de otras ciudades argentinas, de los últimos años, incluso lustros, que es la expansión de la actividad teatral en general, pero especialmente de los llamados “circuitos off”, que no son necesariamente underground, pero que tampoco mainstream: los circuitos de teatro independiente, alternativo, incluso los circuitos de teatro comunitarios (desde centros culturales barriales y otros por el estilo); como así también la expansión de los cursos y escuelas de teatro, de la cantidad de actores, de gente dedicada a hacer teatro. No solo crece la cantidad de espectadores, de entradas vendidas, también crece la cantidad de salas, de directores, dramaturgos, actores, cursos, escuelas y estudiantes de teatro. También crece una actividad, digámosle así, ‘parateatral’, de “performances” presenciales (teatro espontáneo, matches de improvisación, encuentros de narración oral, etc., etc.). Descontando, por supuesto, el crecimiento de publicaciones y sitios web relativos al teatro, con sus cronistas, críticos, prenseros y demás.
Se trata de una excentricidad que me viene intrigando hace tiempo y que ahora, al escuchar una entrevista al actor y director Daniel Fanego,[1] pude caracterizar. Fanego dijo que el teatro es presente puro. Da la sensación de que no miente, ¿no? Ahora bien, ¿son lo mismo eso que han llamado “presente absoluto”[2] y lo que un actor teatral ha llamado “presente puro”? Digo que no.
Presente absoluto y presente puro o teatral
Llamaré “presente absoluto” o, directamente, “instante”, al presente instantáneo propio de la temporalidad fluida,[3] al presente fluido, al automático, mientras que llamaré ‘presente puro’ al presente subjetivamente construido, al colectivamente compuesto.
Tanto el presente absoluto como el puro o teatral son ficticios. Sin embargo, el absoluto es imaginal,[4] mientras que el teatral es real. Ni el absoluto ni el teatral se repiten, pero mientras, que el absoluto es siempre defectuoso, siempre insatisfactorio, siempre prontamente obsoleto, el teatral es siempre satisfactorio, siempre sublime, siempre eterno. Ambos presentes son también sociales, pero mientras el absoluto prescinde de los colectivos, el teatral los tiene como condición absoluta. Por supuesto, hay presente absoluto en las redes virtuales, ya las de internet, ya las mediáticas, en las que ciertamente los otros están presentes. Sin embargo, vienen, en el caso mediático sobre todo, como añadidos in-esenciales a la red en cuestión, como accesorios, a menos que se trate de estrellas, conductores carismáticos o algo por el estilo. En estos casos, los otros no están presentes como órganos de una cooperación sino como modelos imaginarios, modelos a los que aspirar, según los cuales photoshopearse y no con los cuales cooperar; modelos que a la vez son fugaces, que dictaminan el rating o la duración de la atención mediática. Si se trata, en cambio, de los otros presentes en las redes internéticas, puede ocurrir tanto que el otro esté presente como cooperador o que el otro esté presente como clon egoico,[5] como compañero de consumo con el cual competir o con el cual medirse, ante el cual exhibirse o como pantallazo pasajero, tan pasajero como cualquier flash informativo. En el presente absoluto a lo más que podemos aspirar es a ser un flash o ser, como lo llamó A. Valle, un yow (serlo es el mejor de los casos y también el peor, y si no el peor, el más escurridizo de los seres).
Por supuesto, puede haber presente absoluto o instantáneo en una sala de teatro y puede haber presente puro o compuesto en una sala de chat, y los hay, y estos casos en que se da el presente puro en redes virtuales son de lo más interesante y lo más contemporáneo. Quedará pendiente desarrollar el carácter cualitativo de este presente puro que no requiere que haya teatro para ocurrir. Toda pista para pensar esta cuestión será bienvenida.
Dinámicas de los tiempos
Distingámoslos como modo de contribuir a la caracterización de la temporalidad fluida y de las subjetividades que producen. Como ya se adivina, hay una correspondencia entre el par “presente absoluto o instantáneo – presente puro o teatral” y el par “tiempo disperso o fluido – tiempo conexo o compuesto” de otros artículos. El tiempo disperso era el automático y ‘desencadenado’, sucesión innecesaria de presentes absolutos (por lo que ‘sucesión’ es un atavismo del lenguaje), y el tiempo conexo o compuesto era el tiempo subjetivo, el colectivamente producido, que aparea bien con lo que acá llamamos presente puro o teatral.
Cada temporalidad tiene su principio de movimiento. Entendámonos: en su dimensión real, eso que llamaríamos “tiempo” no necesita ningún principio de movimiento. El tiempo no existe ni consiste, sino que simplemente pasa, insiste, e insiste porque morimos y también porque media una demora inevitablemente entre una necesidad, un deseo y la satisfacción de ellos –demora inexorable entre el hambre y la saciedad.
Si bien la muerte y el hambre son suficientemente independientes de toda cultura, de toda cosmovisión, de toda época; si bien, también, el hambre y la muerte son suficientemente insistentes en todas las culturas, cosmovisiones o épocas, y encuentran siempre la manera de hacerse sentir, no todas las culturas, cosmovisiones o épocas, sin embargo, conciben del mismo modo el paso del tiempo, (lo cual es una redundancia, ciertamente, de modo que mejor digamos que no todas conciben del mismo modo el tiempo). Así por ejemplo hemos sabido de sociedades llamadas primitivas que vivían en tiempos cíclicos gracias a su concepción mítica, y también del Egipto Antiguo viviendo en la eternidad. Del cristiano medieval dicen que era un homo viator, un viajero entre el primer y el segundo advenimiento de Cristo, o entre su propio nacimiento y el cielo. Y hemos sabido, incluso, del tiempo occidental secularizado, que es un tiempo siempre lanzado hacia adelante. Este tiempo occidental, siempre urgido a moverse más rápido de lo que se muere, no se ha concebido y funcionado de la misma manera en las condiciones sólidas modernas (épocas nacionales e industriales) que en las fluidas condiciones contemporáneas (épocas posnacionales y posindustriales).
En tiempos nacionales era el afán de progreso lo que movía al sujeto hacia adelante, que es donde decían que quedaba el progreso. Ese sujeto debía progresar antes de morir; o sea, debía conquistar porciones de progreso antes de su muerte, de modo tal de llegar a ser alguien mientras pudiera serlo. La acumulación –de capital, prestigio o conocimiento– era el motor que, como traducción práctica de aquel afán, movía ese tiempo. En el tiempo post-nacional, en cambio, lo que urge al sujeto hacia adelante, lo que conmina al sujeto a moverse, lo que lo arroja, no es tanto el afán de progreso sino el ansia de satisfacción. Este sujeto no busca una conquista duradera y lejana como el progreso sino una satisfacción instantánea e inmediata como el goce. El consumo –de mercancías[6]– es el fuego que, como dinámica práctica de esas ansias, esfuma nuestro tiempo.
En la temporalidad de ahora, no se trata de llegar a la satisfacción antes de morir sino antes de que se escape la oportunidad, el instante: Nos apremia alcanzar eso que anhelamos ya no antes de morir sino antes de obsolescer, que se imagina muy parecido a una muerte en vida. El hermano gemelo de esta ansiedad, de esta urgencia de goce, no es ya la acumulación sino la maximización. No vivimos ya el tiempo progresivo de la producción sino el tiempo escurridizo del consumo.
Pasémoslo en limpio. Dinámica destilada del progreso y la acumulación: el tiempo sólido avanzaba momento tras momento, cual escalón tras escalón, es decir, siendo cada avance condición del siguiente, y teniendo cada momento como condición su precedente. Dinámica destilada del consumo y la maximización: en el tiempo fluido cada instante no tiene más condición que el máximo aprovechamiento de la oportunidad (de trabajo, dinero, felicidad… goce, en definitiva) que la cultura contemporánea hace imaginar que ese instante ofrece. Este instante fluido es presente absoluto porque cada instante es autocontenido. El instante no se va porque venga el siguiente, no pasa porque haya habido uno antes, sino que pasa porque se extingue, se consume. El momento del tiempo sólido conducía al siguiente; el instante del tiempo fluido, sencillamente, muere. Un poeta sólido decía que moríamos un poquito cada día; un poeta fluido deberá decir que morimos del todo a cada instante.
Así las cosas, el presente absoluto, el instante, cobra movimiento por la insatisfacción –la debida a la imposibilidad diría termodinámica del aprovechamiento completo de nada, y la debida a la ya señalada por tantos críticos del consumo[7] necesaria defraudación de todas las promesas con que las campañas publicitarias inducen al consumidor a comprar.
Aquí, sin embargo, no queremos plegarnos a la sospecha de que la insatisfacción se debe al engaño de los publicistas, esos maléficos fabuladores, sino mostrar el carácter, intrínseco a la temporalidad fluida, de un presente que insatisface al sujeto al mismo tiempo que lo llena de anhelo y ansias de satisfacción. En otras palabras, tanto la ilusión de aprovechamiento pleno como la constatación de insatisfacción, tanto la satisfacción como la desazón son necesarias en tiempos fluidos.
Lo sublime de la arte-culación
Es de esta manera como la cultura contemporánea procesa el hecho absolutamente real e imbatible de la muerte y el hambre y la demora. Si, en la temporalidad sólida, el paso del tiempo se advertía en lo que faltaba para llegar a lo que se ansiaba (el progreso), en cambio, en la fluida, el paso del tiempo lo sufrimos anoticiándonos de las oportunidades perdidas para llegar a lo que se imagina que deseamos (el goce pleno, el aprovechamiento máximo, el beneficio infinito). Así, presentándole al sujeto oportunidades instantáneas que se le escapan como trenes que perdió, no dándole pues más tiempo que el apenas suficiente para un contacto aproblemático y clonador con los demás, el presente absoluto vacía al sujeto, lo ‘insatisface’, lo ‘egoíza’, lo desola –lo des-espera. En cambio, el presente puro del teatro lo colma con su sublimidad, lo satisface, lo encuentra con otros –y no lo encuentra en la imagen sino en la cooperación. No lo satisface haciéndolo encontrar con el goce inmediato y replicante del consumo o de la frágil identificación imaginal, sino con ese presente que deja huella porque se dispara a la eternidad de lo sublime del arte y del encuentro con otros.
Por esto, el acontecimiento teatro. Porque no estamos condenados a vivir así, sufriendo cada día, muriendo a cada instante; también tenemos el presente puro. “Porque el punto de partida del teatro es el encuentro de presencias, el convivio o reunión social… No se va al teatro para estar solo: el convivio es una práctica de socialización de cuerpos presentes, de afectación comunitaria, y significa una actitud negativa [aunque yo diría positiva] ante la desterritorialización sociocomunicacional propiciada por las intermediaciones técnicas. En tanto convivio, el teatro no acepta ser televisado ni transmitido por satélite o redes ópticas ni incluido en internet o chateado. Exige la proximidad del encuentro de los cuerpos en una encrucijada geográfico-temporal.”[8]
Se comprende ahora la llamativa Buenos Aires –pero también Rosario y otras. Ante el escurrirse del instante, ante la desolación de un tiempo que muere todo el tiempo, ante el aislamiento aparejado por unos otros que me replican o nada, parece hallar otros caminos y hacerse otros tiempos en un arte que produce encuentro y un encuentro que produce arte. Si el presente absoluto descalabra al sujeto, el presente teatral lo compone y articula (si me permite el lector, lo ‘artecula’). La operación de la temporalidad fluida es la extinción, la obsolescencia. La del tiempo conexo es la arte-culación, la cooperación, la co-presencia, que trasciende la inmanencia absoluta de los tiempos contemporáneos por vías inmanentes y sublimes.[9]
¿Y el pasado y el futuro? Presente puro
Queda pendiente la cuestión de cómo el presente puro se liga con el pasado y el futuro. Ya sabíamos que en la temporalidad sólida cada momento se ligaba sólidamente con el antecedente y el siguiente, que eran respectivamente su causa y su consecuencia. También, que en la temporalidad fluida la conexión entre los instantes es innecesaria, aleatoria, se da cuando se da. En otros términos, en la temporalidad sólida la continuidad entre momentos, la continuidad del tiempo, era un supuesto, mientras que en la fluida, la continuidad no es permanente. Y, cuando se da, se da o bien a fuerza de machaque y automatismo, o bien como producción subjetiva: el tiempo compuesto.
Esta producción comienza en un presente puro. En el presente puro tampoco está dicho cómo se enlazan los diferentes presentes. No se ligan a través de la continuidad constructiva pero tampoco se desligan a través de la aleatoriedad conectiva y recombinante. Se ligan a través del mismo movimiento subjetivo que produce ese presente, ese encuentro, esa sublimidad, esa eternidad que, en cada teatro, en cada movimiento social, encuentra su singular actualización y su singular curso y, por lo tanto, su singular forma de enlace temporal. Escribe el dramaturgo Alain Badiou acerca de los levantamientos populares árabes de enero y febrero de 2011 que la gran “lección de este majestuoso episodio” es que “los pueblos de Túnez y Egipto nos están diciendo: Levántense, construyan un espacio público para el comunismo del movimiento, protéjanlo por todos los medios mientras inventan el curso secuencial de acción”.[10]
En otras palabras, la cuestión de la ligazón entre presentes puros no se puede resolver conceptualmente o, mejor dicho, conceptualmente hablando debe necesariamente quedar pendiente, puesto que lo único que le interesa es el comunismo de su movimiento o el espacio común para su movimiento público (la comunidad de convivencia de Dubatti). El curso de los presentes, la secuencia que dibujen, los agenciamientos los inventan cada vez.
El único lugar donde hay eternidad es en el presente. Eternidad es lo que no es pasajero; por esto, eternidad es consustancial con un presente puro y no puede compatibilizarse con un pasado y un futuro. No puede compatibilizarse orgánicamente y quedar instituido; solo puede conectarse o encadenarse subjetivamente ad hoc, puramente, artísticamente, inventivamente. El presente absoluto sí es consustancial con lo efímero. Es absoluto porque no se liga con el pasado y el futuro; no es absoluto porque sea eterno. El presente del arte y el encuentro, el presente del espacio común, el presente de lo público, es eterno porque, en su actuar, eclipsa lo pasajero de lo humano y se alza con su sublimidad.
[1] El 23 ó 24 de febrero pasado en el matutino de Eduardo Anguita en Radio Nacional.
[2] Abraham, Tomás, El presente absoluto. Periodismo, política y filosofía en la Argentina del tercer milenio, Buenos Aires, Sudamericana, 2007.
[3] Estamos pensando desde otra experiencia, la teatral, la temporalidad fluida que habíamos caracterizado en diversos artículos previos de Campo Grupal (por ej., “Tiempo disperso y tiempo compuesto” de diciembre 2007 o “Tiempo sólido, tiempo fluido, tiempo conexo” de marzo 2008, disponibles en www.pablohupert.com.ar o www.calameo.com).
[4] “Imaginal” es una noción en construcción (ver por ejemplo, “Entre institución y destitución: la astitución”, ponencia presentada a la XXVI Jornada de la AAPPG y publicada en revista digital El psicoanalítico, enero 2011) que busca pensar la fluidez contemporánea, bastante diferente a la que pensó Ignacio Lewkowicz a fines de los ’90 y que por eso llamo “segunda fluidez”. Como sea, “imaginal” refiere a un funcionamiento de la dimensión ‘superestructural’ o ‘ideal’ de lo social en tiempos en que las imágenes proliferan y prenden sin orden ni concierto (sin orden simbólico, o con uno muy débil). Se me tolerará, pues, que diga “imaginal” para no significar “imaginario”, que es inseparable de “simbólico”.
[5] Ver “Adrenalina en la cultura”, CG de setiembre 2009, nota 7: “El bienestar en la cultura ofrece bienestar egoico para los socialmente desolados, pero también propone un ideal de bienestar ‘colectivo’: disfruto con otros si disfrutan lo mismo que yo igual que yo; es decir, si los otros no son otros” (disponible en mi blog). Por supuesto, muchas veces la redes virtuales funcionan como ámbitos de encuentro y cooperación, como siempre señala Román Mazzilli (por ej., “Internet y la subjetividad tribal”, en www.pablohupert.com.ar), y no necesariamente como nebulosas de clonación.
[6] Iba a decir también “o de naturaleza, de dinero, fama, cuerpo, información, trabajo, placeres, etc.”, pero recordé que hoy esas cosas, incluida el agua, también son mercancías.
[7] Solo dos referencias (pero hay miles): Z. Bauman, Vida líquida, Paidós, 2006. I. Lewkowicz, “Subjetividad adictiva: un tipo psicosocial instituido”, en Las drogas en el siglo… ¿qué viene? Dobon y Hurtado (comp.), Buenos Aires, 1999.
[8] J. Dubatti, “Cultura teatral y convivio”, Revista Conjunto 136, Casa de las Américas, La Habana, s.f.
[9] “El sentimiento de lo sublime brota, según Kant [en Crítica del juicio], de la inclinación a aprehender en fenómenos naturales singulares una imagen de lo que está por fuera de la naturaleza. Mana del intento de obtener de este o aquel hecho intramundando una prefiguración del mundo como ‘totalidad completa’… La insuficiencia de cualquier imagen constituye la única ‘imagen’ posible de los suprasensible” (P. Virno, Cuando el verbo se hace carne, Cactus-Tinta Limón, Buenos Aires, 2004, p. 207). Lo importante de esta idea de Virno es que la trascendencia no es efecto de lo sobrenatural sino de lo humano.
[10] A. Badiou, “El alcance universal de los levantamientos populares”, en francés en Le Monde Diplomatique, París, 18/02/11, disponible en castellano en http://lahipotesiscomunista.blogspot.com.
[publicado en Campo Grupal 133, mayo de 2011]