Cultura fluida: la cultura recombinante

1. Una pregunta recurrente es “cuál es la situación del judaísmo en la Argentina”. Voy a responder con otra pregunta: ¿se puede preguntar por “el judaísmo” en “la Argentina”? Claro, pero depende. Si esa pregunta es pregunta por la relación entre dos culturas, no. En nuestra época multicultural, no hay culturas en el sentido de cosmovisiones sistemáticas u orgánicas.

Hay otra pregunta recurrente: “¿cómo entender el fenómeno Lubavitch?” [1]. La organización Jabad Lubavitch no es una remanencia orgánica o sistemática que sobrevive a los fenómenos de licuación general de lo social, sino que es en sí mismo un fenómeno bien contemporáneo, bien líquido. Respondo a esta pregunta, entonces, remitiendo a la primera. No soy especialista en la ortodoxia judía argentina. Pero sé que ella ocurre sumergida en ciertas condiciones históricas. Por lo tanto, caractericemos las condiciones contemporáneas.

2. Asistimos al fin de la cultura como cosmovisión o como sistema. Es lo que venimos palpando a lo largo de este libro. Eso hace que cueste mucho hablar de el judaísmo y la Argentina.

Y podemos seguir: cuesta mucho hablar de el boliviano, el gallego, etc., pero no solo por la vieja dificultad para hacer generalizaciones válidas, sino por la más contemporánea dificultad para hablar de la cultura. Uno puede decir que siempre fueron entelequias, pero había cierta ficción operante de que existía una cultura, de que existía una Argentina (había cierta ficción así, de que las entidades eran, como diría Badiou, unos, y así se representaban a sí mismas, como totalidades orgánicas). Así, cuando por ejemplo uno se pregunta por lo judeo-argentino, ya uno no se está preguntando por la relación entre dos entidades. En este sentido, preguntar por lo judeoargentino no admite como respuestas ni la idea de “encuentro entre culturas” ni la de “interpenetración” ni la de “fusión” ni la de “convivencia”.

Todo trabajo sobre la pregunta debe partir de asumir que el capitalismo contemporáneo generalizó la recombinación. Encontré el concepto de capital recombinante en Franco Berardi que dice que en la sociedad actual lo único unificado es el proceso de producción (ahí hay una linealidad, una totalidad y una sistematicidad) pero, para conseguir que el producto llegue a producirse hay celularización, fragmentación de lo que sea para su recombinación. Para hacer, por ejemplo, un restaurante étnico en Buenos Aires, tengo que sacar de contexto un rasgo cultural judío o un rasgo cultural japonés que se va a conectar, digamos, con mampostería argentina, computadoras taiwanesas, mano de obra paraguaya, argentina, japonesa o judía, música ambiental estadounidense, algunos alimentos argentinos y otros chilenos, etc. y el restaurante va a ser producto de recombinaciones, de elementos sueltos de culturas. Estas culturas ya no son cosmovisiones: son canteras de donde sacar piedritas para armar lo que convenga (no importa si entendemos conveniencia en un sentido lucrativo, estético, electoral u otro, pero sí importa que entendamos que la recombinación no queda supeditada a un sentido tradicional étnico ni a una apuesta ética sino que este, si lo hay, se subordina a los vaivenes de la conveniencia: se subordina a un flujo). Cada producto es hoy algo así como un mosaico compuesto de guijarros heterogéneos. Del mismo modo, las culturas ya no son crisoles sino mayólicas.

Esta postal de Yok, que se repartía en el Rosh Hashaná Urbano organizado por Yok en 2009, practica esto tal cual. Allí vemos un gaucho judío, y encontramos un shofar haciendo de mate; no encontramos un shofar por un lado y un mate por otro: no ves dos sistemas culturales o dos cosmovisiones sino una puesta en contacto de elementos de ambas. Tampoco hay una tercera cosmovisión resultado de una fusión, un sincretismo, una convivencia (la que la literatura, hacia 1910, plasmó como “gaucho judío”). En la misma dirección, “año dulce” es lo que se desea en el Año Nuevo judío; se conecta con “mate amargo” sin articularse, sin forjar un sentido. En el reverso, la postal de Yok tiene logos de auspiciantes del evento: “INADI”, que, digamos, tendría alguna relación a priori, pero también tiene “Mercado Central de Buenos Aires”, “Correo Argentino”, “Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires”; se trata de conexiones puntuales y provisorias en función de conveniencias puntuales y provisorias.

Uno tiene la impresión de que proyectos como Yok o Hillel u otros tienen equipos de marketing, con diseñadores gráficos y “creativos” de todo tipo integrados al equipo organizador. Cosas ocurrentes como la postal del shofar-mate hay muchísimas. Las remeras de Yok son graciosísimas. Indudablemente, hay gente pensando en la imagen del producto, hay gente diseñando “merchandising” judío. Digo, la identidad judía se convierte no en una cantidad de elementos producidos por una tradición, sino en una cantidad de elementos y estéticas más o menos “retro” que se combinan y recombinan y asumen, para su producción, distribución y consumo, una lógica mercantil, imaginal, mediática u otra –pero no una institucional. No cosmovisión, entonces, sino diseño y rediseño caleidoscópico de poliedros de células culturales proliferantes, sometidos a su vez a nuevos diseños.

A veces se habla de una ‘desguetización’ de la población que se califica como judía. Sin duda que no hay guetos judíos en el sentido más medieval (como entidades culturales donde se articulaban población, religión, tradición, idioma judíos y segregación de los judíos) ni tampoco en el sentido más nacional argentino de “gueto abierto” (expresión que se emplea para hablar por ejemplo de algunos barrios como Villa Crespo).

Más que de desguetización, hay que hablar de recombinación cultural  –porque por lo demás también hay guetizaciones en la cultura contemporánea: podés ver guetos de negros en Estados Unidos, guetos peruanos en Buenos Aires, o barrios de inmigrantes en Europa, además de campos de refugiados y country-clubs. Intento llamar la atención sobre esta posibilidad, que es un invento de nuestra época multicultural, de que cualquier elemento de cualquier cultura, persona o país se puede tomar suelto (incluso en esos guetos contemporáneos, que son entonces bien diferentes a los medievales y los modernos). Como si la idea focaultiana de las teorías como cajas de herramientas (‘tomo lo que me sirve y lo que no, no’ y lo empleo de la manera que resulte más conveniente) fuera la idea que rige al capitalismo contemporáneo en lo económico, en lo social, en lo cultural.[2] El capitalismo contemporáneo toma elementos de lo social, de lo cultural, de lo económico, de la naturaleza, libera esos elementos, los ‘asistematiza’ para así recombinarlos. Los desarticula para reconectarlos; los desvincula para contactarlos.

Más que de desguetización, entonces, hay que hablar de sujetos y elementos culturales en disponibilidad. No estamos hablando del debilitamiento de un encierro físico, social o cultural de un grupo o de sus individuos, sino del debilitamiento de los lazos estructurales entre los elementos de un cosmovisión cultural, se trate de una judía u otra. Como la cocina molecular, la cultura recombinante no trabaja a nivel molar sino a nivel celular.

3. Entonces retorna la pregunta por el “reagrupamiento” y hasta por la “contraofensiva” ortodoxos. Entonces insisto con la idea de recombinación como condición básica de las circunstancias por donde deambulamos los contemporáneos. La recombinación no es una opción sino el modo general en que se nos ofrecen las opciones, el modo general como diseñamos nuestros poliedros de opciones. Damián Setton cuenta de un integrante de Lubavitch que le dijo “yo soy mi propio rabino”. El fenómeno Lubavitch se da y está sumergido en las mismas condiciones que el fenómeno Yok.

4. Así que caracterizo sumariamente estas condiciones. Por el lado económico, el capitalismo contemporáneo es el de la crisis, más que cíclica, entre recurrente y permanente, el del mercado radical (el que se extiende a los ámbitos no económicos de la vida social), el del trabajo celular y los elementos en disponibilidad sometidos a la reconfiguración permanente. Si Marx y Engels ya hablaban de que las crisis son inherentes al capitalismo y ocurren más o menos cada siete años, hoy estamos hablando de que por ahí ocurren cada dos o tres años. Pero, cada vez que ocurren, son cataclismos, y ­–diferencia crucial con la época de Marx– en las calmas entre las crisis la incertidumbre no se borra, queda al acecho como guardián en el centeno. La incertidumbre es el modo de ser del capitalismo, el modo de estar-ahí, la incertidumbre es el modo de ser de la cultura contemporánea. En estas condiciones, ¿qué seguridad subjetiva puede tener uno cuando no sabe qué es lo que va a permanecer de la vida de uno? La seguridad es algo que se tiene cuando hay permanencia de las cosas básicas. Pero, si no sabés si va a permanecer tu trabajo, no podrás tener certidumbre (tal vez seguirás siendo, digamos, periodista; pero no sabés si vas a seguir en el medio gráfico donde trabajás hoy, si vas a tener que reconvertirte a periodista digital o periodista free lance; tampoco descartamos que en uno u otro momento debamos cambiar de oficio, o incluso reconfigurarlo completamente: hay periodistas que ganan más con la publicidad que hacen circular entre sus seguidores de Twitter que con su puesto formal). Una tal LK publicó en Facebook: “Cómo (cuesta) estar firme, agarrada de la tierra, cuando tantos (vientos) te empujan.” El sujeto contemporáneo no sabe dónde va a estar mañana, ni en lo que respecta a su club, a su laburo, ni en lo que respecta a su país.[3] En otras palabras, las condiciones contemporáneas, tanto económicas como culturales son una especie de centrifugador cultural que, con ese núcleo de crisis permanente, va fragmentando y tirando células para todos lados.[4]

5. Es en estas condiciones que los alguienes debemos llegar a ser alguien y los proyectos llegar a ser proyectos: en breve, incertidumbre permanente y reconfiguración permanente. Centrifugación de sistemas y recombinación de elementos.[5]

En este mundo en que no hay un sentido de la vida que se pueda encontrar en la política o en la religión o en la literatura o en tradiciones añosas y coherentes, sino en puchitos de sentido. Una publicidad del shopping Abasto decía: “Doscientas cincuenta marcas quieren entrar en tu vida”. Con doscientos cincuenta fragmentos de sentido, no sabemos más quiénes somos. O sea, cuando decimos “incertidumbre”, no estamos hablando de cualquier cosa. Estamos hablando de algo que es una angustia vital. Frente a eso, hay estudios que muestran que cuanto más angustiado estás, más bajoneado estás, más consumís e incluso estás dispuesto a pagar más por el mismo producto (y lo mismo cuando estás maníaco, que es otro estado que nuestra cultura estimula). Eso para mí es un condicionamiento cultural en el que se vende que consumir da placer, que es una realización del auténtico yo, de tus gustos más íntimos y cosas por el estilo. Eso sí: te la pasás pasando de secta a secta, de producto a producto o de marca a marca para conseguir tu yo más íntimo. O de look a look. Ciertamente, los grandes sistemas morales y filosóficos tal vez todavía están ahí. Pero se usan fragmentariamente, se toman sus elementos sueltos y se los recombina según lo que parece la necesidad del momento del consumidor. Tanto el oferente como el consumidor hacen un uso instrumental, sea de tu judaísmo, sea de tu carácter de padre o de tano o de feligrés de la religión que sea.

Digámoslo desde otro ángulo. La identidad deja de ser un supuesto subjetivo y deviene instrumento subjetivo.  Se entienda la identidad cultural (judía u otra) como tradición, como continente, como estructura de codificación y decodificación del mundo, como organizadora de la percepción y la sociabilidad, o como práctica social de producción de mundo, sentido y sujeto, se la entienda como básicamente estática o en devenir, la identidad ya no se puede concebir así. En condiciones de centrifugación objetiva, incertidumbre subjetiva y de accesibilidad de los recursos de recombinación, la identidad puede usarse como instrumento (perdón por la redundancia: lo que debemos advertir es que la identidad puede usarse) y rediseñarse según estrategias más o menos antojadizas  o automáticas, más o menos autónomas o heterónomas. El antropólogo Daniel Bargman, me dio el siguiente ejemplo: “Hace varias décadas, se decía que los charrúas habían dejado de existir en Uruguay, pero hace un tiempito, cuando circuló la idea de que los descendientes de los charrúas podían reclamar las tierras que los conquistadores usurparon, empezaron a aparecer charrúas.” Por otro lado, dicen que hoy un poncho wichi vendido en Milán cuesta unos cuatro mil euros. O de repente te hacés polaco para conseguir la ciudadanía europea; también de repente te hacés judío para ir a Israel –con la crisis de 2002 se vio claramente. O te interesan tus raíces judías para conseguir el viaje de BRIA. La subordinación de la identificación a las prácticas de cálculo de costo-beneficio está clarísima. Y está clarísimo que la identidad ya no es una condición de nacimiento que te marca para toda la vida, o que te determina para toda la vida, algo que engloba y signa tu vida en general. Hoy la identidad es algo (¿un capital simbólico?) que usamos puntualmente según la oportunidad y el costo de oportunidad.[6] El punto es que la identidad se torna relevante en función de tácticas de aprovechamiento de condiciones pasajeras y que su forma se torna “personalizable” en función de esas oportunidades. Si en condiciones sólidas o estatal-nacionales el sentido se apoderaba se apoderaba de los funcionamientos culturales, hoy, en condiciones fluidas o mercantiles, es el cálculo el que lo hace. Pero la ganancia que se obtiene no es necesariamente económica sino más generalmente de reducción de incertidumbre.

Abreviando. Las condiciones en que los alguienes deben llegar ser alguien se resumen en incertidumbre, y  se afrontan con consumo. Las condiciones en que los proyectos deben llegar a ser proyectos se resumen en centrifugación y se afrontan con instrumentalización/cálculo y recombinación (en este punto, no debemos olvidar que ser alguien también es un proyecto, y uno recombinante). Pero con estas condiciones y estas respuestas para afrontarlas en continuo funcionamiento, las respuestas espontáneas se convierten ellas mismas en condiciones de base, en punto de partida para ser proyecto o ser alguien, con lo cual se refuerzan la centrifugación, la recombinación y la incertidumbre a la que están sometidos organizaciones y sujetos, sean jewcies u ortodoxos. En el mundo de hoy ser coherente es considerado inauténtico, e incluso una cárcel. Entonces la libertad contemporánea consiste en recombinar. Sí, yo voy y escucho al rabino en el Día del Perdón, pero vengo de comer sushi. De ahí puedo irme a comer una costillitas de cerdo a la riojana en una parrilla de La Boca… No me caso con nadie. Al otro día, me bajo un disco de música celta, voy a un recital de rock chabón y al sábado siguiente estoy en la cancha alentando a Chacarita… esto vale tanto si uno quiere ser judío como si quiere ser argentino o peronista o lo que sea… La recombinación no es una opción en nuestros días sino, digámoslo así, el modo espontáneo de organización de los emprendimientos políticos, económicos, estéticos, identitarios, informáticos, etc. Es un automatismo que se autoimpone.

6. Podríamos esquematizar diciendo que Yok proactúa con tendencias mercantilizantes (recombina y calma con consumo), mientras que Jabad Lubavitch reactúa sobre tendencias a la incerteza (recombina y calma con respuesta-dogma). Bauman en Vida liquida dice: “Los grandes ordenadores vitales de otros tiempos siguen ahí. Nada más que ninguno tiene la fuerza suficiente para ser el ordenador vital.” La apuesta de estas movidas, se trate de Jabad o el fundamentalismo islámico, es darle fuerza ordenadora a esos grandes ordenadores vitales subjetivos que teníamos en la modernidad –o antes.

Esta reacción dogmática, para ser eficaz, debe proceder asumiendo las condiciones contemporáneas que no puede evitar. Con fines de mostrar que las condiciones históricas condicionan a todos los que estamos en el mundo, terminemos esta nota con una digresión sobre Lubavitch, o sobre indicios que conozco. Por un lado, señalo su heterodoxia organizativa; dicen que internamente se organiza de modo verticalista, una tradición propia del catolicismo y extraña al judaísmo diaspórico; un judaísmo dogmático y verticalista es un invento contemporáneo.. Al mismo tiempo, señalo la incertidumbre atravesando a sus miembros; Damián Setton[7] cuenta el testimonio de una chica que va a esos cursos de Torá de Jabad Lubavitch en los que Jabad les paga a los jóvenes para que los cursen. Y dice, aproximadamente, “yo no me caso con nadie. Hoy estoy acá, y por ahí mañana estoy con los sionistas socialistas.” Y Damián esto lo conceptualiza como incertidumbre, con lo cual hay que relativizar mucho la idea de que logran dar solidez, de que logran convertirse en el marco sólido de la vida de todos los que pasan por ahí. Otra de sus prácticas epocales son las colonias de verano para niños, en las que se puede inscribir gratuitamente cualquier niño de familia que ellos consideren judía (según el criterio biologicista por línea materna); los padres que, en época de receso escolar, necesitan, cuando van al trabajo, dejar a sus hijos al cuidado de alguien, pueden hacerlo gratuitamente en una de esas colonias y luego se vuelven a conectar o no con Lubavitch. O sea que Jabad mismo busca adeptos poniendo sus elementos en disponibilidad, al servicio de la recombinación que cada alguien debe hacer para ser alguien. Esa colonia lubavitch, más que disponer una identidad que adoptar de modo vitalicio, ofrece una oportunidad que aprovechar de modo ocasional.[8]


[1] Entre las investigaciones previas que realizó para su libro (Los Lubavitch en la Argentina, Sudamericana, Bs.As., 2010), Alejandro Soifer consideró conveniente entrevistarme. De esa extensa entrevista, extraigo lo que me parecen las ideas centrales que emergieron gracias a la conversación.

[2] Y en lo electoral también: ya no existen los partidos políticamente coherentes, no existen las ideologías, existen los cúmulos de opiniones y las alianzas que no suman fuerzas ideológicamente convergentes sino que recombinan candidatos electoralmente convenientes. Un cúmulo de opiniones, por su parte, tampoco es sistemático, sino un mero amontonamiento que no conforma ideología.

[3] Por ejemplo, en “Jóvenes fuera del judiómetro”, uno de los entrevistados dice “Mis abuelos vinieron hace setenta años a la Argentina y probablemente yo no me muera en Buenos Aires”. En el mismo sentido, el historiador Leonardo Senkman estudia en sus trabajos un personaje del mundo laboral de hoy que podríamos llamar ‘el trasnacional’, que migra constantemente según las oportunidades laborales (comunicación personal).

[4] La imagen del centrifugador cultural es de Alejandro Soifer.

[5] Estos elementos pueden provenir de la fragmentación de sistemas antaño orgánicos (o institucionales) o de elementos producidos hoy al modo de la astitución (ver El bienestar en la cultura, cap. 5).

[6] Esto no significa que el prosumidor se comporte como un empresario al estilo neoclásico plenamente consciente de sus inversiones y el retorno de éstas; también entran a tallar aquí las estrategias de seducción y las de poder  propias y ajenas, la insatisfacción y la satisfacción. Estudios recientes muestran la influencia la inducción social, el ahorro de trabajo investigativo, la evitación de la elección, etc. (ver por ejemplo, Thompson, D., “The Irrational Consumer…”, The Atlantic, 16/1/13). Queda para otro lugar.

[7] En Nuevas voces para una nueva tribu, Buenos Aires, Milá, 2009. Ver también Revitalización de la ortodoxia judía y experiencias identitarias. Jabad Lubavitch en la Argentina, Editorial Academica Española, 2011.

[8] Por supuesto, habrá un juego de capturas mutuas, de ofertas tentadoras por parte del oferente para que el “aprovechador” vuelva a aprovechar los servicios de la organización y quede satisfecho con ellas, así como demandas que el consumidor esperará satisfacer con cualquiera de las oportunidades que el mercado ofrezca. Y puede haber, en ese juego de capturas, una permanencia o al menos recurrencia del mismo individuo a la misma organización. Pero ya estamos ante un tipo distinto relación, que en marketing se suele llamar fidelización del cliente: ya no es una relación sólida, un vínculo trabado institucional e ideológicamente.

En este sentido, no sólo un diseñador de un producto de Nike se basa en encuestas, sino también un candidato electoral. Me consta Yok mismo hace encuestas y focus groups, y, aunque no me consta de Lubavitch, es indudable que recurre a recursos bien contemporáneos de marketing. En todos los casos, la lógica es ir adaptándose a las preferencias del consumidor. Hoy, acompañar al consumidor es una forma de fidelizarlo. Por eso es muy común que una marca de cualquier producto diga cosas como: “Cambiamos todo el tiempo, para estar siempre con vos”, o “Siempre junto a vos, siempre algo nuevo.”

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1 comentario sobre “Cultura fluida: la cultura recombinante

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