El gran Franco Berardi alias Bifo visitó nuestro país presentando las tesis de su Fenomenología del Fin.[1] Este libro brinda una riqueza de herramientas y caracterizaciones que no es el caso abordar aquí.[2] Lo que en nuestra circunstancia interesa retomar es su distinción entre “el modo conjuntivo de interacción social” y el “modo conectivo”.
Bifo ubica una mutación cuyo comienzo coincidiría aproximadamente con el comienzo de la fluidez. Antes de ese momento, dice, había conjunción. Después de ese momento, predomina la conexión. Nosotros, en el trabajo “¿Contactos sin vínculo? Un bosquejo de la vincularidad fluida”, ubicábamos, antes de ese corte, vinculación, después, desligazón y después, contacteo. La coincidencia en el momento del corte y la semejanza de las palabras (“vínculo” y “conjunción”; “contacto” y “conexión”) obliga a preguntar: a) si esas palabras son intercambiables; b) si se enriquecen mutuamente. Por su parte, la divergencia en la periodización (dos momentos según Bifo; tres momentos según nosotros) obliga a preguntar c) si es necesario distinguir dos o tres momentos o regímenes de relacionamiento.
Definiciones.
Conexión y conjunción. La tesis de Bifo es que “desde el neolítico” (sic, p. 18) hasta hace poco la humanidad vivió en el “modo conjuntivo de interacción social” y desde entonces (desde 1970-80 aproximadamente, cuando comienza lo que él llama semiocapitalismo) se viene desarrollando el paradigma conectivo de interacción. Transcribo un párrafo que sintetiza bien el contraste.
“La transición de la esfera de la conjunción hacia la esfera de la conexión es la mutación que está actualmente afectando al organismo social y lingüístico. En este giro, ocurre el cambio. Mientras que la comunicación conjuntiva es una aproximación tentativa a las intenciones de significado de un cuerpo que envía mensajes ambiguos cuya interpretación es objeto de negociación e incertidumbres, la comunicación conectiva implica y presupone una interacción perfectamente inequívoca entre agentes de significación que son sintácticamente compatibles.
“Para entender lo que es la comunicación conjuntiva, tan solo imaginemos a dos personas cortejando, actividad que involucra el deseo, la timidez, la ambigüedad, las insinuaciones e infinitas capas de (mal)entendidos. Para entender lo que es la comunicación conectiva, pensemos en la superposición sintáctica y en la identificación semántica de dos cadenas de información. La conexión es la interacción entre máquinas sintácticas que poseen un mismo formato. Cuando los seres humanos quieren participar en la conexión deben aceptar, previamente, la reducción sintáctica de los contenidos de su intercambio al formato de las máquinas que transportan sus signos.” (FF, pp. 168-9)
Así, la conjunción es semántica y sensible a la vez, mientras que la conexión es sintáctica. (Sintácticos serían el software informático y los protocolos de comunicación, que gestionan la información y la comunicación indiferentes al significado de lo que sea gestionen: fotos, órdenes de compra-venta o de fabricación, estados del alma, resultados de partidos de tenis, ubicaciones geográficas o estudios médicos.)
La interacción que Bifo llama conjunción hace lugar a la ambigüedad y a mensajes no-verbales, mientras que la conexión no, y en ésta, “tampoco es posible manifestar una intencionalidad por medio de matices” (p. 30), pues “presupone una interacción inequívoca” (p. 189); así, por ejemplo, si tomamos como ejemplo el estado del clima en mi ciudad, para el software que me lo informa, no hay ambages, pues nubosidad humedad temperatura y demás son cantidades inequívocas, aunque yo pueda sentir que el día entristece o alegra o aletarga o dinamiza o irrita u otra cosa.
Pero la diferenciación de Bifo sigue. El criterio de verdad de la conjunción, dice, es el placer de la conjunción misma y no la pertenencia identitaria (p. 20), mientras que el criterio de la conexión es la interoperabilidad (digamos: si mis fotos y tus fotos pueden subirse a Facebook, entonces su compatibilidad permite que interactúen, y la interacción es ‘exitosa’). Lo que constata que una conjunción ‘marcha’ es su disfrute, mientras que una interacción conectiva ‘marcha’ si es operativa.
En el modo conectivo la interacción es funcional y los términos siguen diferenciados tras interactuar (p. 29), mientras que la conjunción “es el encuentro y la fusión” (p. 30). Este “proceso de transición gradual de interpretación semántica a diferencias sintácticas”, que venimos viviendo desde los ’70, conduce “a un creciente intercambio desensibilizado de signos” (ibíd.). Pero, quizá lo más importante desde el punto de vista de la estrategia de Bifo (volveremos luego sobre ella), es otra distinción entre ambas modalidades conectivas: que la conjunción crea significado (p. 29), que ese significado es “previamente inexistente”, que resulta coextensivo al espacio colectivo creado por la conjunción, y que así la conjunción produce subjetividad colectiva (p. 27), mientras que la conexión no produce ni requiere colectividad (p. 244) y es indiferente al significado (pues, como decíamos, su funcionamiento es sintáctico y no semántico). Y también importante es que, a diferencia de la conjunción, “la conexión no es singular, intencional o vibracional” sino que “genera mensajes que solo pueden ser descifrados por un agente que comparta el mismo código sintáctico en que se generó el mensaje” (p. 28); de modo que en la conjunción es posible que se relacionen elementos heterogéneos, mientras que en la conexión se relacionarían elementos compatibilizados por su reducción previa a un código binario-sintáctico, es decir, formateados (pássim), es decir, homogéneos.
En este contrapunto mostraremos que hay distintas formas de homogeneización en el relacionamiento (la vincular era una forma de homogeneización y la conectiva es otra), y que antes del semiocapitalismo el modo de interacción dominante no era la conjunción como la define Bifo sino el vínculo como lo definíamos en “¿Contactos sin vínculo?”. También afirmaremos que el relacionamiento fluido que llamamos contacteo produce cierta sensibilidad que contradice la idea de una desensibilización general que recorre Fenomenología del fin, o al menos la limita a un cierto sentido. Habrá más complejidades para abrir, pero dejemos que se vayan desarrollando con el transcurrir del texto.
Distingos. O por qué todo precario debe aprender a contar hasta tres.
Conjunción no es vínculo; conexión tampoco.
Así, la conjunción berardiana, creadora de sentidos y subjetividad colectiva, parece ser un modo de interacción que nos hace devenir otros con otros. No era el caso del vínculo sólido, que mantenía los términos siendo los mismos con los mismos en una relación que también se repetía en su mismidad. Por ejemplo, el marido y la esposa de, digamos, la década de 1960, repetían sus prácticas según lo preestablecían los roles de toda relación matrimonial, que así también se repetían Y la conexión, por su parte, con sus acoples funcionalmente inequívocos e inequívocamente funcionales, con sus elementos heterogéneos, parece ser un modo de interacción que nos separa de nuestra capacidad de alterar y ser alterados, al igual que ¡el vínculo sólido! Conexión actual y vínculo sólido se nos aparecen ambos como formas de evitar el devenir otro con otros.
Sin embargo, la conexión no es un modo sólido, al menos por cuatro motivos: por un lado, las relaciones conectivas están siempre “al borde del colapso”; por otro, son veloces (“para los amantes precarios ya no habría tiempo disponible para las caricias y la conversación”; p. 51); por otro, se dan entre “segmentos modulares de tiempo de atención” (p. 191) y no entre personas; por otro, no producen una conciencia colectiva de la relación que sostienen (pp. 242-5); por otro, sencillamente, por la técnica disponible en tiempos sólidos (radio y tv, mas no internet y smartphones ni mucho menos técnicas de software como el big data y el deep learning).
Conexión y contacteo.
Nos preguntamos en este trabajo si los paradigmas de interacción berardianos son sinónimos de las vincularidades históricas que distinguimos en “¿Contactos sin vínculo?” (en adelante, CSV).
Pues bien, el contacteo y la conexión no son nociones intercambiables entre sí, pero sí se enriquecen mutuamente. En primer lugar, no son intercambiables. La conexión berardiana requiere necesariamente mediaciones informáticas (mediatización); el contacteo, no, aunque puede emplearlas. Aparte, la conexión se asegura a pura sintaxis digital; el contacteo, en cambio, usa una sintaxis fluida diferente a la sintaxis del vínculo sólido, como veíamos en las viñetas de CSV o en el contacteo vía Tinder,[3] pero no prescinde de una semántica imaginariamente compartida y precariamente compartida. Claro que esta semántica es también fluida: es una semántica imaginal.[4]
La semántica imaginal, con su precaria y veloz y fácil conexión entre significado y significante tanto como entre referentes y signos, logra crear rápidos entendimientos entre quienes se relacionan (entendimientos que pueden caer tan fácil como una distracción ocurra, creando serias ofensas y agresiones así como fáciles reconciliaciones o nuevas relaciones); la viñeta de Gonzalo y Marina en CSV es un buen ejemplo, y seguramente el lector puede mencionar muchos otros; mencionaré uno.
En el Bachillerato Popular Sol del Sur, donde fui profesor y les profes no teníamos salario por nuestro trabajo, era[5] frecuente que tal o cual profe debiera dejar la escuela por diferentes motivos (los económicos, con ser los más frecuentes, no eran para nada los únicos), así como era frecuente que ingresaran nuevos profes; lo que quiero contar es lo siguiente: la o el profe nuevo se incorporaba al colectivo tras una conversación con dos o tres compas en la que se le pedía que, tanto al comenzar como en el caso de tener que abandonar la escuela no lo hiciera por mail o whatsapp sino que viniera a una reunión de profes a integrarse o a despedirse; nunca ningún “aspirante” se opuso a esa condición; sin embargo, el “sí, claro” de esa aceptación tenía una relación tan precaria con la posibilidad efectiva de disponer del tiempo (y la subjetividad) para ir a una asamblea a abrir o cerrar un proceso de tejido de relación, que constatábamos una y otra vez que el contacto entre une profe y una escuela pendía de una semántica para nada sólida ni consolidada. Había contacto fluido, contacto precario, pero no, esa “identificación semántica de dos cadenas de información” que Bifo atribuye al modo conectivo.
Por otro lado, conexión y contacteo se enriquecen mutuamente: la conexión muestra de qué manera se puede reducir la potencia del encuentro sin la mediación de un Tercero: con la reducción a un protocolo que hace que los conectados tengan “interoperabilidad”. Y el contacteo a su vez le muestra a la conexión que la dificultad para lograr acoplar con el otro se da también con la compu apagada y en gente que no pertenece al cognitariado. La ausencia, en nuestra circunstancia, de un Tercero “paninstitucional” como fue el Estado-nación signa las relaciones en general, no solamente las de los cognitarios.
Una diferencia importante es que nosotros vemos inconsecuencia en el contacteo, mientra que, para Bifo, si bien habla de precariedad de la conexión, la inconsecuencia vincular no es una cuestión. Aquí entendemos inconsecuencia como avatares ‘mercantiles’ o fluidos que precarizan o abortan o neutralizan un proceso de afectación mutua y de generación de un espacio relacional común a los elementos de la relación (esos avatares pueden consistir en pérdida del lugar de trabajo compartido, mudanza, quiebra de la empresa donde trabajamos, caída de la conexión a internet, desacuerdo súbito respecto de intereses novedosos, asados ahora imposibles por un veganismo súbito, amistosos préstamos de dinero que de repente no se pueden devolver, fin de los subsidios al centro cultural donde hacíamos yoga juntes, etc. etc.).
Vínculo y conjunción.
En cuanto al vínculo sólido y la “concatenación conjuntiva”, no son intercambiables y no se enriquecen mutuamente (aunque sí se aclaran mutuamente). El vínculo no es una “aproximación tentativa” o una “concatenación rizomática que depende de la habilidad para desambiguar signos no verbales de un otro heterogéneo”, sino un acople imaginario que se logra por mediación simbólica de un Tercero que homogeneíza los términos que se vinculan.
La caracterización freudiana de los pares que se reconocen en tanto y en cuanto el líder los reconoce es un buen ejemplo de mediación del Tercero; la imagen de los desconocidos que compartían la experiencia escolar infantil de la germinación del poroto o el acto del 25 de mayo es un buen ejemplo de homogeneización subjetiva, sobre todo porque compartían operaciones subjetivas como “tener tarea para el hogar”, “formar fila”, saludar al directivo y a la bandera y otras implicadas en las mismas, como retener las ganas de orinar o de conversar hasta el recreo, así como compartían sus significaciones y connotaciones (callar es bueno, estar quieto es necesario, obedecer a la moral es deseable, el reconocimiento de uno por parte de la autoridad merece la propia sobreadaptación a sus exigencias, y así), como asimismo les resultaban aprendizajes eficaces para desempeñarse en la fábrica donde esos dos desconocidos llegaban eventualmente a ingresar a trabajar y vincularse (y a reconocerse entre sí por mediación del jefe).
De tal forma, les que se vinculaban podían saber qué esperar del otre y creer que lo encontraban (obviamente, de modo imaginario) pero este acoplamiento se daba prácticamente, porque cada cuerpo se ubicaba en el lugar simbólico que el Otro, el Tercero (personificado en el patrón o la maestra o el cura o San Martín), guardaba para ese cuerpo. (En la línea de Ignacio Lewkowicz, por lo demás, se debe indicar que la solidez y sus formas se dieron mientras hubo Estado-nación y no “desde el neolítico”).
Vínculo, conjunción y sensibilidad.
La concatenación conjuntiva, con su capacidad de lograr composiciones autónomas y singulares, con su carga de sensibilidad, parece más bien –antes que la concatenación típica de tiempos industriales y estatal-nacionales– una forma de subjetivación en plus del vínculo de esos tiempos (los sólidos): parece eso que lograban las experimentaciones artísticas del siglo XX o los movimientos juveniles de los 1960’s, pues en ellos la sensibilidad no lingüística era decisiva (Bifo dedica buena parte del libro a la cuestión de la sensibilidad como facultad perceptiva y proyectiva que hace posible la conjunción). Entiendo que el psicoanálisis y el psicodrama se hacían fuertes en lograr pensar eso de los vínculos que no entraba en el orden que los discursos vinculares establecían, que buscaban hacer espacio a, entre otras cosas por supuesto, sensaciones que los contratos narcisistas sólidos obligaban a reprimir. Por su parte, el rock y la poesía lograban relacionar los cuerpos incorporando y proyectando lo sensual de los cuerpos. Lo sensual era exceso que subvertía la solidez del vínculo anudado al Tercero. Movimientos juveniles, psicodrama y psicoanálisis desarrollaban una sensibilidad que la vincularidad sólida reprimía o comprimía en sus moldes; si hicieron tanto ruido fue porque la conjunción que practicaban no era lo dominante en esos tiempos previos al semiocapitalismo.
Así, la conjunción de que habla Bifo no puede concebirse como dominante en tiempos del capitalismo industrial. El vínculo sólido fijaba los cuerpos a sus lugares en el mismo (lugares simbólicos, emplazamientos de un marco consolidado como fondo por la metainstitución estatal-nacional), y propiciaba la repetición de las prácticas y, como dice Rancière, el anudamiento entre persona, tarea, nombre y lugar. A su vez, todo ese anudamiento estaba anudado a un sentido trascendente (Dios o la Nación o la Historia o la Familia, o algún constructo por el estilo: esos que quedaban a salvo de la accidentada y polvorienta vida cotidiana, pero podían volverla significativa si ella se vinculaba con ellos). No por casualidad llama Mariana Cantarelli a los tiempos sólidos la era de “la gran vinculación”:
“La crisis de la sociedad actual implica una transformación vasta, pero ¿en qué consiste esta transformación? Por un lado, es el fin de la era de la gran vinculación, caracterizada por el disciplinamiento y la articulación social. Como parte de ese funcionamiento, el régimen social garantizaba un suelo institucional común. El Estado y sus instituciones hacían de la vinculación mutua el marco y el lenguaje de la existencia social. En rigor, una vida podía ser pensada como la rutina que, más allá de sus variedades, transcurría de la casa al trabajo y del trabajo a la casa.”[6]
De tal forma, el vínculo generaba pertenencia e identidad. El mismo Berardi dice que
“la conjunción no tiene nada que ver con la pertenencia. Mientras esta supone una implicación necesaria y una identidad fija, la conjunción no refiere a algo integrado o natural. Los actos conjuntivos no presuponen ningún significado, ya que este es creado por los actos de conjunción.” (p. 244; subrayado mío)
Implicaciones necesarias, pertenencias imperecederas, identidades fijas, significados presupuestos: todo eso es estructuración sólida de lo social, y no puede asimilarse a la conexión que es modo de interacción de tiempos semiocapitalistas, ni a la conjunción que es modo de interacción de espacios colectivos deseantes (tanto en tiempos industriales como posindustriales).
De tal forma, la conjunción se opone tanto a la conexión como al vínculo; se opone tanto al relacionamiento fluido como al relacionamiento sólido. Así, la conjunción sería entonces más intercambiable con lo que en CSV llamábamos trama consecuente, pues es una subjetivación sin Tercero, una singularización dable en tiempos posindustriales y fluidos (también dada en los movimientos “posleninistas” que el mismo Bifo recoge del postrero capitalismo industrial: mayo de 1968, los ’70 italianos). Pero asimilar trama y conjunción exige pasar por otros conceptos y otra periodización. Volveremos sobre esto luego, en el parágrafo “Usos”.
Necesitamos entonces otras distinciones y otras oposiciones. Lo más activo, en breve, en esta época, está, no tanto en oponer concatenación conectiva-sintáctica y concatenación conjuntiva-semántica, sino más bien en distinguir las formas diversas de semantización o significación del mundo.
Esa significación puede ocurrir sin concatenación conectiva (como ocurría con la semántica representacional), y aun así evitar la conjunción (como la evitaba la semántica representacional), o puede ocurrir con concatenación conectiva (como ocurre con la semántica imaginal), y también así evitar la conjunción. La conjunción, que sin duda es, en términos generales, favorecida o desfavorecida por la tecnología de comunicación reinante en cada momento histórico, nuestra época la torna improbable o la somete a su precarización, a su inconsecuencia, pero más por ser una comunicación sin la mediación de un Tercero y sin la homogeneización de un suelo-mundo común que por ser una comunicación formateada.
Bifo diría que en una comunicación formateada los términos de una concatenación se conectan sin sentirse, y por eso no se dan conjunciones o “composiciones afectivas conscientes”; nosotros decimos que los contactos se conectan sin inscribirse en un campo social y simbólico estable, y por eso se dan relaciones precarias, expuestas a su dispersión (sea en la forma de disolución, sea en la forma de su proliferación inconsecuente, incluso en la forma de enjambre o “equipos colaborativos”).
Estrategia de Bifo: recomposición de clase.
Digamos ahora algo sobre las distintas estrategias que orientan al trabajo de Berardi y al pensamiento de la segunda fluidez. Pues hay una política posible en la dupla conjuntivo-conectivo y otra en el trío vínculo-fragmentación-contacteo. Explicitemos la de Bifo. Según él, estamos en la siguiente encrucijada:
“La red global de automatismos algorítmicos que ha penetrado en la esfera del capitalismo financiero es un intento por cartografiar y someter el general intellect [el conocimiento social devenido fuerza productiva o cognitariado]. Puede que este intento tenga éxito, en la medida en que aquel pueda ser reducido a un sistema de funciones operativas, implicaciones lógicas e interacciones tecnológicas. Por el contrario, puede que no tenga éxito, ya que el general intellect posee un cuerpo, que es el cuerpo de incontables trabajadores cognitivos que viven bajo condiciones de precariedad salarial, competencia estresante, explotación e hiperestimulación nerviosa. Aquí reside el punto débil de la matrix.” (p. 193)
La cuestión clave, para Bifo, como la plantea en el libro y como la remarcó en su paso por Buenos Aires y Rosario[7], es la de la “recomposición” de la clase trabajadora cognitiva (o “cognitariado”), la única que podría luchar eficazmente contra el semiocapital. Enseguida veremos que, según nuestro tano, la composición y la recomposición son imposibles sin conjunción. De forma que si explicita la conexión como obstáculo a la conjunción, es porque su búsqueda es la de las vías de una recomposición de clase.
Pero vayamos paso a paso. Primero, la composición:
“La composición social es el proceso de [mezcla] cultural entre organismos conscientes y sensibles que son relativamente diferentes, y que comparten la misma habilidad para comprender aquello que no es exactamente intercambiable, sino que puede ser intercambiado a través de pequeñas (o grandes) transformaciones en los organismos en sí mismos.” (p. 189)
Segundo, la recomposición:
“En el vocabulario del post-operaísmo italiano, la noción de recomposición (de clase) social juega un rol importante, ya que se refiere al proceso que está en la base de la solidaridad política y de la creación de condiciones culturales y psicológicas para la autonomía social de los trabajadores de las reglas capitalistas.” (ibíd.)[8]
Tercero, la “descomposición” por efecto de la recombinación semiocapitalista:
“El proceso de recomposición está actualmente amenazado… debido a la reestructuración técnica de la maquinaria social. En las últimas décadas del siglo pasado, la ofensiva neoliberal, ligada a la desterritorialización técnica…, destruyó las antiguas formas de organización sociales de los trabajadores y comenzó un proceso de descomposición… El producto del trabajo desterritorializado es recombinado en la red… Los seres humanos involucrados en los procesos productivos, cooperadores precarios cuya composición social es fragmentaria, son transformados en… segmentos perfectamente recombinables de flujos de información modulares.” (pp. 190-1)
Estos segmentos son “fragmentos de vida incapaces de encontrarse y conjugarse, pero perfectamente capaces de interactuar cuando la red digital los recombina.” (p. 231)
Pero, cuarto, Bifo tiene la esperanza de “intensificar la sensibilidad del general intellect” (p. 315) y de que éste se reúna “con su cuerpo sensible para crear las condiciones de independencia del conocimiento respecto a la matrix y de singularidad de la experiencia” (p. 336). Es decir, su estrategia es la recomposición de una clase considerada la única capaz de antagonizar exitosamente con el capitalismo contemporáneo, el general intellect, el cognitariado.
Esperamos haber podido resumir claramente la cuestión que orienta la reflexión berardiana: allí donde la lucha contra el capital contemporáneo necesita solidaridad social y política, necesita recomposición de la principal clase explotada, y esta recomposición necesita conjunción. Porque “la solidaridad no está basada en cuestiones éticas o ideológicas, sino que depende de las características de las relaciones entre los individuos en el tiempo y el espacio” (p. 190).
La conjunción, en tanto efecto de la sensibilidad y continuidad de los cuerpos, es condición para la “inmediata comprensión de la consistencia de mis intereses con los del otro” (p. 190). Pero la conjunción, sigue Bifo, se haya seriamente comprometida (aunque no totalmente cancelada) por el modo conectivo de interacción que, como vimos, disminuye lo que para él es clave: la sensibilidad, la sensitividad, la posibilidad misma de empatizar y componerse con otros. Aun así, Bifo plantea posible y no totalmente cancelada la recomposición de una clase en descomposición, que por sufrir este proceso –la descomposición de clase, la fragmentación, la recombinación sintáctica, la heterogeneidad (p.191)–, ni siquiera es reconocible como clase compuesta (ningún técnico en imágenes médicas se considera ni es considerado de igual clase que un docente o un youtuber o un broker financiero, y dudosamente de la misma clase que, incluso, el cognitario que transcribe los informes de las imágenes que él produce –por poner unos pocos ejemplos). La única forma de que esta posibilidad teórica encuentre una plausibilidad práctica –leemos en Bifo– es la conjunción, o la “intensificación de la sensibilidad del general intellect” y la composición de sus fragmentos como cuerpo sensible autonomizado de la forma que le impone el semiocapital.
Así, con la conjunción, volvemos a lo que nos interesa en esta vuelta a la cuestión de la vincularidad fluida. Queremos pensar los modos de relacionamiento o de interacción o de concatenación. Y queremos mostrar que conviene periodizarlos en tres momentos (al menos): solidez, primera fluidez, segunda fluidez; o: vínculo, desligazón, contacteo.[9]
Estrategia de un pensamiento de la fluidez: tejido de trama.
En lo que a esta cuestión respecta, no nos conviene distinguir sólo dos momentos, uno vigente en tiempos de capitalismo industrial (incluso, desde antes, desde el neolítico) y otro correspondiente a tiempos de semiocapitalismo. Nos hace obstáculo creer que los momentos son sólo dos y suponer que lo que nos hace obstáculo hoy pasa exclusiva o principalmente por la reducción sintáctica de todas las relaciones interhumanas.
El problema político en el mundo de hoy es la gran capacidad de captura de lo común, la gran flexibilidad y movilidad de la dominación para neutralizar y domeñar lo que se le escapa. Esta gran capacidad de captura del relacionamiento humano se debe, creo, a una recombinación, a una hibridación del relacionamiento sintáctico y el relacionamiento semántico.
Según Bifo, lo semántico no está en las conexiones sino en el cuerpo a cuerpo, en la sensibilidad, y, si está, está como efecto de una experiencia sensible-conjuntiva que creó sentido y capacidad de crear sentido. Es que, entendemos, la concatenación sintáctica se da a través de las redes, pero, en nuestra línea de conceptualización, a través de las redes se da también la concatenación semántica (pero lo semántico imaginal, no lo semántico representacional). La imaginalización provee sentidos a las relaciones, y en este sentido es una forma de conexión semántica, pero una precaria.
Si bien ampliamos la cuestión de lo imaginal en la parte de este volumen dedicada a ello, diremos que la dinámica imaginal de los signos es una donde un signo y su referente no son parte de una estructura de representaciones y por lo tanto su conexión es montable y desmontable, y recombinante. Muy prontamente dicho: la conexión entre una foto de mí en mi perfil de una app de citas y su referente no es necesariamente, ni mucho menos, de adecuación, como tampoco es de adecuación lo que cuento de mí en mi “biografía” de Facebook y mi vida, ni es de deducción ni progresión la relación entre lo que conté ayer y lo que cuento hoy, pero tampoco se somete a comprobación ni a coherencia la opinión “política” que emito en la cola del supermercado ni lo hacen los dichos del gobernante y del candidato. Tampoco se ata a su referente lo que le digo a una pareja o a un equipo de trabajo.
Tomemos un momento de la serie Millennials.[10] Allí Benjamín cuenta proyectos empresariales que no traía a Juanma, que sí los tenía; el proyecto de Benja coincide con el de Juanma y se convierten en socios y amigos; ahora bien, el proyecto de Benjamín es un conjunto de signos que no existía como conjunto hasta que en el lugar de co-working se lo oye relatar parcialmente a Juanma sin que éste lo advierta; Benja se lo cuenta como si fuera propio, y Juanma se pone contento por la coincidencia y la posibilidad de asociación. Vemos pues una relación empresarial y amistosa construida sobre la precariedad del contacto entre signos y referentes. Llegarán los conflictos en la historia, por supuesto, pero serán típicamente novelescos y no tendrán que ver con esta manipulación semántica por parte de Benja; es decir, lo que desde un punto de vista representacional llamaríamos inadecuación o engaño (pues Benja simuló ser autor de una idea que en realidad escuchó de otro), desde un punto de vista imaginal no provoca conflicto relacional. Y no lo provoca porque los signos imaginales no se vinculan a sus referentes sino que se conectan con ellos (se relacionan precariamente).[11]
Un señalamiento necesario antes de volver a nuestro contrapunto es que lo imaginal no miente o encubre (como haría una semántica sólida o representacional) sino que es su misma velocidad, su aceleración, lo que impide la decodificación secuencial de significados[12] y la verificación de las aserciones, las proyecciones y las aspiraciones, incluidas las propias emisiones, en un contexto de sobredemanda de atención –que siempre señala Bifo como morbilidad propia de esta época– que no es en rigor un “contexto” sino una dinámica interna al dispositivo imaginal.
En breve, toda la dinámica semiótica fluida compele a generar contacto y no vínculo entre signo y referente, pero también entre el enunciador y su enunciado, pues las conexiones se someten a una lógica mercantil y no a una gramática estable (mi posteo de ahora no necesariamente me representará mañana, pero me habrá rendido unos cuantos likes y retweets).
Y esta precariedad vincular entonces no depende de las formas de explotación del trabajo cognitivo (cuestión clave y piedra de toque del planteo de Bifo), sino de la labilidad de los contactos de todo tipo (no solo laborales); depende de la inconsecuencia de que hablábamos en CSV –una inconsecuencia que alcanza a la semiosis imaginal.
Y, si el problema está en esa labilidad de las relaciones contemporáneas, en esa inconsecuencia de los efectos de los contactos, entonces nuestro obstáculo y nuestra estrategia cambian. Lo inconsecuente del contacteo es que no genera sostén, que las relaciones no se convierten en una referencia estable para les que se contactan, que la potencia de afectación mutua no se despliega, que el contacto mismo queda como no trabajable, pues el contacteo es una forma mercantil de relacionamiento: se producen conexiones y desconexiones allí donde conectar y desconectar son rentables.
La rentabilidad, la ganancia que propicia conexiones y desconexiones puede ser dineraria o libidinal. En cualquier caso, por un lado, somete la relación a los vaivenes y bamboleos de un mercado económico o afectivo y no a los lugares y sentidos de un suelo común de interacción (diferencia con la solidez y sus emplazamientos industriales y estatal-nacionales) y la somete, por otro lado, al fin exterior de la ganancia y no a la inmanencia de su experimentación (diferencia con la trama consecuente y con la conjunción). Aun si ni se dan ganancias ni se hacen los cálculos con ese fin, se da su carácter mercantil, pues, como dice el mismo Bifo, nuestra época produce enjambre y no sociedad o comunidad.
Las relaciones mercantiles se conciben y practican como un intercambio en el que las partes se contraprestan servicios sin afectarse mutuamente y sin partir de un suelo estatal-histórico compartido (diferencia con el vínculo) y sin crear mundo común a los términos así conectados (diferencia con la trama consecuente). El asunto es generarnos procesos de afectación mutua, donde la afectación misma pueda ser trabajada, procesos de devenir otros con otros, donde el devenir constituya común: devenirnosotros.
No hay en nuestra línea una estrategia a priori de organizar a la clase productora y explotada, sino una estrategia situacional allí donde unos contactos generen unas consecuencias y estas puedan ser recuperadas por la red de contactos y convertirse en trama, allí donde una red se experimente como la inmanencia de su tejerse y no como el medio para otra cosa (aun si hace otras cosas), allí donde unas consecuencias de unas relaciones tejan más consecuencias relacionales.
“Consecuencia relacional” puede llamarse a muchas cosas; puede ser que “consecuencia relacional” signifique más libros y más interlocución –como en Red Editorial– que a su vez acarrea más relación, puede ser que signifique cohabitación e hijos –como en algunas parejas– o viajes o migración –como en otras parejas– que a su vez acarrea más relación, o proyectos autogestivos –como en algunas redes de amigos– o deambulaciones exploratorias o reuniones pautadas –como en otras– que a su vez tejen más trama. Pero también extraer consecuencias (producirlas a partir de efectos que de otro modo se dispersan en el fluido) puede significar afirmación de lo que la relación puede o de lo que cada uno pueda en la relación al vivirla, y a la vez, como decíamos en CSV, significa abrirse a la desmesura de su porvenir no calculable y recuperar singularmente lo que singularmente se produjere.[13]
Aquí estaría la cuestión clave, estratégica, para nosotros. El obstáculo con que nos encontramos en el relacionamiento contemporáneo no nos parece una insensibilización que generan las máquinas de funcionamiento binario sino una sensibilización específica, prolífica en contactos inconsecuentes (una sensibilidad especial se requiere para percibir, en la persona que me acaban de presentar, un recurso útil, aprovecharlo y eventualmente desechar la relación, así como se requiere una sensibilidad específica para “no engancharse” con alguien que “no te sirve”, pero también para “seguir” a un tuitero o un youtuber que “me divierte” o “tiene muy buena data” u otro beneficio semiótico,[14] como atraer suscriptores a mi canal, pero también para competir con les integrantes de mi equipo de trabajo o estudio sin importarme las chances de estallido del equipo).
Esta sensibilización específica, prolífica generadora de contacteo fluido, es efecto, también, de la dinámica imaginal, de sus sentidos precarios y recombinantes, y no solo de la compatibilización binaria y sintáctica. Esta misma “reducción binaria” de que habla Bifo, sus algoritmos, por lo demás, facilita mucho la circulación de sentidos variados (la microsegmentación de la publicidad es un buen ejemplo, pero también lo es la asignación de un cierto telemarketer a un cierto usuario cuando este hace un llamado[15]) y genera contacteo que, por un lado, como él dice, no tiene necesidad de ajuste de signos no verbales y no desarrolla esta capacidad en la subjetividad, pero que, a la vez, ofrece la satisfacción del reconocimiento a quienes se contactan (por ejemplo, una app como Samsung Health me dice “Felicitaciones Pablo, caminaste sesenta y dos minutos hoy!”; esta congratulación es un sentido logarítmicamente generado, pero que vía logaritmos y código binario produce/configura/captura mi afectividad, más que reducirla hasta prácticamente cancelarla). Se ve, en breve, que estos tiempos más linkeadores que vinculadores generan una sensibilidad específica, histórica –diferente por supuesto a la sensibilidad de tiempos sólidos– más que una desensibilización o una pérdida de sensibilidad.[16]
La estrategia de un nosotros, en fin, no es la recomposición de una clase explotada definida a priori como clase sino que sucedemos allí donde una subjetividad colectiva, común, singular, una malla de sostén afectivo, pueda ser producida y se convierta en un agenciamiento alterador, un singular espacio común de devenires otros. Esto puede pasar en un aula escolar, en un grupo terapéutico, en un equipo de un hospital, en un bachillerato popular, en un equipo de co-visión, en una residencia, en un colectivo de madres de menores en problemas con la ley o las sustancias, en una compañía teatral, etc.: digo, no necesariamente en escenarios laborales, y no necesaria ni principalmente en escenarios laborales de la economía del conocimiento.
Donde haya composición, trama, devenir otros en común, allí hay una tarea, allí hay una consecuencia en proceso de producción. La tarea será, allí, para esa trama, producir las consecuencias que la tejan y la mantengan deviniendo singular. Si ese proceso ocurre entre trabajadores cognitivos, entonces la tarea, allí, será una composición de clase; pero lo será luego y no antes de que ocurra, en esa situación y no globalmente. No podemos asignarnos una tarea a priori como ir allí donde sea que el general intellect es explotado sino que un agenciamiento se trama allí donde una red se teja como trama, allí donde unos contactos se tramen en sus consecuencias. La tarea de la trama es tramar, y esa tarea aparece como consecuencia, no como premisa, y representa una tarea para quienes componen la trama, no para toda la humanidad.
Bien. La diferencia con Fenomenología del fin no solo está en una “cronología” más compleja, que recurre a tres momentos y no a dos, ni solamente en una “política” más compleja, que halla una modalidad específica de subjetivación en cada uno de esos momentos, tampoco solamente en una interacción más compleja entre lo sintáctico y lo semántico, sino también en la subjetivación que se imagina y se percibe ocurrir.
La diferencia clave, y la propuesta central, está en que no pretendemos la subjetivación de una clase, definida a priori, sino la subjetivación de un colectivo que se define en su inmanencia, en su recuperación de ciertas consecuencias, en su impedir que esas consecuencias se disuelvan o se dispersen en las dinámicas de valorización mercantil de la época. Una propuesta, en otras palabras, que apuesta a prestar atención a las formas en que cada red trama su común, cómo lo cuida y cómo lo expande.[17]
Esta diferencia, a su vez, acarrea una diferencia más profunda, pues Bifo está pensando cómo derrotar al capitalismo, mientras que nosotros estamos tratando de pensar cómo, gracias al relacionamiento, hacer la experiencia de una existencia, cómo producir subjetivación. Mejor dicho: estamos tratando de pensar las subjetivaciones que se producen.
En este sentido, señala Franco Ingrassia, el planteo de Bifo termina siendo más bien molar y el que presentamos aquí, más bien molecular –en particular, la idea de una recomposición de clase, pero también la idea de una encrucijada global (tan cara al marxismo y al progresismo). Hay una encrucijada, sí, pero en cada situación relacional: ¿la relación, esta relación, se tramará como un espacio colectivo o se limitará a ser un nodo más de la red de contacteo donde cada persona es un mundo?, o –lo que es lo mismo pero con otras palabras–: ¿lograremos, estos que nos relacionamos, hacer experiencia de la existencia de nosotros o nuestro contactarnos pasará sin afectarnos?
Estrategias distintas, correlativas a distintas políticas posibles.
Dos o tres momentos en la periodización.
Pasemos a la cuestión de la conveniencia de distinguir tres momentos de relacionamiento y no dos. Primero aclaremos que nuestra secuencia triple no quiere ser definitiva, y que toda secuencia histórica puede ser continuada por un nuevo segmento que la reescribe al agregarse. Si los pares dicotómicos tienen la ventaja de ser claros, también tienen la desventaja de parecer completos. El tres corre con desventaja en lo respectivo a la claridad, pero tiene la ventaja del plural, “no como número gramatical, sino como reserva de infinitos: recovecos inadvertidos de lo indeterminado.”[18]
En palabras de Franco Ingrassia, “todo precario debe aprender a contar hasta tres”. Él dice:
“Bifo tiene más pensado el pasaje al posfordismo. Por eso piensa el cambio de época en términos de recomposición de clase, porque Italia fue un laboratorio de ese pasaje. Nosotros desde acá tenemos más pensado el pasaje al neoliberalismo. Pensamos el cambio de época en términos de mutación de la ontología de lo social, porque Argentina fue un laboratorio de ese pasaje.”[19]
En estas tierras, el desguace del Estado nacional y benefactor nos sumió en una experiencia subjetiva anonadante, lo que Ignacio Lewkowicz llamó “catástrofe”, o destitución generalizada.[20] En ella –vueltos obsoletos o inviables los procedimientos instituidos en el siglo XX para que alguien o algo llegaran a existir– era la existencia misma lo que resultaba improbable. No se trataba del pasaje del “obrero masa” al “obrero social” y de la reconfiguración de la clase productora –como tan bien describiera el postoperaísmo italiano–, sino del agotamiento –que tan bien describiera Lewkowicz– del suelo invisible, metaestructural, donde cualquier relación social (desde las institucionales hasta las laborales, pasando por las conyugales, incluyendo esa relación social que llamábamos “yo”) llegaba a ser un ente entre los entes, o a ser una práctica entre las prácticas, o a ser alguien entre los alguienes.
La constitución de una práctica como tal práctica depende de unas condiciones históricas. En otras palabras, la determinación de algo como un ente, como un alguien, como una práctica, como lo que sea, es un proceso práctico que depende de condiciones prácticas. En otras palabras, toda ontología de lo social es histórica, condicionada.[21] Y el pensamiento de la fluidez es el pensamiento de las vías prácticas por las que las que cosas, signos, sujetos, relaciones, instituciones y demás llegan, en las condiciones contemporáneas, a constituirse como seres.
Este “llegar a ser” (algo o alguien) ha conocido, en los últimos quince o veinte años, notables creaciones históricas en sus modalidades –y son estas modalidades prácticas de llegar a ser un ente social las que la segunda fluidez quiere referir: la astitución, el contacto sin vínculo, la imaginalización, el Estado posnacional, son formas que muestran una mutación del orden de la ontología social más que del orden de la producción económica. Se trata de pensar “la precarización de los objetos y los sujetos del capitalismo.”[22]
He ahí entonces la razón más general de la necesidad de distinguir tres momentos: existencia estatal, “desexistencia” mercantil, existencia mercantil. Refiriéndose a los años macristas, el filósofo D. Tatián decía:
“La destrucción del tejido social, de la autoestima de miles de personas por la caída en la intemperie laboral, de la autonomía política frente a los poderes financieros, de los bienes comunes materiales y simbólicos atesorados por el trabajo y el pensamiento de muchas generaciones, del acceso al alimento y a las más elementales condiciones para afrontar el reino de la necesidad, no agotan todas las dimensiones de la destrucción. Existe una, intangible, del orden de los vínculos… El daño mayor se produjo… en los vínculos entre las personas y de las personas consigo mismas.”[23]
Este párrafo sirve de indicio del nivel ontológico donde se juega nuestro drama. En la fluidez conviven la primera y la segunda, pues la des-existencia es una posibilidad de la existencia, la destitución es una posibilidad que late en el núcleo de la constitución (que toma la forma de astitución). Si nuestro drama es ontológico, no es un drama que sea identificable con el gobierno de turno y resoluble sólo en y desde ese terreno, como parecen creer Tatián y muchos otros. Si el medio ambiente social es el mercado radicalizado, si en este ambiente el Estado es incapaz de dar un marco nacional a la actividad económica, si ya no es el fundamento de lo social sino apenas un elemento más (un elemento muy importante, pero no simbólica e institucionalmente fundamental), si en estas condiciones la existencia simbólica no está garantizada, entonces la afirmación subjetiva pasa a ser cuestión cardinal de una ética-política. Si la des-existencia es una posibilidad propia de la existencia contemporánea, las formas por las que nos subjetivamos y perseveramos en la subjetivación pasan a ser, junto con los obstáculos a las mismas, cuestiones centrales de la reflexión inherente a toda política. (Por lo demás, esta reflexión inherente al agenciamiento subjetivo será, naturalmente, molecular.)
Retome.
Distinguir, en lo que a modos de relacionamiento concierne, tres momentos de la vincularidad, distinguiendo dos momentos fluidos, nos es útil, entonces, para distinguir los obstáculos a la experiencia subjetiva de existencia.
La fluidez, primera o segunda, es ese medio ambiente sin fondo metainstitucional que asegure la existencia. En la primera fluidez, decía Ignacio Lewkowicz, lo que dificultaba y hasta imposibilitaba hacer experiencia era el desfondamiento del suelo y marco institucional que hasta entonces la había asegurado; en la segunda fluidez, lo que la dificulta o la precariza son las vías que ella misma promueve para una individuación que toma por accesorias las relaciones que pueden sostenerla; directamente: lo que precariza la existencia es el hecho de que relaciones y yoes llegan a existir por contacteo inconsecuente. Ayer, Ignacio postuló “la existencia de nosotros”, la “asamblea que ya está ocurriendo” como posibilidad de existencia de cada uno. Hoy postulamos la experiencia de lo común que se puede tramar a partir del precario contacteo como vía de afirmación de la existencia insegura.[24] Distinguir condiciones, en fin, es importante para distinguir obstáculos y las formas de atravesarlos.
La necesidad de distinguir dos momentos en la fluidez puede también decirse de otra manera correlativa, una manera que toma registro del pasaje al neoliberalismo como mutación de la ontología de lo social. El concepto práctico de hombre, decía Nacho a fines de los ’90, había mutado de tal forma que la condición humana de un cuerpo se había hecho dependiente de su capacidad de consumir; los cuerpos expulsados del mercado perdían así su condición humana. Los desocupados, que en tiempos industriales podían considerarse “población excedente relativa”, ahora se habían convertido, decía Lewkowicz, en población excedente absoluta. Ahora bien, seguía Ignacio, como los incluidos no tenían garantizada la inclusión en el mercado, la condición humana quedaba afectada para todos los homo sapiens. La mera posibilidad de devenir población excedente instalaba la condición superflua del ser hombre.
Andado el tiempo, esto volvió a cambiar. La inclusión en el mercado se ha convertido en una condición variable e inestable pero prácticamente inevitable –ya sea vía planes sociales o vía créditos, vía consumo efectivo o vía consumo de imágenes de consumo, ya sea vía inserción mercantil o vía inserción meramente internética, ya sea vía trabajo regular o vía trabajo autogenerado ocasionalmente, vía “decencia” o vía ilegalismos, etc. Pero es una inclusión precaria, completamente distinta a la de tiempos industriales y Estado regulador; para decirlo con los términos que nos ocupan en este trabajo, más que un vínculo entre trabajadores o consumidores y mercado, la relación de cada uno con el mercado es un contacto. Este contacto puede proliferar o puede disolverse, puede desconectar para volver a conectar, pero, en condiciones de ausencia de Estado-nación que fije lugares y anude a los cuerpos con ellos, no puede pasar de la metaestabilidad a la estabilidad. Así las cosas, la condición de humanidad superflua no es generada por el riesgo de expulsión, como decía Ignacio Lewkowicz, sino por el estatuto práctico de la inclusión. Volviendo y abreviando: La mutación de la antropología epocal también aconseja contar hasta tres: inclusión industrial-estatal-nacional, exclusión, inserción precaria, o también condición necesaria, condición superflua excedentaria, condición superflua contactada.
Distinguir tres momentos permite entonces la definición de la estrategia y los modos de subjetivación: según un antagonismo a priori y molar o según lo que la trama trame y lo que defina como su antagónico, a posteriori y como una de sus consecuencias. Es que lo que la trama busca evitar es la superfluidad de la existencia precaria, y ese antagonizar con lo superfluo define innumerables antagonismos situacionales posibles. Para un bachillerato popular, por ejemplo, el antagonismo puede ser la carencia de educación secundaria en adultos, mientras que para una pareja conyugal puede constituirlo la dificultad para construir mundo común. (Por supuesto, si en cierta situación la trama que se teje es de trabajadores cognitivos, entonces allí el antagonismo se definirá quizá como semiocapital y la situación se plantee, a posteriori, como de composición de clase.)
En fin, proponemos distinguir tres momentos (vínculo, desligazón, contactos) y no dos (conexión y conjunción) pues permite, además de las distinciones anteriores, percibir más tipos de obstáculos y de estrategias de subjetivación. Permite, sobre todo, situarnos en la inmanencia de una situación, en su eficacia, en la interioridad de un agenciamiento, en las consecuencias que lo afirmarán.
Usos. Bifo como pensamiento que hace pensar.
Que una caracterización no parezca corroborada o atinada no significa que no haya ahí un pensamiento que hace pensar, ahora en otra estrategia. Digámoslo así: Bifo está en esa asamblea que ya está ocurriendo y que nos da la posibilidad de experimentarnos existentes. Digámoslo con Ignacio Lewkowicz: Franco Berardi nos da una figura que entra en la actividad configurante de nosotros.[25]
Retome; construcción de significado.
Hemos dicho ya que no alcanza con dos momentos y que es conveniente distinguir entre diversas formas de construir significado, pues los tiempos sólidos, estatal-nacionales o industriales, si bien no eran los del predominio del paradigma conectivo, tampoco eran los del predominio de la conjunción. Hemos señalado que en tiempos estatal-nacionales el significado se construía vía representaciones, y que estas eran anudadas a una gramática estable o estructura y que eran homogeneizadas por la mediación de una representación general (Nación, Clase, Padre, etc.) y jerarquizada. De forma que la conjunción, forma rizomática de creación de significado, tampoco predominaba en aquellos tiempos anteriores a la fluidez y al semiocapitalismo.
Retome; sensibilización histórica.
Hemos dicho también que la segunda fluidez desensibiliza en el sentido de licuar la forma moderna de sentir las personas, las cosas y las palabras (una desensibilización que Bifo viene ayudando enormemente a advertir desde hace mucho) pero también sensibiliza de una manera nueva, produciendo una forma fluida de sentir. No tenemos tiempo ni espacio para investigar esta sensibilidad fluida, pero hemos sugerido al menos que está condicionada por la precariedad y el miedo a “caerse del mapa”, como asimismo por la precariedad y las posibilidades de recombinación de personas, cosas y palabras, que ofrece. Esta sugerencia no es una caracterización cabal, pero sí indica que la sensibilidad debe ser historizada, que debemos pensar, no que se pierde o que queda afuera de la matrix, sino que se reconfigura, que se produce de otros modos, produciendo, sí, un neo-mundo y un neo-humano (que, al decir de Baricco, “respira con branquias de Google”[26]). E indica algo más, que también hemos mostrado: las computadoras (los celulares lo son) sí funcionan reduciendo los inputs que reciben a ceros y unos, reduciendo binariamente sus conexiones, pero los seres humanos, en su interacción con ellas y sus interfaces, tienen una plétora diversísima de opciones y modulaciones. Ejemplos: mis cientos y miles de fotos no son vistas como ceros y unos ni como abstracciones desreferencializadas ni por su emisor ni por sus receptores; los colores de mi monitor son 16,7 millones aunque para la placa de video no sean más que ceros y unos; los diversos tipos de personalidad en que son clasificados quienes llaman a un call center[27] tampoco son sentidos como un mundo reducido a blanco o negro; las sugerencias tan afines a mis gustos que me hacen YouTube Netflix o Spotify tampoco son binarias ni me binarizan; y así sucesivamente.
Como decíamos, sólo apuntes podemos hacer, pero nos dejan en la senda de percibir una sensibilidad histórica, contemporánea, más que una desensibilización. Y percibir una sensibilidad epocal nos permite pensar esa sensibilización como modos fluidos de captura de lo común, capturas de eso nuestro que no logramos afirmar, desplegar, componer, continuar.
Dichos esos dos conjuntos de cosas, considero sumamente útil traer las ideas de conjunción berardiana, de composición autonomista y de caosmosis guattariana al tejido de la trama consecuente, así como creo que la caracterización de la segunda fluidez se enriquece con la caracterización del paradigma conectivo.
Un uso: enjambre.
Por un lado, la conexión berardiana puede mostrarnos la dificultad para tejer lazo, para componernos, en condiciones de contacteo generalizado así como mostrarnos formas de socialidad fluida, una forma sin representación de lo social como un todo ni mando centralizado, como puede ser el enjambre[28].
En la reflexión lewkowicziana, la fluidez nos dejaba “al borde de lo asocial”,[29] y se hacía difícil, si no imposible, imaginar producción de subjetividad dominada (pues solamente con pensamiento podía llegar a haber subjetividad) o imaginar sociedad sin “paninstitución donadora de sentido” (o Estado-nación). Ni subjetividad ni sociedad eran pensables sin Estado-nación.[30] Un enjambre no es una sociedad, pero sí es una socialidad de masas, con una característica paradójica: “muestran patrones globales a partir de interacciones locales y una fuerza direccional con intención que no tiene un control centralizado.”[31] Y si decimos “inteligencia de enjambre” denotamos
“el comportamiento colectivo de los sistemas descentralizados, autoorganizados, naturales o artificiales… Están típicamente formados por una población de agentes simples que interactúan localmente entre ellos y con su medio ambiente. Los agentes siguen reglas simples y, aunque no existe una estructura de control centralizado que dictamine el comportamiento de cada uno de ellos, las interacciones locales entre los agentes conduce a la emergencia de un comportamiento global complejo. Como ejemplos naturales se incluyen las colonias de hormigas, el alineamiento de las aves en vuelo, el comportamiento de rebaños durante el pastoreo.”[32]
En otras palabras, un enjambre no es una sociedad porque no tiene un gobierno central y voluntario (pero sí tiene, dirá Bifo, una “gobernanza”), y sobre todo porque no se constata en ella el efecto de uno, el efecto de todo, que las ciencias sociales clásicamente adjudicaban a sus sociedades y que los Estados-nación producían como representación efectiva. En fin, la conexión produce enjambre, y ello nos ayuda a pensar una socialidad como la de la segunda fluidez, que, a pesar de no hacer uno, a pesar de no hacer nación, se da –se produce y se reproduce, que es lo que en la primera fluidez resultaba efectivamente impensable. Así, Bifo nos ayuda a entender el contacteo disperso y proliferante de los “agentes locales” aun por fuera de la net. Este contacteo tiene un efecto social agregado que no hace nación ni pueblo y sin embargo no se disuelve, no se extingue. “Conectividad sin colectividad”, resume Bifo (p. 242).
El efecto de enjambre puede explicarse sin ningún espíritu social unificador y trascendente ni presente en los elementos sociales; se lo explica recurriendo a reglas sencillas para esos elementos o agentes. El programa pionero se llamó Boids, que en 1986 logró simular bandadas de pájaros indicando apenas tres breves reglas a cada “pájaro”.[33]
El enjambre es un típico caso de “mano invisible”, como dice el mismo Thaker, en el que atendiendo cada agente su juego se autoorganiza un juego general. Podríamos incluso decir que el enjambre es un oxímoron bien propio de la segunda fluidez: tiene forma de concatenación rizomática pero no se da por conjunción. Es la paradoja que la segunda fluidez quiere resaltar: Las jerarquías típicamente estatal-nacionales, los gobiernos de lo social, se agotan como principio constitutivo de las relaciones sin que eso signifique que las nuevas relaciones se den por principios activos, potentes como la conjunción, la trama consecuente, la composición.
La figura del enjambre que nos trae Bifo es un conglomerado social sin representación de su todo: si la Europa medieval se representaba a sí misma como “la cristiandad”, si cada país moderno se representaba a sí mismo como tal nación, la civilización contemporánea no hace sociedad. La red hace enjambres, pero no hace mundos comunes como solíamos encontrar en clubes, grupos operativos, clases, aldeas, congregaciones religiosas, partidos políticos, sindicatos, etc. cuando todos ellos se apoyaban en el suelo metainstitucional que constituía el Estado-nación.[34] Sin ese suelo, no hay mundos comunes dados previamente, mundos trascendentes y precedentes como fueron la cristiandad y la nación, y es tarea de cada trama consecuente generárselo, pero en las condiciones de precariedad generalizada, esos mundos comunes resultan inmanentes al mismo hacer común. Es lo que hizo esa trama llamada “Madres de la Esperanza”.[35]
Otro uso: conjunción y caosmosis en la trama consecuente.
La conjunción, la composición y la caosmosis son todas formas de concatenar sin jerarquías, sin trascendencias, y por ello nos convienen (a los nosotros tanto como a los precarios que no estamos en una actividad de trama colectiva consciente). Nos convienen siempre y cuando no queramos adscribirlas a una clase social definida a priori por su lugar en la producción sino incluirlas en la caja de herramientas de una precariedad que busca componerse.
Lo primero que nos interesa de la composición es que proporciona la posibilidad de sentirnos participando en un cuerpo extenso, percibir la continuidad de mi cuerpo con el de otro (p. 190). Inmediatamente después nos interesa que es la base de una solidaridad, precondición a su vez de una autonomía (p. 189). Lo que nos interesa de la conjunción es que se da entre organismos heterogéneos (ni homogeneizados previamente en instituciones estatal-nacionales ni formateados previamente por el semiocapital); nos interesa también que concatena sin jerarquías (p. 188) y que puede tramitar la opacidad de la interacción sin recurrir a la mediación de unas jerarquías; asimismo, encuentra contención-sostén sin hacer todo ni participar en uno. En la conjunción,
“no existe una lógica implícita que una un signo con otro y su composición no aspira a lograr un isomorfismo con el mundo. La parte no se completa con otra parte, ni tampoco crean una totalidad las partes unas junto a las otras. El único criterio de verdad es el placer de la conjunción: tú y yo, esto y aquello, la abeja y la orquídea. La conjunción es el placer de volverse otro.” (p. 20-1)
Devenir otro con otros, como en la trama consecuente. Pero la conjunción que teje trama consecuente no se topa tanto con el obstáculo de la estructura fija, estabilizada, esa de las pertenencias y las identidades, como muchas veces parece decir Bifo (ver más arriba) sino que su punto de partida es la inestable o metaestable red de contactos, esa dispersión que mantiene a cada uno a salvo de trabajar lo conflictivo de la vida en común, disfrutando de su soledad,[36] como cuando un domingo en lugar de reunirnos con amigos buscamos relajarnos con la operación “voy a desconectar viendo Netflix”. Como la trama, que es un proceso de singularización colectiva,
“la recomposición es el encuentro, el punto de convergencia y la unión de cuerpos singulares en un camino que comparten provisoriamente durante un período de tiempo. Ese camino en común no se halla inscripto en un código genético [ni] en una pertenencia cultural; es el descubrimiento de una posibilidad compartida como punto de encuentro en la deriva singular del deseo.” (p. 28)
También nos resulta útil una salvedad dicha muy al pasar en Fenomenología del Fin:
“Llamo conjunción también a la concatenación de cuerpos y máquinas que pueden generar significado sin seguir un diseño preestablecido y sin obedecer a ninguna ley o finalidad interna.” (ibíd.)
Esto significa que podemos pensar la conjunción como un proceso singular que no se da exclusivamente entre humanos ni que depende de una sensibilidad corporal prístina, ajena a las máquinas, que se perdería por participar cada vez más del paradigma de la conexión (debiéramos, quizás, preguntarnos si hay una sensibilidad de la “bioinfomáquina”).
Ahora pasemos brevemente a la “caosmosis” para seguir recuperando herramientas de Fenomenología del Fin que coadyuvan al devenir otro con otros –pensamientos que hacen pensar. “Caosmosis es la reconfiguración de la relación entre la infoesfera y la mente, un proceso de re-sintonización y re-focalización que no puede ser prefijado por la voluntad política. Solo puede ser preparado por el moldeamiento de la sensibilidad.” (p. 272)
“El esquizoanálisis de Guattari… está basado en la idea de que curar es un proceso de singularización y no de conformidad. Pero este proceso de singularización implica unas dinámicas complejas de mutua transformación entre el entorno social y las mentes individuales.” (p. 273)
Podemos definir el contacteo como un proceso de conformidad con la velocidad y la inconsecuencia / recombinación del relacionamiento. En su conformidad con las dinámicas epocales, la subjetividad fluida se conforma tratando sus contactos no como amigos sino como segmentos modulares a recombinar según su mejor aprovechamiento para la forma de vida mercantil-global.
Pero este conformarnos conforme lo requiere la segunda fluidez nos separa de lo que podemos: nos separa de nuestra potencia de afectividad, nuestra potencia de afectar y ser afectados por la sintonía o la conflictividad de las relaciones. Nos separa tanto que “hablar” y abrirnos a la desmesura del encuentro se convierte en algo raro, aunque parezca que al pedir que me hables “no te pido nada raro”. “Hablar” no debe tomarse en sentido literal y puede ser cualquier operación de intensificación de la afectación, incluso en conversaciones mediáticas.[37] Una operación de intensificación es la actividad teatral, como desplegaba un trabajo anterior,[38] porque trabaja la afectividad de las relaciones (al interior del colectivo que monta la obra y a veces también entre obra y espectadores) de una forma que el contacteo debe eludir. Este “deber eludir” no es un deber moral explicitado, sino una compulsión de hecho, que se impone por la fuerza de las cosas, producida por las dinámicas de relacionamiento.
De la conformidad con esa compulsión se desvía la trama consecuente. En este sentido, ésta es un proceso de singularización y no de adaptación, como la caosmosis y sus operaciones complejas (como el caoideo, el refrán, el ritornello, sobre las que no podemos detenernos en los límites de este trabajo). El punto es que a través de esas operaciones la caosmosis relaja los espasmos producidos por “la violenta penetración de la explotación capitalista en la esfera de las tecnologías de la información que actúan sobre la cognición, la sensibilidad y el inconsciente” (p. 270).
Sí diremos que se trata de operaciones estéticas, no de operaciones políticas con programa (p. 273), y que, al actuar en el campo de la sensibilidad, logran una aproximación o sintonización entre lo individual y lo colectivo y entre este colectivo singular y su entorno. Se trata, diría, de una política no voluntarista, que “moldea la sensibilidad” (p. 272), que pone el acento en la capacidad de afectividad, y no en la dirección voluntaria o racionalista de acciones y agentes. “El deseo estético es el surgimiento vibratorio de una sintonía, una conjunción.” Allí donde una conjunción ocurre, allí algo se trama. Entiéndase que eso que se trama es lo que Bifo llama “colectividad afectiva consciente” (p. 244) y nosotros llamamos trama consecuente.
El procedimiento que leemos en las prácticas en mayor tensión con la segunda fluidez, las singularizantes, las no conformadas según sus dinámicas compulsivas, es el de recoger los efectos de sus entramados y generar más consecuencias abriéndose a la desmesura de su común. El procedimiento de continuar lo que se trama es un procedimiento consecuente, y no un programa previo ni una coherencia desarrollada desde unas premisas hasta unas finalidades. Lo que –constatamos– mueve a los entramados a tramarse no es un plan sino la alegría de reunirse con su potencia de afectividad.
Abreviando. La caosmosis tal como la presenta Bifo, por un lado, permite pensar una singularización colectiva en la que no es necesario que cambie todo el contexto para que haya subjetivación. Nada de “revolución mundial” o “satisfacción de las necesidades básicas” como requisito previo (ni tampoco lo contrario: ningún requisito previo para desviarnos del mainstream; cualquier condición dada es un buen comienzo para una singularización). Así, se hace posible un activismo inmanente que siga como un sabueso las composiciones que se dan.
Por otro lado, la caosmosis presentada por nuestro tano se presenta como una experiencia de existencia individual y colectiva que no necesita una metainstitución estatal como el Estado-nación para darse. No hace falta terminar con la precariedad existencial (ya irreversible) para comenzar el devenir otro con otros. Allí (aquí) donde nos cuesta concatenar e “interactuar semióticamente… debido a una falta de sintonía” (p. 284) es posible que nazcan formas relacionales nuevas “a partir de la autoorganización del contenido” (p. 282). Así, se hace posible un activismo molecular. Este no va tras un antagonismo molar a priori; va tras consistencias relacionales de afectación común (o tramas consecuentes).
Insistimos, para terminar, en la necesidad de discernir una segunda fluidez (un cambio dentro de la etapa que comenzó con la mutación de los ’70-’80). Pensar tres momentos permite pensar una dominación que no procede fijando los elementos sino con capturas dinámicas como el contacteo, una dominación que no institucionaliza sino que precariza. Habilita también el uso situado de operaciones complejas como la conjunción o la caosmosis, según esas condiciones y no creyendo que el poder nos apresa en la conexión y la insensibilidad. Si el poder nos separa de nuestras potencias sensibles lo hace sensibilizándonos en y para el contacteo.
Tesis.
Sinteticemos este contrapunto:
- Necesitamos contar tres momentos y no dos.
- A cada momento corresponde una forma históricamente específica de padecer el tipo de relacionamiento dominante.
- A cada momento corresponde una forma históricamente específica de ir más allá del tipo de relacionamiento dominante.
- Estamos en la segunda fluidez, que es la época del contacteo y la conexión.
- La solidez no fue un tiempo de conjunción. Más bien, la conjunción fue la forma históricamente específica de ir más allá del relacionamiento sólido, o vínculo.
- El vínculo era una forma “analógica” o industrial y sólida de dejar la sensibilidad fuera del relacionamiento. La reducción de la sensibilidad se operaba, no por formateo binario-sintáctico, sino por homogeneización institucional-semántica.
- Los movimientos de los ’60 buscaron hacer entrar la sensibilidad en las prácticas. Se podría decir que practicaban la conjunción.
- El contacteo es una forma posindustrial y fluida de dejar la potencia de afectividad fuera del relacionamiento. La reducción de la afectividad se opera por relacionamiento conectivo pero sobre todo por inconsecuencia o precariedad relacional.
- Desde el punto de vista de su dimensión semiótica, la precariedad relacional es precariedad ‘significacional’: una semántica imaginal informa las relaciones fluidas.
- La forma de ir más allá del contacteo es la composición situacional o la trama consecuente, y no la recomposición de clase –a menos que la situación se plantee como de composición de clase.
- La composición situacional busca la experiencia de una existencia subjetiva. La recomposición de clase, en cambio, busca reflotar un antagonismo molar (entre productores y capital).
- Esta diferencia de orientación tiene relación con los diferentes pasajes que experimentaron Italia y Argentina, o cierta tradición intelectual en cada país. Allí, el pasaje al posfordismo; aquí, del Estado-nación al Estado técnico-administrativo primero y al Estado posnacional después. Esto nos hizo padecer las dificultades del neoliberalismo existencial.
- Si contamos tres momentos, podemos ocuparnos de las distintas vías por las que experimentamos existencia: institucional-sólida, fluida-destituyente, fluida-astituyente o precaria o inconsecuente.
- Se ha comprendido la interacción de distintas maneras. Lo que se juega en las diferentes formas de conceptualizar y periodizar los modos de relacionamiento es la forma de transitar la experiencia de la subjetivación o singularización.
[1] Fenomenología del Fin. Sensibilidad y mutación conectiva, Caja Negra, Buenos Aires, 2018
[2] Una reseña del argumento del libro disponible en www.pablohupert.com.ar.
[3] “Un mundo sin Tinder y un Tinder sin mundo,” este volumen.
[4] Ver el capítulo sobre la dinámica imaginal, en este volumen.
[5] Sol del Sur sigue existiendo, pero prefiero hablar en pasado porque perdí contacto con este BP.
[6] “Instituciones en construcción”, Media Revista, año 2, nº 2, 2007, p. 17.
[7] https://canalabierto.com.ar/2018/11/09/franco-bifo-berardi-en-la-faculta-de-sociales/ y https://www.youtube.com/watch?v=MDLMhV5PMY8.
[8] Y agrega: “El proceso de la recomposición involucra a todo el rango de la vida social, lo que implica expectativas, estilos de vida coalescentes, conflictos nacionales o étnicos, empatía psicológica, mitologías, tradiciones culturales, etc.”
[9] La enumeración queda abierta, como abierta es toda secuencia histórica. En otras palabras, pueden darse más modos de relacionamiento. Con tres queremos abrir la especularidad autosuficiente de la dicotomía; de ninguna manera esta secuencia da por clausurada la cantidad de modos de vincularidad. Más que secuencia cerradora, quiere ser abridora de la posibilidad de pensar la interacción en nuestra circunstancia y la subjetivación en nuestras situaciones.
[10] Creada por M. Kweller, Argentina, 2018.
[11] Bifo hace un muy importante desarrollo sobre lo que llama “emancipación de la semiosis de la referencialidad” o “desreferencialización” (p. 173 y ss.). Pero extrae de ese punto de partida con el que acordamos plenamente derivaciones muy distintas a las que aquí señalamos. Muy esquemáticamente: para Bifo, eso establece la posibilidad de la reducción binario-sintáctica de la interacción humana; para nosotros, eso establece, también y a la vez, una semántica precaria, en la que signos, significados y referentes se relacionan veloz e inestablemente, sin anclajes estructurales ni ataduras referenciales, lo que a su vez posibilita la tan mentada “post-verdad”. La desreferencialización habilita, en esta línea, una semántica más fácil de montar y desmontar, y no solamente la reducción al formato sintáctico que enfatiza la línea berardiana. Pero todo esto se verá más claramente en la parte de este volumen dedicada a la imaginalización; aquí quiero reconocer nuestro acuerdo con Bifo en esa desreferencialización (que señaláramos por ejemplo en “Imaginería de la dispersión”), aun si derivamos distintos efectos de ella.
[12] Esta afirmación la había hecho el mismo Bifo en el capítulo “Hiperexpresión” en Generación postalfa…
[13] Este común como relación entre otredades que se afectan mutuamente, en un devenir que se desvía de los automatismos a que compelen las condiciones de la época, puede verse desplegado en la parte de este volumen sobre las astituciones. Allí la trama consecuente lleva el nombre de más-allás de la astitución. Se puede también ver Esto no es una institución, 90 intervenciones, Buenos Aires, 2019.
[14] La expresión “semiobeneficios” es del mismo Bifo. Bifo tiene muchas sugerencias, caracterizaciones, conceptualizaciones muy útiles para pensar las condiciones fluidas en general y la vincularidad fluida en particular, pero eso no lo hace coincidir con la idea de segunda fluidez. Este comentario intenta, justamente, deslindar la reflexión de Bifo sobre la mutación en curso de la tesis de la segunda fluidez, pues su cercanía invita a confusiones en la caracterización y la estrategia de intervención.
[15] “–En un artículo explicabas que también los call center de Estados Unidos te clasifican mientras hablas, y cuando vuelves a llamar te derivan a un empleado con una personalidad afín a la tuya.
“–Así es… El trabajo lo hacen alrededor de diez mil algoritmos que te escuchan hablar y clasifican tu personalidad en seis diferentes cajas. La última vez que hablé con esta compañía, me dijeron que ya el 30% de las llamadas a los call center de Estados Unidos están intermediadas así. Y ya hay sistemas que les dan inteligencia en tiempo real: el tipo está ahí con un monitor que le dice “ahora es el momento de ofrecerle tal cosa”, “ahora ya no”… Y todo esto, al final, ¿a qué nos lleva? A crear burbujas, en todos los niveles… Que la gente emocional sólo hable con gente emocional, la gente de acción con la gente de acción, los reactivos con los reactivos. Hablamos mucho de que ahora los demócratas no hablan con republicanos, pero esta fragmentación de la sociedad en subgrupos va mucho más allá de la política.” (“Martin Hilbert, experto en redes digitales”, entrevista de D. Hopenhayn, en www.theclinic.cl).
Como vemos, las “máquinas sintácticas” no están impedidas de captar signos no verbales, lo cual ciertamente dificulta aun más el entrenamiento subjetivo en la conjunción, pero promueve el contacteo y entrena a la subjetividad en la ilusión de la satisfacción plena de la clonación, así como la aleja de tejer trama relacional allí donde el otro no me clona o –dicho de otra manera– donde me frustra. Promover contacteo es no producir mundo común.
[16] El énfasis de Bifo en la sensibilidad también puede ser leído de otra manera. No como si viviéramos un tiempo de pérdida de sensibilidad, sino como si toda politización necesitara, además de una argumentación y una movilización específicas, una sensibilidad propia creada por esa politización. En este sentido, sentido activo, es que Diego Sztulwark habla de “resensibilización”: “Una clave de interpretación posible para la historia argentina reciente pasa por la reducción –modulación– de lo sensible. Del terrorismo de Estado al neoliberalismo hay un contínuo: del terror a la competencia… Las prácticas de contrapoder, desde las Madres de Plaza de Mayo hasta el movimiento de mujeres, del movimiento piquetero a la lucha por la tierra y la defensa de los bienes comunes, han atravesado el tejido social con una impronta fuertemente historizante, resensibilizante” (“Esperando a Bifo”, en www.elcohetealaluna.com, 28/10/18). Esta resensibilización no pone sensibilidad donde había dejado de haberla sino que reconfigura la sensibilidad realmente existente, reforma la sensibilidad dada, esa que ha sido reducida en el sentido de que ha sido sojuzgada. Pero Fenomenología del Fin pone el énfasis en la pérdida de la sensibilidad en general, y especialmente de la sensibilidad social y humanista.
[17] Ver una trama colectiva singular en «Las Madres de la Esperanza y la autorización ignorante» en este volumen y en www.pablohupert.com.ar.
[18] Marcelo Percia, Estancias en común, La Cebra, Buenos Aires, 2017, p. 10. Las secuencias históricas siempre tienen más de un segmento, pero eso no asegura su apertura. Como dice el mismo Percia, “no alcanza con añadir eses a las palabras para escapar a los encantos de la unidad.” De hecho, la lectura que ha prevalecido del trabajo de Ignacio Lewkowicz es la que toma sus dos segmentos (solidez y fluidez) como una unidad completa. Las dicotomías corren ese riesgo especular. Hecha esa lectura, solo dos caminos se vienen planteando al lector: o bien decir que quedó refutada la tesis lewkowicziana porque la desconfiguración fluida no continuó y un Estado “volvió”, o bien decir que la fluidez continúa sin considerar las formas fluidas de reconfiguración. El camino que seguimos en este libro consiste en agregar un segmento a una secuencia que, como el resto de las secuencias históricas, es incompleta y está siempre sujeta a reescritura por la llegada de nuevos segmentos. En breve: toda historia es reserva de infinitos segmentos y secuencias.
Una vez acordado eso, diremos que a su vez cada segmento tiene una “reserva” de infinitas dimensiones que ningún libro puede aspirar a abarcar. Este libro, al caracterizar la segunda fluidez, aspira a brindar herramientas para leerla y lineamientos metodológicos y ético-políticos para producir nuevas herramientas para leer las dimensiones no abarcadas y los segmentos que se avecinan.
[19] Franco Ingrassia. Comunicación personal, 25/9/2019.
[20] “Estos son los sujetos de la devastación”, Página/12 del 11 de julio de 2002. Ver el capítulo “Cambios en la fluidez (de la primera a la segunda), o cómo pensar sin Estado hoy”, en este volumen.
[21] Ver M. Campagno e I. Lewkowicz, La historia sin objeto.
[22] Tiqqun, La hipótesis cibernética.
[23] “¿Qué hacer con una destrucción?”, en rededitorial.com.ar/27, 25/9/19, subrayado mío (por supuesto, Tatián no distingue vínculo de contacto, de modo que su “vínculos” debe entenderse con el sentido genérico de “relaciones”).
[24] Quizá la estrategia de afirmación de una existencia ineluctablemente precaria sea lo que diferencie la trama consecuente de las estrategias estatal y empresarial, que buscan aseguramiento de la existencia pero promueven el contacteo (es decir, el relacionamiento precario).
[25] Hace falta decir que Fenomenología del fin ofrece una cantidad y calidad valiosísima de herramientas conceptuales y caracterizaciones en las que aquí no entramos porque acordamos o no nos hacen obstáculo para pensar la vincularidad contemporánea. Pero de ninguna manera ese excepcional libro debe reducirse a lo que aquí tratamos.
[26] Los Bárbaros. Ensayo sobre la mutación, Anagrama, 2008.
[27] Ver arriba la cita de M. Hilbert.
[28] Ver Fenomenología del fin, cap. 6.
[29] Pensar sin Estado, 208.
[30] Ver el capítulo “Cambios en la fluidez…”, en este volumen.
[31] E. Thaker, “Networks, Swarms, Multitudes.”, citado en Fenomenología del Fin, p. 243.
[32] https://es.wikipedia.org/wiki/Inteligencia_de_enjambre [consultado el 26/9/19].
[33] Las reglas de ese algoritmo eran: “separación (volar evitando abarrotarse con los compañeros cercanos o locales), alineación (volar hacia el rumbo promedio de los compañeros locales), cohesión (volar avanzando hacia la posición promedio -centro de masa- de los compañeros locales)”. (https://en.wikipedia.org/wiki/Swarm_intelligence). Por supuesto, desde entonces se han desarrollado algoritmos que simulan enjambres mucho más complejos y diversos. En todo caso, se ve claramente que en el enjambre “bandada de pájaros” no es necesario que cada pájaro tenga una representación de “bandada” para formar una bandada.
[34] Para el concepto del Estado-nación como suelo metainstitucional, ver el capítulo “Cambios en la fluidez…”.
[35] Ver una trama colectiva singular en «Las Madres de la Esperanza y la autorización ignorante» en este volumen y en www.pablohupert.com.ar.
[36] Ver “El bienestar en la cultura”, en El bienestar en la cultura…
[37] Se pueden ver los trabajos de Agustín Valle y su énfasis en la intensificación de la presencia, con o sin artefactos mediáticos.
[38] “El presente absoluto del tiempo fluido y el presente puro del tiempo teatral”, en El bienestar en la cultura…