Cambios en la fluidez (de la primera a la segunda),
o cómo pensar sin Estado hoy.
Un pasaje por Ignacio Lewkowicz.
Nos dispusimos a militar activamente para no someter la novedad al conjunto delas representaciones previas –nuestro mayor riesgo. Grupo doce
Algo esencial está cambiando esencialmente. Eso es claro. Sin embargo, no es tan claro qué está cambiando. Y en qué planos transcurre el cambio. Y con qué estrategias de pensamiento podemos situar los cambios, aunque más no fuera para formular los problemas. Ignacio Lewkowicz
Cambios en la fluidez (de la primera a la segunda),
o cómo pensar sin Estado hoy.
Un pasaje por Ignacio Lewkowicz.
Nos dispusimos a militar activamente para no someter la novedad al conjunto de las representaciones previas –nuestro mayor riesgo. Grupo doce
Algo esencial está cambiando esencialmente. Eso es claro. Sin embargo, no es tan claro qué está cambiando. Y en qué planos transcurre el cambio. Y con qué estrategias de pensamiento podemos situar los cambios, aunque más no fuera para formular los problemas. Ignacio Lewkowicz
Una hipótesis recorre este libro,[1] la hipótesis de la segunda fluidez, la fluidez de la precariedad constitutiva, la que no licúa lo sólido sino que produce elementos fluidos. Aquí reunimos lecturas hechas bajo esa hipótesis y que fueron haciéndola a su vez.
Un mundo de efectos se genera cuando leemos algunas circunstancias bajo el supuesto de que la fluidez ya no se retirará. Una escuela que parece como la clásica pero sin implicación, una institución que aparenta ser la clásica pero sin metainstitución, un Estado como el nacional pero sin capacidad de totalización, una imagen que parece representar pero hace otra cosa, un linchamiento que parece castigar pero agrava la desligazón, unas relaciones que parecen clásicas pero conectan sin vincular. La hipótesis se mostró productiva como el mundo (un poco menos, en rigor), y abrió espacio a nuevas hipótesis –la de lo imaginal, la de la astitución– que permiten a su vez leerlo en su fluidez y en su fuerza generadora de relaciones, objetos y sujetos fluidos.
Pero no solamente eso. “El historiador se pregunta si es posible habitar una subjetividad distinta a la instituida”.[2] La hipótesis de una fluidez productiva permite preguntar por los modos de subjetivación y politización de sus efectos –la posibilidad de unos contraefectos. Donde las instituciones fragmentarias amenazan ahogar toda posibilidad de habitarlas en una febril hiperactividad restitutiva, aparecen los más-allás de la astitución; donde los linchamientos expropian la posibilidad de vivir juntos, aparecen la carpa villera y la biografía escolar de David; donde a la escuela se le escurre una situación, aparece la disponibilidad para el encuentro (su más-allá aleatorio); donde la dinámica imaginal se alimenta solo de sí misma, aparece la expresión de lo real por el común; donde el contacteo rarifica el trabajo sobre sus afectos y potencias, aparece la trama consecuente.
La subjetividad no es una intimidad. Por cierto que resulta cómodo suponerla interior, un refugio resguardado de lo social. Vivir nos resulta muy difícil, y nosotros, herederos de Descartes y contemporáneos de la revista Para tí, influenciados por psicoanalismos y psicologismos, contemporáneos de la autoayuda y el management del propio cerebro, confesores permanentes vía redes sociales, nos aferramos a la idea del sí-mismo como reparo de una objetividad hostil. Así, la subjetividad sería lo que se le opone conceptualmente y resiste cotidianamente esa objetividad. Por cierto que resulta tranquilizador, al yo asediado que somos, o al grupo imaginado y al opinador informado, creer que lo social no atraviesa lo subjetivo, que mucho menos lo teje y constituye.
Y sin embargo. El reparo no repara y el refugio recibe conmociones una y otra vez; yo padece, los grupos se disgregan, sí-mismo no alcanza las máximas que le prometen felicidad o plenitud. ¿Seré un looser?, se pregunta sí-mismo. En la hostil objetividad encontraré explicaciones que me permitirán reformarme antes que pensarme. Volverme winner y que se restaure la confianza en yo o en mi equipo antes de alterar cómo percibo los yoes, los nosotros, los ellos y el mundo. No tan rápido, tí-mismo. Quizás yo sufra menos si alteramos esa percepción. Quizás podamos más si pensamos cómo se construye nuestra subjetividad en estos tiempos. Poder experimentar que podemos más pensando la subjetividad. Pero, ¿cómo pensar la subjetividad si no la pensamos como intimidad protegida de una exterioridad acechante?, ¿cómo pensarla si no la pensamos como un alma inducida hacia unas seguridades por conquistar?
Debemos a Ignacio Lewkowicz un pensamiento de la subjetividad. Nos ha legado un modo de pensarla.
Allí, la subjetividad es una “máquina” de pensar-hacer en situaciones sociales. La subjetividad es un conjunto regular de prácticas o de, decía él, operaciones para estar, los cuerpos parlantes, en el medio social que les toca. Las operaciones configuran la subjetividad que habita o tolera las situaciones. Entonces la pregunta se traslada a las situaciones, ¿cómo pensarlas? Lewkowicz las abordaba desde dos vertientes. Por un lado, como problema para un sujeto –un sujeto que se constituye al problematizar la banalizada circunstancia o el obstaculizante pensamiento heredado como situación que habitar. Por otro, como conjunto de condiciones para una subjetividad –regularidad que se produce como conjunto de condiciones en y con las que operar. Este operar regular es lo que hay desde el vamos siempre; aquel problematizar, solamente a veces. El operar regular combina prácticas y representaciones y les permite a los cuerpos parlantes tolerar las lógicas a las que pertenecen.[3] Prácticas y representaciones regulares o habituales pertenecen a un repertorio histórico-social que él llamaba condiciones; pero estas condiciones, además del mero ‘inventario’ de operaciones disponibles en la época, incluía un modo de pensar, un modo de practicar, un modo, en suma, de configurar. ¿De configurar qué? Lo que fuera: la relación entre sujeto y objeto o entre cultura y naturaleza, o el relato histórico o las biografías, pero también las cárceles o la relación entre Estado y escuela o entre Estado y mercado y hasta entre conciencia y objetos. Este modo habitual o predominante de configurar mundo que Lewkowicz llamaba subjetividad instituida era un dispositivo práctico (no consciente, no declarado) de pensamiento, y esa máquina era la que se trataba de explicitar en cada situación.[4] El modo inhabitual y deseable, el que alteraba las formas dominantes de estar pensar hacer, las llamaba, en cambio, subjetivaciones; estas permitían una afirmación subjetiva tal que las lógicas que tolerar se volvían situaciones que habitar.
Así, pues, el pensamiento de Ignacio Lewkowicz articula condiciones sociales, prácticas sociales, subjetivaciones, y el modo de pensar todo eso, que es también un modo de configurar todo eso –el mundo. Lograr explicitar este modo era lograr explicitar un paradigma, cosa que también se tornaba posible con el pasaje del Estado-nación al “mercado radicalizado”.
“Aunque no entendamos muy precisamente qué significa, podemos admitir que esta alteración se enuncie como pasaje del paradigma Estado al paradigma mercado… Paradigma… viene a decir o a querer decir que no se trata del mero cambio de una cosa sino de un cambio simultáneo y complejo de una cosa, de la modalidad de una cosa, de los modos de pensar la cosa, del contexto de la cosa, de las condiciones de la cosa, de las condiciones del observador y de las relaciones del observador y la cosa que hacen que no sean ya posibles los observadores ni las cosas: el paradigma mercado afecta esencialmente el proceso mismo de pensamiento.” (Pensar sin Estado, 173).
“El agotamiento del Estado Nación como pan-institución donadora de sentido es también el agotamiento de sus recursos de pensamiento. Luego, las prácticas (sin representación) no podrán ser leídas en su novedad por ese esquema de pensamiento. En definitiva, la estrategia de pensamiento capaz de sostener esa novedad demandará la elaboración de una variedad de herramientas situacionales.” (“Subjetividad contemporánea: entre el consumo y la adicción”; s.f., circa 2000)
Ese pasaje del Estado al mercado era no solamente un cambio en el estatuto del Estado y del mercado sino sobre todo una mutación en la forma de configurar el mundo –o pensarlo. Si, como decía, debemos a Ignacio Lewkowicz un modo o un estilo o unos métodos para pensar la subjetividad y la subjetivación en sus condiciones históricas, modo que se explicita en estas citas, también se explicita allí una alteración fundamental de las condiciones sociales históricas. Ignacio no solamente lo señaló, sino que aportó elementos para pensar ese pasaje de las condiciones estatal-nacionales a las condiciones mercantil-globales, o pasaje de la solidez a fluidez, como un pasaje donde el mercado desplazaba al Estado pero no lo reemplazaba. En el mundo que el pensamiento lewkowicziano configuraba, ese desplazamiento sin re-emplazamiento desconfiguraba lo social y lo subjetivo como piedra vuelta arena, o como sólido vuelto fluido. Ahora bien, ¿cómo pensar lo social fluidificado?
Este libro –el que el lector tiene entre manos–, sus capítulos, sostienen de diversas maneras ese modo de pensar la articulación de condiciones históricas, prácticas sociales y subjetivaciones para llegar a entender lo que no es entendible si no modificamos ese mismo modo de pensar. Si una coyuntura signa la lectura de Ignacio Lewkowicz, esa es la de ese proceso histórico que gracias a él llamamos desfondamiento y que encontró su epítome en diciembre de 2001 y que entonces pasó a caracterizar como “catástrofe”: destitución generalizada de las referencias subjetivas –o las coordenadas sociales.[5] “La condición primera [decía en ese turbio 2002 Ignacio] de la subjetividad contemporánea es la devastación; la estabilización de la catástrofe implica que el punto de partida ya no es la institución o la destitución situada sino la destitución general.” La piedra vuelta arena: “El medio fluido no ejerce una inercia de conservación sino de disolución” (Pensar sin Estado, 182).
Desde entonces, sin embargo, lo social no se ha desvanecido en un desierto arenoso y yermo. Proliferan novedades y todo tipo de elementos sociales. Algunos de estos elementos no parecen novedosos (digamos, un club de fútbol, un evangelismo mediático, un partido xenófobo europeo); pero no lo parecen solo si no sostenemos ese modo de pensar las condiciones sociohistóricas actuales. Si acordamos en que en el último medio siglo el capitalismo financiero ha desplazado al capitalismo industrial, se vuelve entonces innegable que lo social se ha fluidificado, y que eso altera los modos en que se produce lo social, la subjetividad y las subjetivaciones. Si sostenemos ese modo de pensar que ve en el mercado global una condición que el Estado no puede regular como en los siglos XIX y XX, entonces veremos que lo novedoso de las novedades y todo tipo de elementos sociales que proliferan desde 2001 no estriba en que no tienen antecedentes, sino en el modo mismo de su producción. A pesar del destituido panorama que testimoniaba Ignacio Lewkowicz, las condiciones fluidas se han mostrado muy capaces de configurar lo social, lo institucional, lo subjetivo. Los trabajos que reúne este libro intentan sostener la pregunta por lo social sin ceder credulidad a quienes, ingenuamente o no, proclaman que la solidez estatal-nacional puede regresar, o que regresó o que regresará pronto o que ellos mismos son sólidos.
¿Cómo pensar, pues, lo social fluidificado? ¿Cómo pensar lo fluido de manera fluida, o sea, sin suponerle solidez? ¿Cómo contar y contarnos, después de la “catástrofe” de 2001, las regularidades subjetivas y las singulares subjetivaciones que se dan en un medio tan distinto al de los tiempos moderno-burgueses? En este capítulo nos proponemos distinguir entre la fluidez que pintó Nacho y la que pudimos ir bocetando en nuestro recorrido. Llamaremos “segunda fluidez” a esta y “primera” a aquella. Entremos, entonces, en la cuestión.
En el paisaje lewkowicziano destacaban algunas figuras fuertes: la institución devenida galpón (así, la escuela-galpón y la cárcel-depósito), el Estado desfondado, el consumidor, la catástrofe.
Una hipótesis recorre este libro, la hipótesis de la segunda fluidez, la fluidez de la precariedad constitutiva, la que no licúa lo sólido sino que produce elementos fluidos. Aquí reunimos lecturas hechas bajo esa hipótesis y que fueron haciéndola a su vez.
Un mundo de efectos se genera cuando leemos algunas circunstancias bajo el supuesto de que la fluidez ya no se retirará. Una escuela que parece como la clásica pero sin implicación, una institución que aparenta ser la clásica pero sin metainstitución, un Estado como el nacional pero sin capacidad de totalización, una imagen que parece representar pero hace otra cosa, un linchamiento que parece castigar pero agrava la desligazón, unas relaciones que parecen clásicas pero conectan sin vincular. La hipótesis se mostró productiva como el mundo (un poco menos, en rigor), y abrió espacio a nuevas hipótesis –la de lo imaginal, la de la astitución– que permiten a su vez leerlo en su fluidez y en su fuerza generadora de relaciones, objetos y sujetos fluidos.
Pero no solamente eso. La hipótesis de una fluidez productiva permite preguntar por los modos de subjetivación y politización de sus efectos –la posibilidad de unos contraefectos. Donde las instituciones fragmentarias amenazan ahogar toda posibilidad de habitarlas en una febril hiperactividad restitutiva, aparecen los más-allás de la astitución (capítulo “Astituciones y sus más-allás”); donde los linchamientos expropian la posibilidad de vivir juntos, aparecen la carpa villera y la biografía escolar de David (capítulo “¿Cuál víctima elige usted?”); donde a la escuela se le escurre una situación, aparece la disponibilidad para el encuentro, su más-allá aleatorio o contingente (capítulo “Escuela e implicación”); donde la dinámica imaginal se alimenta solo de sí misma, aparece la expresión de lo real por el común (capítulo “Lo imaginal y la expresión”); donde el contacteo rarifica el trabajo sobre sus afectos y potencias, aparece la trama consecuente (capítulo “¿Contactos sin vínculo?”).[6]
Figuras diversas para pensar una multiplicidad diferente, unas contingencias imprevisibles para el historiador de los ’90 y de 2001, a la vez que ocurridas bajo algunas condiciones señaladas por él e inmodificadas: agotamiento del Estado-nación (de toda centralización y de cualquier totalización de lo social), declaración subjetiva de su cesación (que se vayan todos), pensamiento sin conciencia o imposibilidad de la articulación simbólica. No era aplicar lo sabido a lo nuevo, no era reconocer lo viejo en lo imprevisto, era una “estrategia de pensamiento capaz de sostener esa novedad”, una que “demanda la elaboración de una variedad de herramientas situacionales.”
Surgieron así distinciones como las que siguen y que se van aclarando a lo largo del libro:
Siglo XX | 90’s | 2000’s |
Solidez | Fluidez 1 | Fluidez 2 |
Institución | destitución/galpón | astitución |
Estado-nación | Estado técnico-administrativo | Estado posnacional[7] |
capital industrial | capital financiero | capital recombinante |
configuración vincular | Galpón/ desvinculación | contacto |
Lazo | Desligazón/conexión real | Conexión imaginal-mediática |
Representación | Insignificancia | imagen imaginal |
Yo | Inexistente / irresponsable | Yo-sombra |
Pero no nos adelantemos tanto. Lo importante es ver que la producción de social y de subjetividad puede no ser la modalidad institución, que entre las extremas destitución (nombre de la inconsistencia máxima) e institución (concepto de la consistencia máxima) apareció una consistencia fluida. Este tipo de consistencia ha sido una creación histórica, que debí llamar astitución. Los años de condiciones fluidas que han transcurrido luego de la obra lewkowicziana han creado elementos sociales y cualidades que eran imprevisibles entonces (o que permanecían en un segundo o tercer plano). Pero hoy que son muy visibles, es importante ver también figuras que no son totalmente sólidas ni totalmente fluidas, que no tienen la consistencia de lo clásicamente industrial ni la volatilidad de lo puramente financiero, consistencias especiales que son otras tantas especificidades históricas. No se trata de ver matizadas consistencias intermedias entre la máxima consistencia sólida y la máxima inconsistencia fluida, sino de ver consistencias específicas, funcionamientos sui generis. Es necesario ver, en breve, que entre Estado-nación y Estado técnico-administrativo apareció el Estado posnacional,[8] que entre los aparatos ideológicos de Estado y la insignificancia apareció el dispositivo imaginal, que entre el consumidor y el ciudadano aparecieron el consumidor subsidiado y el vecino; que entre la estructura y la fragmentación apareció la recombinación; que entre la seguridad ontológica y la catástrofe apareció la precariedad; que entre la repetición de la conexión entre puntos y la aleatoriedad de la conexión entre puntos apareció la precariedad de esa conexión. No son moderadas formas intermedias, algo así como una equilibrada alegoría que entre el líquido y el sólido pone lo viscoso; son modalidades y cualidades nuevas que en cada campo especifican prácticamente lo fluido. En fin, es necesario ver que la fluidez generó, luego de fallecido Nacho, consistencias fluidas que no coinciden con la desconfiguración y el sinsentido (insignificancia decía él) que aparecen en emblemáticas figuras nachianas como el consumidor y el expulsado, la cárcel-depósito, la institución sin nación o la escuela-galpón.
Pero vayamos menos rápido. Detengámonos momentáneamente en esas figuras. Un párrafo aparte merecería también la figura del estado técnico-administrativo. Comencemos por la más resonante y recordada, la del consumidor.
“Nuestra hipótesis es que la subjetividad contemporánea puede pensarse a partir del consumo, o más bien, que la subjetividad socialmente instituida es la subjetividad consumidora… No todos los homo sapiens caen dentro del concepto práctico de hombre cuando el rasgo constitutivo de humanidad es el consumo. El consumo es productor de imagen. El consumidor que al consumir se reconoce como imagen se instituye como signo. Los que no acceden al consumo, expulsados también -correlativamente- de la imagen no pueden hacer signo: se tornan precisamente por eso insignificantes.”[9]
Figura compleja de persona: no se la define como tal porque compra o quiere comprar sino porque se la reconoce como signo, y deviene signo al consumir. Solo ese reconocimiento la instituye como consumidor/a. Si no consume, no llega a ser persona (entiéndase subjetividad instituida) y queda “anulado”.[10] La expulsión económica se tornaba así exclusión de la humanidad (entiéndase del “concepto práctico de humanidad”).
Naturalmente, se preguntaba Ignacio qué podía hacer alguien cuando su humanidad resultaba así destituida. La respuesta llegó leyendo 2001: el estado de asamblea,[11] la actividad configurante y la existencia de nosotros.[12] Son figuras de pensamiento (insisto en aclararlo: pensamiento en tanto configuración de mundo y por lo tanto en tanto potencia de existencia), de subjetivación efectiva, que abren un más-allá de la subjetividad instituida tanto como de su destitución.
Detengámonos aquí en una figura de pensamiento propuesta por Cristina Corea en el libro que co-pensó con Ignacio, pues muestra la posibilidad de un más allá del consumo. En este caso se refiere al consumo massmediático y la posibilidad de dejar de ser un mero “actualizador” o consumidor de la oferta televisiva para convertirse en un “programador” o un pensador de ella.
“Sin operaciones de pensamiento, la mera observación del texto televisivo produce exceso de estimulación. El chico respecto de la tele es un mero “actualizador», a menos que se interponga entre la pura imagen y él algún dispositivo que le permita “programar», producir, dominar, manejar esa información. La figura del programador remite a la idea de armado a partir de un medio saturado. La idea de la creación o invención parte de una situación estable, de algo que estaba fijo y se rearma, se recrea, se resignifica, o de un punto de vacío desde el cual se produce. La programación se da a partir de un medio absolutamente saturado y la operación es desaturar. No se trata de darle otro sentido a algo que había o inventar algo que no había, sino de producir un sentido que era imposible en la saturación total. Esto marca una diferencia entre la subjetividad artística y la subjetividad del programador.” (Cristina Corea en Pedagogía del aburrido, p. 63; subrayado mío).
Lo interesante aquí son dos cosas; por un lado, que la insignificancia no se da por imposibilidad de consumir sino por imposibilidad de no consumir, por saturación; por otro lado, que es posible, si hay una subjetivación, si hay ciertas operaciones, ir más allá del consumo. A estas operaciones (“desaturación” y “armado”) las condensa en “programación”. Lo que importa señalar aquí, en todo caso, es que esas operaciones no son las esperables en la subjetividad “actualizador” (versión mediática del consumidor), y por ello suponen una subjetivación, un plus sobre esa subjetividad espontánea, que todavía llamaban “subjetividad instituida”.
Importaba señalar eso para mostrar el esquema lewkowicziano que opera en el pensamiento de la fluidez y de la subjetivación en la fluidez: la subjetividad, la del actualizador y la del consumidor, tiende a licuarse en la insignificancia, al igual que la del expulsado y en general la del yo.[13] Esa insignificancia arrasadora puede sin embargo superarse con operaciones de pensamiento o subjetivantes (el yo, vía responsabilización colectiva; el expulsado, con el piquete; el actualizador, con la programación; el consumidor, vía ‘avecinamiento’ en 2001[14]). La fluidez, en fin, desubjetiva o quita existencia o humanidad al definido biológicamente como humano; resultan necesarias unas operaciones de pensamiento y cohesión para llegar a existir, para producir subjetividad donde las condiciones generales la ralean. Llegar a la existencia subjetiva era entonces, en condiciones fluidas, una “contingencia”. Si hay ligadura o lazo, “sólo es por operación cohesiva y no por donación fluida,”[15] por pensamiento situacional y no por automatismo mercantil.
Pero en la segunda fluidez aparecen existencias subjetivas automáticas, sin pensamiento. Aparece por caso –para seguir con el ejemplo de Corea– el usuario “prosumidor”. Es una figura que deberíamos investigar mejor, pero desde ya podemos decir que no es muy distinto al “programador” de CC, salvo que es una dinámica automática del mercado en la segunda fluidez; este mercado parte del hecho de que el usuario es un “prosumidor” (palabra que combina productor y consumidor, aunque también consumidor y profesional), que no solo mira videos, sino que elige qué ver; que no solo ve videos en youtube sino que también los sube y también los edita; que no solo envía fotos por whatsapp o las sube a instagram, sino que también las retoca, que no solo envía los emojis de whatsapp sino que también crea stickers; que no solo lee sino que también comenta; que no solo recibe noticias sino que también las reporta a los medios masivos o las transforma en memes. El usuario meramente “actualizador” ya prácticamente no existe –aunque esto no significa que esté menos saturado su mundo semiótico, pues vive no solo consumiendo sino también alimentando ese flujo de obviedad. Es importante subrayar este punto pues la construcción de subjetividad se da dentro de la dinámica propia de la semiósfera, dentro de la misma saturación imaginal, y no tanto interponiendo a la misma una producción contingente o inesperada. Es importante advertir que el consumidor tiene hoy siempre algo de productor en el mismo acto de consumir,[16] y no solamente cuando va a trabajar. En esta forma de participar de los flujos semióticos, el prosumidor, al alimentarlos, se alimenta –subjetivamente hablando. Lo que en la primera fluidez parecía una operación subjetivante, en tiempos de conectividad ubicua es una operación sujetadora –operación que, por supuesto, produce subjetividad ‘regular’. Cuál es el plus de esta subjetividad, no lo sabemos, y habremos de leerlo en las prácticas (volveremos a la cuestión en el capítulo sobre la imaginalización y su más-allá).
El cuadro de tres columnas quedaría así:
Solidez | fluidez 1 | fluidez 2 | |
Sujeto | Receptor | Actualizador | Prosumidor |
Subjetivación | Creación | Programación | ¿? |
En la segunda fluidez, entre el receptor y el actualizador ha aparecido el prosumidor. Nuevamente una consistencia ‘intermedia’ entre el extremo saturado de sentido y el extremo saturado de sinsentido. Pero nuevamente no es un matiz intermedio, tanto porque no está en el medio (ha surgido en un tercer momento) como porque tiene una lógica específica, cualitativamente diferente de la sólida y de la de primera fluidez: si el receptor y el actualizador son ambos pasivos, el prosumidor es proactivo. Como vemos, para percibir las producciones de la segunda fluidez, hay que percibir pequeñas diferencias a primera vista irrelevantes o inocuas y luego cualificarlas como prácticas especiales, distintas, propias de unas condiciones históricas diferenciadas, en las cuales resultan ser operaciones eficaces.
Volvamos a las figuras lewkowiczianas. El esquema que abrocha fluidez y desubjetivación se torna más explícito en la cárcel-depósito:
“Las cárceles depósito son dispositivos en los que se retira de circulación a los individuos que no pueden circular. Es preciso eliminarlos. La acumulación mecánica de nuevos cuerpos sobre los ya depositados es un indicio de la operación. En los depósitos, no se castiga a los presos como sujetos: el castigo paga una culpa y es cosa humana. El palo que aniquila la subjetividad no disciplina ni castiga: produce el retiro de una materia sin sentido.” (Pensar sin Estado, 137)
Pero la escuela-galpón tomó más cuerpo en sus escritos.
“El edificio sigue siendo el mismo, también el escudo. Pero no sigue siendo el mismo dispositivo… Incluso la relación con los mismos textos y las mismas prácticas está orientada desde otro sesgo.”[17]
“Los ocupantes de las instituciones también sufrían, pero sobre todo sufrían el carácter normalizador de las instancias disciplinarias. Hoy, los ocupantes de las escuelas post-nacionales (maestros, alumnos, directivos, padres) sufren por otras marcas. Ya no se trata de alienación y represión, sino de destitución y fragmentación; ya no se trata del autoritarismo de las autoridades escolares, sino del clima de anomia que impide la producción de algún tipo de ordenamiento. Los habitantes de la escuela nacional sufrían porque la normativa limitaba las acciones; los habitantes de la escuela contemporánea sufren porque no hay normativa compartida.”[18]
La escuela no es la única institución que, en condiciones fluidas, se “galponiza”. Por eso, profundizaremos su caracterización si posamos la mirada en la “institución sin nación.”[19] Sabemos que la tesis madre de Lewkowicz es el agotamiento del Estado-nación, y que una de las formas de definirlo fue como “concierto de instituciones”.
“Brevemente, entonces, se puede condensar el tipo institucional moderno [o nacional, o sólido] sobre estos dos rasgos. Por un lado, inscripción en un conjunto orgánico de instituciones. Por otro, organización vertical, racionalista, que supone un mundo calculable.” (Pensar sin Estado, p. 44-5)
Esa sistematicidad del concierto institucional, esa organicidad, llamada en otra parte “relación transferencial entre instituciones”, queda descalabrada con la mengua de la capacidad del Estado para asignarle a cada una su función: “Las instituciones ya no son las mismas porque sin meta-regulación estatal, quedan huérfanas de función, tarea, sentido. [Quedan] sin proyecto general donde implicarse” (Del fragmento a la situación, p. 42) y “sin tablero que unifique el juego, las instituciones se transforman en fragmentos sin centro” (íd., p. 40). Esta descoordinación interinstitucional tiene serios efectos intrainstitucionales.
“Está claro que hay escuelas, familias, prisiones. Pero no se trata de instituciones disciplinarias, de aparatos productores y reproductores de subjetividad ciudadana… La subjetividad que resulta de estar en las escuelas, las familias o las prisiones cuando el mercado es la instancia dominante de la vida social, es absolutamente otra.” (Del fragmento a la situación, 41)
“Sin función [estatal] ni capacidad a priori de adaptarse a la nueva dinámica [mercantil], se transforman en galpones. Esto es, en un tipo de funcionamiento ciego a la destitución de la lógica estatal y a la instalación de la dinámica de mercado. Esta ceguera compone un cuadro de situación donde prosperan: suposiciones que no son tales, subjetividades desvinculadas, representaciones e ideales anacrónicos, desregulaciones legitimadas en nombre de la libertad, opiniones varias, etc. Se trata, en definitiva, de configuraciones anómicas que resultan de la destitución de las regulaciones nacionales.” [20]
Aparece entonces la condición histórica que afectará todo lo social y podremos considerar un sinónimo de la primera fluidez: la pura materialidad sin simbolización integrada. Cuando hablamos de galpones,
“se trata, en definitiva, de reductos hostiles donde la posibilidad de producción vincular deviene, a priori, imposible. En síntesis, si una institución cualquiera dispone de una serie de términos constituidos por una misma regla, si una institución cualquiera dispone de un instituido que si bien aliena a sus componentes también los enlaza, el galpón carece de semejante cohesión lógica y simbólica. En este sentido, se trata de un coincidir puramente material de los cuerpos en un espacio físico. Pero esta coincidencia material no garantiza una representación compartida por los ocupantes del galpón. Más bien, cada uno arma su escena. De esta manera… las condiciones de un encuentro no están garantizadas.”[21]
En ese momento resultaba una subjetivación darles sentido –sentido situacional. Pero luego vino el Estado a dar sentidos generales (no surgidos desde las situaciones), y también las ong’s, y los proyectos institucionales, los convenios… y el mismo mercado, por supuesto. De tal modo, las instituciones posnacionales, que ya no se conciertan, sí encuentran coherencias parciales y sentidos funcionales (esto es, adaptados “al mundo de hoy”, que, ya sabemos, es mercantil).
Si en la primera fluidez los galpones eran “el destino de las instituciones disciplinarias” en tiempos posteriores a los estatal-nacionales, hoy en cambio nos parece que el destino de las instituciones es la astitución, que en este contexto podemos definir como un tipo de funcionamiento también ciego a la destitución de la lógica estatal-nacional pero que a la vez ha asumido la instalación de la dinámica de mercado dentro de los aparatos estatales y entre ellos. Son, brevemente, “instituciones” que exhiben un funcionamiento precario en condiciones precarias. Aunque volvemos sobre las astituciones en el capítulo correspondiente, digamos algo más sobre ellas para seguir delineando la segunda fluidez a partir de sus diferencias con la primera.
El derivar en galpón de las instituciones era su destino en “un régimen de destituciones permanentes” como “la era del capital financiero”, en que “la existencia no está garantizada; el neoliberalismo es la experiencia de una dinámica que transforma a priori a los cuerpos en superfluos” y “disuelve cualquier rasgo de subjetividad”.[22] El argumento lewkowicziano estaba, verbigracia, sólidamente construido, y en ese 2002 argentino resultaba muy patente. Casi dos décadas después, sin embargo, debemos tomar nota de que ninguna formación social soporta dos décadas de destitución permanente. ¿Cómo se genera y regenera lo social si no lo hace en condiciones de predominio del capital industrial, si tampoco lo hace apoyado en un suelo estatal-nacional? La noción de astitución apuesta a trabajar esa pregunta.
Una primera forma de adelantar algo sobre las astituciones es traer la siguiente frase:
“El capital financiero se afirma sin reprimir ni producir. No se afirma dominando sobre otros términos. Sólo tiene planes para sí, ningún plan para otros. Confía femeninamente en que esos otros poderes anhelarán configurarse para fecundarlo.” (Pensar sin Estado, 197)[23]
El Estado-nación era justamente el tipo de poder que ‘masculinamente’ –o, más bien, paternalmente– adoptaba los cuerpos para moldearlos y configurarlos como ciudadanos, producir la subjetividad según el programa estatal para la nación que representaba. Ahora bien, pasadas casi tres décadas de la implementación del Consenso de Washington que fuera sinónimo del neoliberalismo puro y duro, pasadas unas cuatro décadas de predominio del capital financiero, y pasado más o menos el mismo tiempo de agotamiento del Estado-nación (estos procesos no tienen fechas tajantes), los cuerpos (los humanos tanto como los ‘institucionales’) han aprendido a configurarse para entrar en las redes del semiocapital recombinante (que es la forma actual del capital financiero) y lograr fecundación. Solicitantes de créditos llevan sus proyectos a los bancos, becarios presentan proyectos de investigación a los entes estatales o fundaciones, ong’s presentan proyectos de voluntariado a los organismos de crédito, docentes diseñan proyectos de enseñanza que presentan en su escuela o al Ministerio, algunos exámenes escolares exigen a estudiantes de secundaria que elaboren proyectos de diversos tipos (según la materia), les profesionales proponen proyectos de capacitación, les ejecutives proponen planes de expansión a sus ceos, los equipos de las empresas o del Estado se conforman por proyectos, unos ingenieros o ingenieras esbozan un proyecto civil para una gran empresa contratista, una startup tienta con un proyecto a unos inversionistas, brokers financieros presentan proyectos de inversiones… organismos públicos presentan proyectos de interés público a los organismos de crédito internacionales, etc. Con sus proyectos, los más diversos elementos sociales se configuran para que el capital los fecunde (lo que también suele decirse “para insertarse en el mercado”).[24] Todos estos proyectos son puntuales, es decir, acotados en tiempo y espacio y concernientes a ciertos proyectantes y quizás a ciertos destinatarios, mientras que el programa estatal-nacional (el progreso y grandeza de la nación) era perenne y para toda una población; además aquellos se publicitan imaginalmente, con la velocidad de las tecnologías de la información, mientras que este se instilaba ideológicamente, con los tiempos de la escuela y la Historia. En suma, la configuración por proyecto es una modalidad que no disuelve la subjetividad sino que la configura; la configura flexible, la configura provisoriamente, pero la configura –no la instituye, pero la astituye.
Hacer un rodeo por la niñez y la maternidad historizadas según Ignacio Lewkowicz nos permitirá ver desde otro sesgo la destitución y también plantear la cuestión de las astituciones. En Pedagogía del aburrido, propone que, ante el desfondamiento de la institución materna, debemos dejar de entender la crianza como amparo de un “infans” desamparado y comenzar a entenderla como cuidado mutuo entre dos seres frágiles.
“Estamos atravesando una época de desfondamiento de las instituciones, y en esta época el amparo pierde esa cualidad institucional; tendremos que empezar a pensarlo de otro modo, sin fondo institucional ya dado” (Pedagogía del aburrido, 99, subrayado mío).
De forma tal, sin fondo institucional, las relaciones ya no serían de amparo de un infans por un adulto con la mediación de un tercero (llámese Estado, que “ponía un marco en el que ese vínculo era posible”) sino de cuidado entre dos, sin un tercero de fondo.
“Ahora, desfondado ese marco, la relación materno-filial se constituye en el encuentro -y bien puede no constituirse-. No sólo puede no constituirse por déficit constitucional de la madre –porque lo que estamos planteando es que, para ser madre, el déficit constitucional es hoy un hecho ineludible–, sino también por no encontrar el modo efectivo de establecer el vínculo. Y puede que no encuentren el modo de establecer el vínculo ya no sólo por razones históricas que no le permitan apegarse sino por incapacidad actual de constituirse mutuamente.” (íd, p. 103)
“En el desfondamiento de las instituciones -no sólo en la extrema pobreza hay dos que están desfondados [madre e hijo] y que tienen que configurarse pensando, hay dos que están desfondados y que pueden cuidarse mutuamente si mutuamente se piensan” (íd., p. 100).
Nuevamente, la disyuntiva ético-política lewkowicziana es clara: o desfondamiento y desubjetivación o pensamiento y nosotros. En otras palabras, o dinámica mercantil destituyente o pensamiento co-constituyente. Nuevamente, nuestras condiciones son distintas (este capítulo de Pedagogía del aburrido es una conferencia de 2003, cuando la recomposición posterior a la crisis de 2001 no había aun cuajado). En nuestras condiciones, el fondo institucional no ha regresado –y no regresará– pero las instituciones han seguido existiendo, como pudieron.
Como pudieron: esto es, según lo que resultó eficaz para lograr existencia en las condiciones en que transcurrían. En otra conferencia, decía Ignacio que “lo que la institución no puede, el agente institucional lo inventa; lo que la institución ya no puede suponer, el agente institucional lo agrega” (íd., p. 106). Nosotros pudimos ver, en los años que siguieron, que las instituciones fueron haciendo lo mismo: lo que no podían suponer, lo agregaban, con el único criterio de la eficacia –o la reproducción, simple o ampliada; en lo posible, ampliada. Por fuerza, sin fondo institucional ya dado, sin suelo metainstitucional, los recursos eficaces no serían los que supusieran ese fondo sino a) los propios del mercado (publicidad y redes sociales para difundir actividades o para mejorar la imagen organizacional; coaching para sus agentes) o b) los que simularan el fondo institucional perdido (construcción de escuelas y rutas, programas para asistir el puerperio o la escolaridad, programas de “fortalecimiento institucional”, de subsidio a la industria y su empleo, de subsidio al desempleo y un largo etc.) sin olvidar c) recursos mixtos “mercantil-estatales” (como el desplazamiento de equipos de agentes estatales y sedes asistenciales a los territorios donde eran necesarios, esto es, hacia fuera de las paredes institucionales).
Lo que requiere nota es que las instituciones sobrevivieron, ya sin la coherencia integral que suponía su concierto estatal-nacional, con la multiplicación de actividades y conexiones que supone la nube reticular-mercantil. Eso, inevitable e inadvertidamente, las fluidificó. Eso significa que su reproducción era –es– precaria como los conectivos recursos a que acudieran para seguir existiendo (un recurso conectivo puede siempre, por definición, desconectarse) –y muchas, para nacer, para comenzar a existir. Esto es lo que queremos significar cuando decimos que ni seguían destituidas ni se restituyeron sino que se astituyeron. El principio “lo que falta se agrega”, combinado con el principio “lograr existir”, ejercidos en condiciones fluidas –que no solo han fluidificado al capital sino también al resto de los elementos sociales, incluido el Estado y sus técnicas de funcionamiento– convierte en astituciones a las supuestas instituciones.
En el capítulo sobre las astituciones, vemos que donde hubo, en solidez, coordinación general metainstitucional, para dejar en la primera fluidez lugar a la fragmentación, hay en la segunda fluidez coordinaciones parciales interinstitucionales. Y en el capítulo sobre la vincularidad fluida vemos que donde hubo ligadura vincular, para dar paso luego al puro coincidir material de los cuerpos (donde “la producción vincular devenía a priori imposible”), se darán en la segunda fluidez unos contactos sin vínculo. Y veremos también, un poco en todos los capítulos, que las formas de subjetivaciones en condiciones precarias posnacionales o de segunda fluidez son singulares, específicas creaciones históricas –esto es, conectadas a sus condiciones.
Ahora bien, ¿cómo habitar las astituciones? ¿Cuál es la disyuntiva ético-política que se nos plantea? En las actuales condiciones, en la precariedad de cualquier dato humano, cunde el temor, latente o manifiesto, a que el carácter precario de la configuración en que andamos la haga caer o perder existencia; en la segunda fluidez, en la precariedad, el padecimiento no lo trae tanto el riesgo de disolución subjetivo o la imposibilidad de encuentro por falta de coordinación de las representaciones institucionales, no lo trae tanto la galponización, sino más bien la hiperactividad conectiva (también llamada “proactividad”) con que reaccionamos al efecto de temer la vulneración que acecha en la precariedad. Creo que si no pensamos, más que sufrir por desfondamiento (que ya ocurrió), sufriremos por febril anhelo restitutivo. El anhelo restitutivo puede consistir, claro, en restituir lo sólido pero también y sobre todo en mantener en pie el castillo de naipes que las vidas y los “proyectos institucionales” son en la segunda fluidez; las vidas y las instituciones alcanzan delicados equilibrios que una y otra vez tambalean y que una y otra vez deben restituir. Así, campea la reactividad por doquiera y en quien fuera, pero es una reactividad que toma forma de proactividad.
Bien. Las figuras lewkowiczianas que rápidamente recorrimos hasta aquí –las del consumidor, el depósito y el galpón– son las más recordadas, pero no las centrales. La tesis crucial de Ignacio Lewkowicz es la del agotamiento del Estado-nación.[25] Como se viene viendo, este agotamiento es el supuesto de aquellas figuras (y otras en las que no nos detuvimos), tesis madre que se mostró copiosamente productiva, y que es también el supuesto de todo el pensamiento de la segunda fluidez. Es decisivo, pues, entenderla con precisión.
“Que se agoten los estados nacionales significa que ha caído la institución principal en la instauración de nuestra subjetividad. Que los estados nacionales hayan caído no significa que hayan desaparecido, sino que han perdido la potencia hegemónica de institución de subjetividad propia de los siglos XIX y XX.”
“¿En qué consiste el agotamiento del Estado Nación (EN)? No se trata del mal funcionamiento de las instituciones del EN o del incumplimiento de unas leyes determinadas, se trata más bien de la incapacidad del estado para postularse como articulador simbólico del conjunto de las situaciones sociales.” (“Subjetividad contemporánea…”)
“El agotamiento de una lógica no implica la desaparición de sus dispositivos productores de sentido. Más bien, implica que esos dispositivos devienen incapaces de semejante empresa. En otros términos, el agotamiento no describe la desaparición de los términos de la lógica en cuestión sino el desvanecimiento de su consistencia integral.” (Del fragmento a la situación, p. 36, subrayado mío)
Así, despejados esos posibles malentendidos, vamos llegando a lo sustancial de la tesis, que logra pensar al Estado por su eficacia práctica de fondo, por su lógica, y no tanto por las acciones o las omisiones de los gobiernos de turno. Esa eficacia tiene que ver con eso decisivo para toda formación subjetiva y social: el sentido.
“En tiempos nacionales, el estado es capaz de articular simbólicamente las situaciones, esto es, es capaz de producir un sentido general para la serie de instituciones nacionales. En rigor, no se trata solamente de la producción de un sentido, sino de la producción de un sentido articulado. En nuestra situación, no hay estado capaz de producir articulación simbólica.” (“Subjetividad contemporánea…”; subrayado mío)
“El agotamiento de los Estados nacionales consiste en su agotamiento como paninstitución donadora de sentido” (Del fragmento a la situación, p. 13).
Entonces, no era solamente que el Estado-nación agotado no pudiera simbolizar lo que ocurría en su territorio. Tampoco podía articular integralmente las diversas simbolizaciones: fragmentación del universo simbólico que iba pareja con la fragmentación del concierto institucional.
“En condiciones modernas, en condiciones de estado-nación, el conjunto de las instituciones queda articulado por esta meta-institución que es el estado. El estado no sólo es el reservorio de la soberanía, sino que es también el articulador simbólico que conecta entre sí las diversas instituciones. O en otros términos, el estado como meta-institución coordina las instituciones en un todo.” (“Subjetividad contemporánea…”; subrayado mío)
“El agotamiento del Estado Nación como metainstitución implica el desvanecimiento de un tipo de dominación totalizadora. Agotado el Estado que totalizaba y en presencia de una dinámica mercantil que opera sin totalizar, ya no hay un mundo sino fragmentos, ya no hay un sistema que articula a las partes en un todo y les provee un sentido sino fragmentos dispersos huérfanos de significación.” (Del fragmento a la situación, 97)
De tal manera podemos integrar la idea del Estado-nación como paninstitución donadora de sentido y la del Estado-nación como metainstitución.
“La suposición de unas mínimas operaciones lógicas y subjetivas entre los estudiantes de los más diversos niveles es una suposición nacida en las condiciones de Estado Nación. Más precisamente, es una suposición que se verifica cuando la relación entre instituciones es analógica, cuando la estructura formal es compartida por los agentes en cuestión. Entonces, la intervención de una institución se apoya en las marcas previas de la subjetividad, marcas efectuadas por cualquier otro dispositivo normalizador. De esta manera, la experiencia institucional preliminar, sea cual fuere, produzca los contenidos que produjere, opera como condición de posibilidad de las marcas disciplinarias futuras. En este sentido, si bien el pasaje de la institución familia a la institución escuela, o de la institución colegio a la institución universidad, inaugura posibilidades, saberes, operaciones, relaciones, complejidades diversas, apoya sobre una estructura formal antes armada. Se trata, en definitiva, de diversos dispositivos que forjan la misma subjetividad (institucional). Ahora bien, todo esto es posible cuando el Estado Nación opera como institución que unifica bajo un mismo régimen, al conjunto de las experiencias. Así, la articulación institucional está asegurada, más allá de las anomalías, las patologías o los tropiezos de cualquier emprendimiento.” (Del fragmento a la situación, p. 44)
“Si la subjetividad institucional producida por los dispositivos disciplinarios de los Estados Nacionales operaba como puente facilitador de las relaciones, hoy no hay nada equivalente a esa meta-subjetividad, a esas operaciones básicas que simplificaban el ingreso a un dispositivo. Más bien, sucede todo lo contrario.” (Pedagogía del aburrido, p. 35)
Cuando, como luego de 2003 en Argentina, la legitimación de un gobierno depende del nivel de consumo de sus gobernados, tenemos una clara señal de que se está legitimando por un principio mercantil (contribuir a la reproducción de la subjetividad consumidora) y no por un principio institucional (contribuir a la producción y reproducción de subjetividad institucional). Esa señal fue una de las pistas que nos llevó a caracterizar al Estado argentino como posnacional.
Entonces, volviendo, ya no se trata de una cuestión cuantitativa, como creen o nos quieren hacer creer los gobiernos posnacionales: no se trata del retiro o la presencia del Estado en mayor o menor grado. Se trata de una alteración cualitativa. El Estado puede incluso aumentar su presencia, como lo hizo, a la manera educadora, a la manera mediática, a la manera asistencial, a la manera represiva, a la manera endeudadora, a la manera securitaria, o de muchas otras maneras. Pero el punto es que, por muy presente que esté, esa presencia tiene otra ubicación en la topología social. El Estado ya no será una institución de instituciones (o paninstitución) pues ya no será el donador central de sentido. Puede publicitar sentidos; puede hacerlo con mucha fuerza, puede publicitar mucho sus actuaciones, desplegando gran presencia noticiosa de sus quehaceres y de sus agentes en los medios de comunicación; puede también afectar mucho la vida de muchos, otorgando asignaciones o podando pensiones, abriendo universidades o desfinanciando escuelas. Puede mucho, pero no puede restablecer el lugar de un donador central de sentido y ocuparlo, no puede condensar los múltiples sentidos como sentido de su nación. El mercado (tanto el de bienes y servicios como el de signos y afectos), con su dinámica, le disputa la donación de sentido –en formas y contenidos, en funcionamientos y técnicas– y a la vez le impide el establecimiento de un lugar central y tercero que pueda significar e instituir la generalidad de las prácticas que ocurren en su territorio.
No se trata aquí de la consabida ley sociológica que indica que los grupos económicamente más poderosos condicionan al gobierno y el mismo funcionamiento del Estado y que dominan ocultándose tras los gobiernos; esta ley puede afirmarse de tiempos sólidos tanto como de tiempos fluidos. Se trata de otra cosa: un clivaje estatal del sentido social, institucional, subjetivo, que en tiempos sólidos el Estado garantizaba y en tiempos fluidos ya no. Ese clivaje, ese poder de clivaje atribuido al Estado-nación, es la gran conquista del pensamiento lewkowicziano. Es ese poder de clivaje del sentido, ese poder de articulación simbólica integral y basal lo que el Estado técnico-administrativo había perdido y lo que el Estado posnacional no recuperó ni, en condiciones de semiosfera imaginal, recuperará. En fin, al Estado también hay que pensarlo sin Estado-Nación.
“Ahora bien, ¿qué significa pensar sin Estado? Significa pensar sin garantía metainstitucional… Significa pensar una subjetividad y una subjetivación sin Estado Nación.” (Del fragmento a la situación, p. 92-3)
“Pensar sin Estado no refiere tanto a la cesación objetiva del Estado como al agotamiento de la subjetividad y el pensamiento estatales. Por eso podemos poner en duda que haya desaparecido el Estado; podemos verificar enormes organizaciones técnicas, militares, administrativas con un vasto poder de influencia. Pero influencia no es soberanía; y la subjetividad estatal no arraigaba en la mera existencia del Estado sino en su soberanía. El Estado ya no es un supuesto.” (Pensar sin Estado, p. 10)
No sería entender este pasaje leer “supuesto” ligeramente. No se lea allí, por ejemplo, “el Estado ya no es un dato”. Léase que el Estado ya no está ‘sub-puesto’; no está ubicado debajo de los elementos sociales de un país, como un “suelo”, como una metaestructura que asegura la consistencia de las estructuras que apoyan sobre ella; léase, en fin, que ya no es un re-aseguro de la formación social a la que supuestamente gobierna. Por ello, “El Estado configura en la superficie de las situaciones y no predetermina desde el fondo. El Estado es un término importante entre otros términos de las situaciones, pero no es la condición fundante” (íd., p. 11).
En un momento Ignacio Lewkowicz dice “las nociones de trauma, acontecimiento y catástrofe se apoyan en un suelo común. Constituyen afecciones diversas -momentáneas O no, subjetivas O no, alteradoras o no- sobre una lógica consistente. Son avatares que sobrevienen a una estructura. Pero esa estructura supuesta no es una invariante histórica sino el efecto del modo estatal de producción de realidad.” (Pensar sin Estado 155, subrayado mío)
Diremos que el modo estatal de producción de realidad es el modo sólido: el modo representacional-institucional. Como “concierto de instituciones”, el Estado-nación representa a cada institución (podríamos decir, sabe lo que cada institución es). Como “concierto de representaciones”, el Estado-nación institucionaliza cada representación (podríamos decir, inscribe lo que cada saber dice[26]). Al abordar la realidad contemporánea, se trata de pensarla en la crisis del modo estatal de producirla, un modo que instituía los saberes haciéndolos operar como discursos que sabían –representaban– las prácticas instituidas). Todavía ubicado en el agotamiento (y, como mucho, en la catástrofe) del modo estatal-nacional, Ignacio Lewkowicz no podía anticipar otras formas –pos-representacionales y pos-institucionales– de producir realidad.[27] Por eso él definiría la fluidez como “libre juego entre prácticas” (Pensar sin Estado, 156), pues las prácticas no están reguladas simbólicamente, estructuralmente, y por lo tanto juegan “sin lugares” (ibíd.) asignados previamente por una Constitución explícita ni por una estructura invisible. La segunda fluidez quiere, entonces, pensar un modo fluido de producción de realidad, un modo imaginal-astitucional.
Volvamos a la tesis del agotamiento del Estado-nación como agotamiento de una organicidad político-jurídico-subjetiva-institucional. Ya es momento de reintroducir la tesis que acompaña a esa tesis. “El estado como pan institución cae cuando las prácticas de mercado pasan a ser el fundamento de la vida social.” Pero ocurre que el mercado tiene un funcionamiento tal que jamás podría operar como fundamento o reaseguro, pues
“el mercado no organiza simbólicamente las situaciones, su relación con las instituciones es otra. En rigor, el procedimiento del mercado no es la articulación simbólica sino la conexión real. Esto es, el mercado en su devenir produce una variedad de efectos incalculables, pero al hacerlo no produce un sentido para tales consecuencias.” (“Subjetividad contemporánea…”; subrayado mío)
Pero decir “el mercado” conlleva el riesgo de anacronismo, que es un automatismo que les historiadores nos ejercitamos en prevenir; la diferencia temporal es lo que nos hace pensar. “Uno de los problemas que más insiste es la perplejidad que causa el mercado actual. Su dificultad de definirlo indica que estamos ante un mercado muy diferente al nacional.” (“Subjetividad contemporánea…”) Ocurre, entonces, que con la financiarización y globalización del capital, el mercado mismo, no solo el Estado, cambia su ubicación en la topología social.
“No existe este espacio interior al que nos habíamos acostumbrado a llamar mercado interno, estado-nación o espacio soberano. Entonces, el mundo queda conectado a partir de los flujos de capitales, de imágenes, de información.” (ibíd.)
“Una ontología supone condiciones; y… las condiciones supuestas por la ontología estatal se han derretido. Una imagen puede colaborar. El Estado –el Estado nacional, soberano– era el tablero dentro del cual transcurría la existencia de un conjunto de entidades que llamamos instituciones. Los diversos modos de agrupamiento tenían una dimensión institucional. Una de esas instituciones, una pieza de ese tablero, era el mercado liberal. Ese mercado era una laguna en medio de un continente sólido. Literalmente, el sólido continente institucional contenía la laguna. Pero esa laguna crece, se desborda, se descontiene, se vuelve incontenible. Lo llaman neoliberalismo, o tercera ola, o globalización, o algo. Se ha revertido la trama; esa laguna devino océano. Esa laguna que era una pieza del tablero estatal se convierte ahora en el tablero de otra lógica. Ahora todas las demás piezas transcurren en el ámbito propio de lo que era sólo una pieza. Esa pieza devino hegemónica, devino condición de todo el juego y alteró el juego de modo tal que las antiguas piezas no conocen las reglas de este nuevo juego. Quizás las reglas no sean desconocidas sino meramente inexistentes. A la vez, el Estado que era el tablero, en esta reversión, se convierte en una pieza entre otras.” (Pensar sin Estado, p. 176)
La inundación mercantil-financiera-global sumerge al Estado y lo obliga a mutar (primero en Estado técnico-administrativo, luego en Estado posnacional). Pero hay más. Como forma de dominación de lo social, el pasaje del Estado al mercado altera la forma en que se había pensado la dominación en tiempos sólidos o estatal-nacionales. No producir un sentido tiene no solo la consecuencia de la conexión real sino también la de la fragmentación.
“Si el Estado ya no es capaz de producir articulación simbólica, tampoco opera como condición simbólica de pensamiento. Se altera su ontología. El actual Estado técnico-administrativo es incapaz de producir un ordenamiento simbólico para la heterogeneidad de las situaciones. En las condiciones actuales, el Estado es una fuerza entre otras fuerzas tratando de hacer palanca; no es un vector del pensamiento. En esta lógica, las fuerzas del mercado son capaces de imponer una serie de funciones a ese Estado que ha dejado de ser programático y ha devenido administrativo. Pero el mercado tampoco organiza simbólicamente las situaciones. Su procedimiento no es la articulación simbólica sino la conexión real. Los flujos del mercado conectan situaciones sin generar en el proceso un ordenamiento simbólico para tal conexión.” (Pensar sin Estado, p. 157-8)
Esto tiene efectos comprometedores para quienes, por oficio o por activismo, decimos que lo social es relacional, pues el Estado-nación y el mercado relacionan distinto. Ello obliga a preguntar por los efectos del relacionamiento fluido; es lo que indagamos y mostramos en los capítulos sobre la vincularidad fluida y sobre los linchamientos: lo que en la primera fluidez aparecía como “imposibilidad del encuentro” o “desolación” y “desvinculación”[28] muta en la segunda fluidez y aparece como precariedad del contacto. Pero la diferencia entre primera y segunda fluidez es una pregunta nuestra, y aquí quiero mantenerme en la diferencia que hacía pensar a Ignacio Lewkowicz, la diferencia entre fluidez y solidez.
“Las figuras del ciudadano estaban producidas por una vinculación estructural, una vinculación por la ley y por sus instituciones. Pero en tanto consumidores no somos iguales en nada ante nadie. Y sin punto de equivalencia eso es la pura desvinculación.” (Pensar sin Estado, p. 108)
“La humanidad del tres es la humanidad ciudadana del lazo moderno [o sólido]… La desolación compartida, la perplejidad de a dos son tales desolación y perplejidad por desvanecimiento del parámetro, ese tercero que tornaba simbólico el encuentro entre dos.”[29]
Retengamos entonces que la sumersión del Estado-nación en la fluidez mercantil-financiera hace que lo social vea disolverse el lugar de práctica dominante que ese Estado ocupaba y que asignaba a cada práctica social su lugar y su sentido.[30] En otras palabras, se disuelve la meta-institución de lo social. Deja de haber “tablero” o “suelo” que articulen integralmente los términos sociales –y el mercado no lo hace. Deja de haber también totalidad social porque no hay un Estado que pueda totalizarlo –y el mercado tampoco lo hace. Deja de haber vinculación estructural entre personas, signos e instituciones a la vez que deja de haber un Tercero trascendente[31] o “un punto de equivalencia” que vincule –el mercado lo destituye y no lo instituye. En fin, decir agotamiento del Estado-nación es decir también que ha habido todas estas mutaciones. Decirlo exige pensar asumiendo esas mutaciones como condiciones del mismo pensar. Caracterizar la socialidad contemporánea como segunda fluidez experimenta pensar con estas condiciones como conquistas del pensamiento que debemos a Ignacio Lewkowicz (o a los nosotros en cuyas asambleas logró existir).
Podemos sumariar el repaso hecho hasta aquí de la siguiente forma. El mercado muta y deviene global o neoliberal o financiero “o algo”; deja de ser una pieza del tablero e inunda todo lo social. El Estado deja así de ser tablero; deja de ser Estado-nación. Luego, no puede articular simbólicamente las prácticas sociales, institucionales, subjetivas; esto tiene diversos efectos. Aparecen los consumidores, la escuela y las instituciones sin nación se tornan galpones, la cárcel se vuelve depósito. El Estado mismo se convierte en Estado técnico-administrativo. Si el Estado-nación era metaestructura donadora y reguladora del sentido, el Estado técnico-administrativo puede verse, aproximativamente, como figura administradora de la «pura facticidad» propia de la primera fluidez (ya entraremos en esa facticidad descarnada). No asegura un sentido, y se aboca a facilitar los flujos sociales y económicos (lo que por supuesto incluye la represión, como en todo Estado).
Abreviando. En la fluidez (primera o segunda) algunos términos de la solidez sobreviven “sin articulación integral”. En la primera sobrevivían como fragmentos. En la segunda sobreviven como astituciones. Además, se generan nuevos elementos, también astitucionales. Ninguna sobrevivencia, ni siquiera la del Estado, o incluso la de la relevancia del Estado, indica que exista una paninstitución donadora de sentido. Se hace necesario, entonces, pensar las prácticas de producción de subjetividad, de sentido y de elementos sociales, sin paninstitución, sin metaestructura, sin Estado. El mismo Ignacio Lewkowicz nos dejó las herramientas para hacerlo.
La “pura facticidad” de la primera fluidez bien puede asociarse a la insignificancia. “La fluidez globalizadora nos sitúa en un terreno de pura facticidad en tanto no dispone una trascendencia estatal integradora, capaz de proveer sentido” (Pensar sin Estado 171). Pero no se trata simplemente de un debilitamiento máximo del sentido, sino que es un tipo de funcionamiento. Respecto, por caso, del Estado, “parece que no importa la Constitución lógica. Importa que funcione.” (Pensar sin Estado, p. 25).
“En el espacio de los poderes destituyentes estamos muy lejos del horizonte legal, muy lejos de unos poderes capaces de generar subjetividad. Sin autoridad ni soberanía, el poder destituyente es puramente fáctico. Eficaz en su dominio operatorio, prescinde de cualquier eficacia simbólica.” (Pensar sin Estado, 199, subrayado mío)
Así, en la primera fluidez, los poderes financieros no solo debilitan los significados, sino que hacen algo más grave para la existencia. Disminuyen la eficacia del sentido para estructurar la experiencia. El bicho humano ya no tiene asegurada una subjetividad; es biológicamente humano, pero que sea subjetiva o simbólicamente humano deviene contingente. “La condición superflua parece decirnos que… se puede inexistir en vida.” (Pensar sin Estado, 224)
Esa contingencia del llegar a ser subjetividad es efecto de la galponización de las instituciones, de su devenir fragmentos incapaces de mediar la vincularidad.
“La materia humana no dispone de un discurso institucional que, alojado en la carne, le permita llamarse cuerpo, operar, o transgredir, o situarse. En los galpones se acumula materia superflua. La materia humana se amontona; proliferan los choques pero escasean los encuentros. En el choque, en la superfluidad, en el amontonamiento, nadie se puede pensar porque nadie lo está pensando. La facticidad desaloja la existencia” (Pensar sin Estado, p. 226).
“Con la caída de esa capacidad ordenadora del Estado, sólo queda materia humana dispersa, materia humana arrojada a los flujos, materia humana que cambia esencialmente de cualidad. Entre los cambios de cualidad puede ocurrir también la pérdida de cualidad humana, que se vuelve inesencial.” (íd., p. 224)
La destitución de los significados es entonces también un funcionamiento destituyente de toda significación que pueda instituir humanidad. En la primera fluidez, el capital desconfigura poniendo facticidad (carne no simbolizada como cuerpo) donde había habido, en solidez, existencia (miradas representadas por otras miradas; saberes sabidos por otros saberes). Y pone choques –o menos que choques– donde había habido vinculación.
“El mercado tampoco organiza simbólicamente las situaciones. Su procedimiento no es la articulación simbólica sino la conexión real. Los flujos del mercado conectan situaciones sin generar en el proceso un ordenamiento simbólico para tal conexión.” (Pensar sin Estado, 159; subrayado mío).
“¿Cuál es entonces la naturaleza de nuestra condición actual? La emergencia de unas prácticas sin representación.” (“Subjetividad contemporánea…”; subrayado mío)
La conexión real es lo que hay cuando hay pura facticidad operatoria, así como, en tiempos sólidos, había habido vinculación cuando había mediación simbólica-institucional. Así, podemos definir mejor los galpones como lugares donde abunda la conexión real, esto es, una contigüidad que no permite saber qué esperar del otro. En condiciones de catástrofe, entonces, aparece la disyunción universal:
“La inexistencia de vínculo se formaliza como disyunción universal. Nada de lo que se presenta para un punto de mercado se presenta para otro punto de mercado; nada de lo que se presenta en un instante para un punto de mercado se presenta en otro instante para el mismo punto de mercado. La disyunción universal no afecta sólo la relación entre dos términos sino, si se puede decir así, entre un instante y otro del mismo término. En condiciones estatales sólo se era ciudadano como conciudadano con otros ciudadanos semejantes. El agente de mercado no sólo está desamarrado de cualquier semejante o de cualquier complementario, sino que está desamarrado de cualquier amarra. Cada agente de mercado es un punto catastróficamente aislado. El lazo social en condiciones de capital financiero tiende al máximo de dispersión. La catástrofe aquí adquiere la forma de la dispersión: desvinculación esencial, disyunción entre dos puntos cualesquiera.” (Pensar sin Estado, p. 166; subrayado mío)
Retomando. La radicalización del mercado agota al Estado-nación; el agotamiento del Estado-nación trae como efecto la desarticulación simbólica, que trae aparejada la disyunción universal. Esta tiene un efecto angustioso, distinto al padecimiento sólido. “Si el destino reactivo para la subjetividad ciudadana era la alienación a un sentido dominante, el destino reactivo de la subjetividad consumidora es la ausencia de sentido.” (Del fragmento a la situación, p. 83) Y la ausencia de sentido amenaza con –o realiza– la desubjetivación, la inexistencia.
Sin embargo, a la inexistencia, a la desubjetivación, podía pensársela. En otras palabras, había una ética-política posible en la desolación fluida, y esta apuesta fue quizá el señalamiento más distintivo de Ignacio Lewkowicz. No solamente la catástrofe, no solamente la destitución, sino la posibilidad de la subjetivación en un medio catastrófico. Una posibilidad contingente, sin la necesariedad que el progresismo moderno había confiado a las subjetivaciones. Al reactivo destino de la insignificancia, que todo lo desconfiguraba, se lo podía procesar con una actividad colectiva configurante.
“Con una prohibición que no desplaza y un trabajo que no abunda, nuestra civilización intenta definirse por su extraordinaria actividad configurante en el borde oceánico de la dispersión -que es nuestra barbarie, nuestro estado de naturaleza, nuestra guerra todos contra todos, nuestra ausencia de contrato: la figura actual de lo asocial-.” (Pensar sin Estado, 208, subrayado mío).
“Sin norma jurídica, sin posibilidad de regla social, la ley simbólica ya no se nos presenta como la condición estructural de la experiencia humana; se nos insinúa como la contingencia de una actividad configurante también, a su vez, contingente.” (íd., 203)[32]
Frente a la actividad desconfigurante del capital financiero, actividad configurante de nosotros. Nosotros es una figura decisiva para toda ética en condiciones fluidas. Sigamos pues a Ignacio en su forma de presentar el nosotros:
Hoy… uno intuye que si no se encuentra con otros, si se encierra, va a desvariar, va a quedarse sin otro que lo piense para poder pensarse y va a dar vueltas de zapping como un energúmeno, esperando que algún espacio mediático o virtual tire algún estímulo con intensidad de olvido. La subjetividad estatal le suponía un sujeto al pensamiento. Si es yo el que piensa -con una serie de anclajes y de determinaciones ciegas- se configura una experiencia. Si ya no es yo, en cada circunstancia, si se piensa, habrá que ver quién piensa para inferir quién existe. Aquí adviene nosotros; pero adviene de un modo muy raro, porque este nosotros se organiza de manera puramente contingente, o sea que no es lo que se dice un advenimiento. No es un conjunto previo que se agrupa, percibe la propiedad común, toma conciencia de su ser en común y pasa de llamarse alienadamente yo, yo y yo, a llamarse con conciencia de sí nosotros. Tampoco es un grupo previamente insospechado que en adelante quede constituido. Más bien el viento nos amontonó en una esquina y de pronto -pero probablemente sólo esa vez- ya estábamos pensando en asamblea… Si es lícito resucitar arbitrariamente un verbo, nosotros no adviene; continge. (Pensar sin Estado, p. 226-7, subrayados en el original)
El yo desolado, al borde de la disolución, se encuentra con otros, aunque más probablemente, se encuentra con que estaba pensando con otros. Una asamblea había comenzado antes de convocarla. Este “contingir” atraviesa la pura contigüidad desconfigurante y ofrece figuras de existencia:
“En el galpón, dos términos cualesquiera chocan. En el choque, se ven de modo efímero. Lo que ven confirma, o ignora, o destituye, pero no constituye nada. O bien verifica de modo especular una o ambos términos, o bien los atraviesa sin percibir ninguna rugosidad interrogadora. En el encuentro, en cambio, la mirada de otro me ve de un modo en que nunca había sido visto. No es una mirada estructural que prescribe un ser, es una mirada ocasional que algo indica. Esas miradas intentan ver quién es o qué es ese que está al lado, en la esquina; ya no es todo choque y galpón.” (íd., 227)
La mirada del otro o los otros no es la del Otro. Algo indica de mí, pero no me instituye como yo. La asamblea de nosotros me permite pensarme y alejarme del borde de la disolución y evitar la pura facticidad que me hace inexistir.
“Nuestra pregunta decisiva quiere indagar si cada uno de nosotros puede componerse de manera contingente a partir de la mirada contingente de otros, si puede uno pensarse a partir de la mirada y la voz de otros, que dan indicios sobre cómo lo están pensando. Eso es pertenecer. No sé yo cómo me está pensando él. Pero sé que de algún modo me está pensando y que a partir de la relación puedo constituirme para hablarle, para escucharlo, para mirarlo. Esa relación depende esencialmente de la ocasión: para ese otro, uno recién aparece en su escena -no vengo con una trayectoria, él no tiene un discurso en que albergarme-. Para ese otro, yo sólo existo en la palabra o el silencio que acabo de decir o hacer, soy sólo este gesto actual. A la vez, mi gesto sólo existe en la percepción que se configura con él. En el enigma mutuo nos asociamos, nos conjeturamos, nos configuramos. En esa esquina, eso es nosotros; nosotros pensamos.” (íd., p. 228; subrayado mío)
Como dice Sebastián Grimblat, se trata de una composición subjetiva que, partiendo de la catástrofe y la devastación, se compone a través de pequeñas y sutiles operaciones. “El cambio es esencial; por lo tanto, permanece casi imperceptible” (íd., p. 231). Resumiendo,
“Este presente, esta terra incongnita, esta indeterminación esencial de nosotros, es la posibilidad más rica de nuestra circunstancia. El desfondamiento arroja a cada uno a un pozo de soledad. Cada uno, aislado, entra en eclipse de yo. Aprendemos trabajosamente que, quizá, nosotros sea la primera persona.” (íd., p. 231; cursivas en el original)
Es importante en este punto destacar que este nosotros nada tiene que ver con una identidad que se construye por oposición a un ellos. Es una asamblea y no un grupo que funciona como el tercero o el Otro entre dos otros. Es la posibilidad de “pensar el dos en su potencia instituyente de simbolización.”[33] Algunos kirchneristas han querido encontrar en la constitución del nosotros kirchnerista un caso del nosotros lewkowicziano. Otros no kirchneristas han hablado de su nosotros poniéndole mayúscula inicial (como si fuera trascendente). Espero quede claro que esos errores conceptuales son de hecho una operación estatal que borra el carácter autónomo de este dispositivo asambleario llamado nosotros. Su carácter contingente, su proceder en condiciones fluidas, impiden que haga identidad o que recurra a una referencia tercera para pensarse:
“Desde cada punto, cada uno conjetura la figura. En función de esa figura conjeturada -invisible desde un inconcebible tercer lugar satelital, exterior, al que llamamos Estado- cada uno insiste en la actividad configurante. Conjetura, configura, percibe la actividad del otro polo, o mejor, sus indicios: los oye, los mira, los piensa; interroga la figura que está diseñando. Ajusta, conjetura, habita la actividad de configurarse.” (Pensar sin Estado, p. 230)
En breve, ante –en– la desconfiguración general que Ignacio Lewkowicz nombró catástrofe, se planteaba la posibilidad de configurarnos mutuamente. Padecer la destitución o habitar la configuración. Por eso, “me parece que la tarea de pensamiento de nuestra generación es investigar los mecanismos concretos de la producción de nosotros” (íd., 229).
En la segunda fluidez esta sigue siendo la tarea, aunque las condiciones son otras. Pasemos a diferenciarlas.
En la segunda fluidez hay al menos tres grandes diferencias que en los diferentes artículos del libro muestran plétora de efectos, pues las tres vienen mostrándose decisivas. Una: Hay producción de sentido o subjetividad sin pensamiento (en la primera fluidez, la subjetividad, el sentido, la existencia, eran posibles como subjetivaciones, esto es, como pensamiento). Otra: Hay Estado no paninstitucional (y tampoco es meramente técnico-administrativo). Otra: Cambia la exclusión y por lo tanto la inclusión es problema de pensamiento.
Si había algo de ético-político en el trabajo lewkowicziano, eso era que el pensamiento era un hacer y que este hacer era una tarea subjetiva indelegable. En condiciones fluidas, llegaba a constituirse en sujeto quien pensara. Por supuesto, como vimos en el nosotros como vía de existencia, indelegable no significaba autoengendrada; subjetivo no significa individual, mucho menos desde la “muerte de yo”. Si recordamos esto, podemos continuar.
“El desfondamiento del Estado implica inseguridad esencial. El Estado no tiene la capacidad de generar existencia que tuvo en los siglos de modernidad política. Desde entonces, existir no es un dato objetivo sino un trabajo subjetivo.” (Pensar sin Estado, 224).
En condiciones sólidas, cuando el pensamiento era estatal, existir era un dato objetivo. En condiciones fluidas, la existencia deja de estar asegurada, pues se ha desvanecido y fragmentado el concierto institucional que producía existencia (existencia ciudadana, lo sabemos) al transitar los cuerpos por sus partes. Así las cosas, si no pensamos, si no nos encontramos con otres, si no nos encontramos con lo que ocurre en esos encuentros, si no nos componemos, “nuestro destino será el galpón” (Del fragmento a la situación, p. 45).
En breve, no se podía existir si no se pensaba en y con las asambleas en las que uno encontraba estar. «Uno solamente podrá pensarse a partir de pensamientos que lo piensen circunstancialmente» (Pensar sin Estado, 225). Ahora bien, eso ocurría así en la primera fluidez. Pues, en la segunda fluidez, uno podrá sentirse existir (no necesariamente pensarse) a partir de (no necesariamente pensamientos) miradas, logros, consumos, “experiencias” (de consumo). La segunda fluidez es, en este sentido, la posibilidad de existir sin pensar. Es la oferta de una innumerable cantidad de recursos para existir sin pensar. (Algunos lo llaman “producción neoliberal de subjetividad”.)
Es que hoy el aislamiento individual que acechaba en la desligazón lewkowicziana es prácticamente improbable. Ignacio decía que “uno intuye que, si se encierra, va a desvariar” (íd., 226). En la segunda fluidez el encerrarse no es posible, salvo como yo-sombra hiperconectado.[34] Esa hiperconexión bien le ahorra al yo la fatiga de pensar, la de pensarse, la de hacerlo a partir de cómo lo piensan les otres. La emisión compulsiva (a veces llamada opinión) es menos gasto subjetivo.
Ahora bien, ¿cómo pensar una dinámica social de dominación cuando no hay cuenta de la cuenta, cuando no hay metaestructura? Ignacio Lewkowicz llegó a considerar, en sus últimos trabajos (por ejemplo, los comentarios que agregó en la La historia sin objeto II, publicada luego de su muerte), que no se podía hablar de dominación si no había una articulación simbólica integral, una práctica que totalizara lo social y subsumiera sus partes al todo que inventaba (esa práctica bien podía ser un Estado-nación, que obraba una representación de lo presentado, una cuenta de la cuenta). Tantos años de fluidez sin embargo, nos hacen necesario pensar una dominación que no opera una sujeción-fijación, una dominación que no opera instituyendo (donde instituir significa que las prácticas, su existencia simbólica, quedan sometidas a la representación que la práctica dominante hace de ellas). La tesis de la segunda fluidez quiere pensar una dominación que no necesita metaestructura que salve las fallas de la estructura, pues la fluidez es, justamente, una dinámica social que no se deja aprehender estructuralmente. La pista para pensarla la leemos en el mismo La historia sin objeto, así como en Generación post-alfa, de Bifo. Por un lado, en La historia sin objeto, las prácticas logran existencia por reconocimiento. En solidez las prácticas lograban reconocimiento por representación del Estado-nación. En la primera fluidez no encontraban ese reconocimiento que les diera existencia simbólica. En la segunda fluidez las prácticas logran existencia por reconocimiento imaginal –un reconocimiento precario, por supuesto. Por otro lado, en Generación post-alfa, lo que las prácticas (aunque no las llama así) necesitan para existir es “introducirse en la red”. En solidez, las prácticas buscaban, para llegar a ser (a ser reconocidas, se entiende), adecuarse al todo y a sus requisitos de coherencia. En la primera fluidez, las prácticas veían desvanecerse esas exigencias y por lo tanto también las vías por las que llegar a ser reconocidas, y así se extraviaban (quedaban al borde de la disolución). En la segunda fluidez, las prácticas encuentran que pueden existir introduciéndose en la red (o, más bien, en redes: de intercambios, de trabajo, de afectos, de signos…). La introducción en una red difiere cualitativamente de la fijación en una estructura por muchos motivos que van viéndose a lo largo del libro; digamos aquí la principal diferencia cualitativa: tiene la forma de una conexión y no de un vínculo. Si bien ambos requieren un reconocimiento, cambia la fuente que lo ofrece. En el vínculo –un fenómeno sólido–, el reconocimiento llegaba del otro pero sobre todo de otro tercero que mediaba los reconocimientos y por eso se lo escribía Otro; en la conexión imaginal –un fenómeno de la segunda fluidez–, el reconocimiento llega de otro que (como ya decía Ignacio Lewkowicz) es también una imagen. El hecho de que no medie un Otro tercero es lo que hace que los signos por los que las prácticas son reconocidas no sean representaciones sino imágenes imaginales.
Por ello, Lewkowicz concibe el yo clásico, el moderno, el sólido, “con una serie de anclajes y de determinaciones ciegas” (Pensar sin Estado 227). Esos anclajes y determinaciones las pone, ya ha quedado claro, el Estado-nación, a través de sus instituciones. Esos anclajes, esa estabilidad de base, es la que el yo contemporáneo no tiene. Podemos, por ello, considerarlo una sombra del yo sólido.
Un capítulo del libro más importante de Ignacio Lewkowicz se llama “A la sombra de yo”.
“Zaratustra había anticipado que la muerte de Dios no iba a ser breve; íbamos a tener que lidiar durante siglos con las sombras de Dios. Aquí no se trata de Dios sino del Estado y sus sombras -de las que forma parte yo-.” (Pensar sin Estado, p. 215).
Ese yo de tiempos sólidos era “el instituido básico por cada institución” e Ignacio lo veía como un dispositivo disciplinario en sí mismo (p. 212). En “A la sombra de yo”, Lewkowicz se preguntaba qué sujeto podría hacer el duelo del Estado-nación. “El pensamiento del duelo de cualquier objeto lo hace yo. Si no puede, si carece de recursos, la sombra del objeto cae sobre el yo” (Pensar sin Estado 215; subrayados en el original). Aquí, entonces, la sombra de algo es un resto de ese algo, el resto de un objeto extinto pero no duelado.
Ahora bien, como el que hace un duelo es un yo, cuando se extingue la institución yoica, el objeto extinto y el sujeto que debe duelarlo coinciden. Pero en realidad no coinciden: yo se ha extinguido y no está allí para duelar (y tampoco para cumplir con las funciones y responsabilidades que asumía en tiempos sólidos). Yo no puede duelar a yo, pero tampoco puede hacer el duelo del Estado nación, pues es una de sus instituciones, las que han perdido el suelo metainstitucional. Ocurre que “el tipo de operaciones requeridas [por el duelo] desborda su responsabilidad” (ibíd.).
Así, si no se compone un agenciamiento capaz de duelar el yo y el Estado extintos, un resto de ellos caerá sobre yo y sobre los otros términos sobrevivientes a la catástrofe (como el Estado y las instituciones, ahora fluidificados).
Podríamos entonces caer en una tentación: la tentación de considerar que lo que encontramos luego de la catástrofe es puro resto no procesado. Sombras nada más. Más bien tendríamos que considerar que el Estado posnacional, el yo-sombra, las astituciones, los contactos sin vínculo son quizás restos no procesados, no duelados, de las instituciones que la fluidez desconfiguró, pero no deberíamos dejar de ver que son, al mismo tiempo, procesamientos en acto de la desconfiguración que habían sufrido sus antecedentes. El desfondamiento de las instituciones sólidas no ha sido duelado en regla –pero, ¿acaso algún proceso histórico se duela cabalmente? Sin embargo, casi todas las instituciones que alguna vez fueron sólidas han seguido existiendo y han debido sobrevivir y, por el solo hecho de hallarse en la circunstancia contemporánea, por la sola necesidad de eficacia, se han reconfigurado. Pero lo han hecho sin fondo simbólico –es decir, en fluidez. Sombras y brillos, a un tiempo. A un tiempo restos no duelados y adaptaciones al nuevo medio. En cuanto resto no duelado, las astituciones son sombras de instituciones sólidas, y en cuanto febriles nodos de hiperactividad, las astituciones, más que sombras, son brillos de instituciones fluidas. Las sombras contemporáneas no son sombrías sino brillantes espectáculos que logran introducirse en las redes y así llegan a existir.[35] Sin embargo, se trate de yoes, de empresas o de las todavía llamadas “instituciones”, la necesidad de irradiar luz para ser visto, la incertidumbre, por parte de las prácticas, de tener una mirada que las reconozca como tal o cual práctica convoca una febrilidad, una hiperactividad, que no asegura la existencia y la mantiene en ese estado de provisoriedad y riesgo que caracteriza a las relaciones precarias. En fin, en la segunda fluidez, a diferencia de la primera, se logra existencia sin asamblea, sin nosotros, sin pensamiento, con los automatismos que el ambiente provee como recursos.
El hecho es que hay producción de sentido o subjetividad sin pensamiento (en la primera fluidez, la subjetividad, el sentido, la existencia, eran posibles como subjetivaciones, esto es, como pensamiento). Digamos algo de la segunda diferencia: Hay Estado no paninstitucional (y tampoco es meramente técnico-administrativo).
Cinco diferencias entre Estado posnacional y Estado-nación. Cuatro diferencias. El Estado posnacional (EP) es un Estado con apariencia de nacional pero que tiene al menos cuatro importantes diferencias, entre otras que podemos discernir, con el Estado nacional. El territorio oficialmente reconocido es, se diría, el mismo, el nombre es el mismo (“República Agentina”), el himno y la moneda lo son, etc., pero no por eso el Estado es el mismo.
La primera diferencia consiste en que el EP no tiene centralidad social ni tampoco política. La segunda es que no totaliza, esto es, la segunda es el reverso de la primera. La tercera es que no precede, o sea, que no tiene poder soberano o que (si se lo quiere seguir llamando así) su poder soberano no es el estatal-nacional, porque no es fundante, no es fundamental, no es anterior al todo sino dependiente de su proceder adecuadamente, eficazmente, allí donde se lo necesite, en cada gestión (cuando hablo de “procedimiento adecuado” me refiero a las fuerzas económicas –nacionales o transnacionales–, las fuerzas políticas –estatales, extra-estatales, para-estatales–, las fuerzas subjetivas –ciudadanas, consumidoras, gangsteriles–, y demás, que existen de hecho, incluyendo fuerzas naturales –altas temperaturas o cenizas volcánicas- o del tipo que sean, que existen de hecho y con las que el EP debe vérselas adecuadamente para obtener legitimidad, consenso, poder de gobierno). La cuarta es un complemento de la tercera, que es la supremacía de las técnicas de gobierno por sobre la constitución política del Estado (por sobre la Constitución tan mentada),[36] de modo tal que el Estado posnacional se va constituyendo como un Estado que, más que crear un marco estable para el trámite de lo social, crea técnicas para ir detrás de las contingencias de lo social. “La estatalidad es parte de la gobernabilidad y no al revés”, dijo una vez Franco Orellana.[37]
El EPno es un Estado que puede limitarse a poner cimientos y dejar a la sociedad, como si dijésemos, andando sola. Este Estado tiene que estar todo el tiempo “sobre las cosas” para que la sociedad no se desintegre o, al menos, no fluya por vías ajenas a su esfera de influencia.
Goznes. Me gustaría entrar entonces en la quinta diferencia, fundamental, la de las formas de relación entre el Estado y sus gobernados en un Estado-nación y en un EP. Si en un Estado-nación, ese gozne encarna en el tándem que forman la administración y la representación, en este EP ese gozne es la operatoria del tándem que forman la gestión ad hoc y la imaginalización.
Si, en tiempos de Estado-Nación, la representación era una forma de centralizar los sentidos del pueblo (o “Nación”) en el Estado, la imaginalización es una forma de dispersar sensaciones en la población. Aquella actúa por mediaciones institucionales; esta, por mediaciones interfácicas. Ilustrémoslo primero con Natanson: “Como los conductores de televisión, que ya no esperan el rating al final del programa sino que lo siguen en vivo a través del minuto a minuto, el próximo presidente deberá relegitimarse no ya cada dos años sino todos los días.”[38] Pero tomemos las ‘instituciones’ llamadas partidos políticos.
“El partido ha sido normalmente observado como una asociación voluntaria generada en y por la sociedad, o en todo caso que desde allí se dirige hacia el Estado para trasladar los intereses de los sectores sociales a quienes moviliza y a los cuales representa. Aunque varios de los más importantes partidos y movimientos políticos de América Latina surgieron o se consolidaron a partir de su acceso a los recursos estatales y tuvieron desde el comienzo una conformación y aspiraciones poli-clasistas, a lo largo del siglo XX ellos sirvieron de vehículo de integración y movilización de diferentes grupos sociales, lo que cristalizó también en la persistencia de fuertes identidades colectivas y en su visualización como fuerzas representativas de sectores sociales específicos.”[39] Ahora bien, “exigir en términos abstractos que los partidos tengan hoy las mismas características y cumplan con similares funciones a las que tenían hace 50 años no parece tener mayor sentido. El mutuo alejamiento entre sociedad y partidos, ha dado lugar a nuevos tipos de vínculos entre ambos polos.”[40]
Ese “nuevo tipo de vínculo”, en condiciones fluidas, opera no como vínculo sino como contactos.[41] Así las cosas, hoy esos partidos son, según politólogos como Scherlis o Cheresky, más que órganos de representación, agencias de gobierno: “En definitiva, las elecciones contemporáneas en América Latina se disputan en torno a quién se presenta y es percibido como quien está en mejores condiciones de conducir un gobierno que resuelva los problemas que las mayorías perciben como prioritarios.”[42] El asunto entonces pasa por: influir en esa percepción mayoritaria de esos problemas prioritarios (por ejemplo, es conocido que en Argentina hay muchísimas más muertes en accidentes de tránsito que en situaciones de robo; sin embargo, la “inseguridad” es producida y percibida como problema prioritario), y legitimar –si usamos términos politológicos– o posicionar –si usamos un término más marketinero– al partido o candidato como agencia capaz de resolver ese problema. Con lo cual, imaginalización y gestión ad hoc se retroalimentan mutuamente: gestión de las imágenes de lo social e imagen de las gestiones sobre lo social son operaciones mutuamente solidarias.
De modo tal que los medios y el gobierno no solo setean la agenda, también setean el lenguaje –o los protocolos de opinión. No siempre pueden hacer que juzguemos como ellos desean, pero sí logran casi siempre que la matriz del juicio, los criterios de evaluación, el tamiz con que filtramos los hechos, los hechos mismos, los esquemas con que los repartimos (casi siempre, de dos lugares, uno moral y otro inmoral), incluso la velocidad con la que hay que llegar a un juicio, sean los necesarios para llegar a la compatibilidad con los protocolos de la dominación contemporánea.
En otras palabras y brevemente, en las condiciones contemporáneas, no se trata de asegurar un control sobre los contenidos de la conciencia “ciudadana” sino de darle una plataforma a cualquier contenido por venir –un modo de linkear, unos regímenes de visibilidad, de audibilidad y de circulabilidad, por los que circular y a los que hacer circular al circular en ellos con ellos.
Si la representación era interpretación de una voluntad, la imaginalización, en el campo de la política fluida, es satisfacción de unas preferencias, unos gustos. La representación interpelaba ciudadanos (o sus agregaciones en clases, pueblos, naciones, corporaciones empresariales o laborales) previamente homogeneizados en dispositivos disciplinarios o de moldeo; la imaginalización, en cambio, interpela consumidores-empresarios-de-sí-mismos constantemente diversificados en dispositivos de control o biopolíticos o de modulación.
Sin embargo, para ello alcanza con la publicidad, la infosfera y el mercado, y no aquilataríamos el rol del EP en todo esto –que no se limita a sancionar la normativa y poner la infraestructura, los subsidios y las gestiones ad hoc para que funcionen los negocios y existan los yoes. El Estado posnacional no solo redistribuye recursos económicos sino también sentidos (fluidos, por supuesto).[43] Pero esta redistribución de sentidos, si bien da cierta cohesión a la vincularidad fluida, si bien inviste en alguna medida lo social, no totaliza las significaciones sociales, y es por lo tanto insuficiente para detener la dispersión, pues lo social prolifera como multirrealidad[44] y necesita un cierre o una contención, algo que “aplaste” esa hidra sin centro. Aquí entran la repetición mediática y militante acerca de la existencia de un “modelo” en curso, a la vez que el machaque mediático y militante de que hay una disputa maniquea, y muy predefinida, entre “el modelo” y “el poder real” (o entre “el autoritarismo” y “el estado de derecho”, según quién machaque). Si se logra –y se logra–producir la percepción de que hay semejante enfrentamiento binario, si semejante binarismo cubre todo el espacio social cual guerra civil total y sencilla, si ocurre eso, entonces los machaques y las afectaciones binaristas logran aplastar la multirrealidad, endureciéndola como a fluido no-newtoniano[45]. El EP redistribuye sentidos que no puede totalizar pero sí puede binarizar, controlando, sin acotar, la proliferación de la hidra “a cielo abierto” (esto es, sin disciplinarla representacionalmente, subsumiendo todas las significaciones bajo, por ejemplo, una “Nación”). La binarización imaginal se ha revelado un vector clave del gozne imaginal, y ha, si no cancelado, al menos metamorfoseado el consensualismo argentino pos ’83 (no lo ha cancelado pues no puede subsumirlo sino solo “aplastarlo” como a las otras significaciones sociales que proliferan hoy).
Pasemos ahora al otro término del gozne. Si la administración daba lugar a una burocracia que actuaba rutinariamente conforme a leyes, la gestión ad hoc tramita punto por punto, cuestión por cuestión y paso a paso sus operaciones. Se puede tratar de las listas de precios cuidados, de la remisión de ganancias a casas matrices, de paritarias o de población escolar, cada paso requiere un trámite y una negociación particular. Si bien hay rutinas, la proporción de rutina y excepcionalidad, así como la relación entre ellas, debe gestionarse cada vez, al igual que la relación entre una ley y su implementación. Los movimientos sociales han aprendido esto y, así como presentan proyectos de ley, no se dan por satisfechos cuando obtienen su aprobación sino que siguen trabajando los modos de su implementación (supervisando, presionando, asesorándose, estudiando, tomando en sus manos, generando nuevas instancias de diálogo y de gestión o lo que puedan cada vez).
En este punto, me parece importante distinguir entre el carácter situacional poderoso y el potente, pues en tiempos sólidos, lo situacional, tan escaso en el enfoque molar de entonces, nos parecía siempre activo, abridor, subjetivante. Hoy la cuestión es más ambigua.
El EP es un Estado que no logra convertir las situaciones en “provincias” de un “universo” o partes de un todo. Un Estado que puede tomar medidas macro pero que debe abordar situacionalmente cada situación. Un Estado que puede tender a conectar las situaciones atravesándolas vía transversalidad o confundiéndolas en una entelequia nacional por vía imaginal o en una red ‘pan-territorial’ por vía gestionaria, pero que, tanto por la dinámica heterogeneizadora fluida como por la dinámica territorial de los movimientos, o, incluso, por la dinámica complejizante de las empresas y la sobredeterminante de las tendencias y urgencias mundiales se ve obligado a gestionar ad hoc cada cuestión.
Por supuesto, en esa gestión ad hoc hay un intento de captura, un intento de des-situar, un intento de invisibilizar el hormigueo a través de los mapas estatales, las singularidades situacionales y los encuentros singulares entre singularidades. Pero la tensión entre mapa y territorio, entre imaginalización-gestión des-situadora y movimiento situador se mantienen tanto desde el punto de vista puramente situacional como desde el punto de vista puramente estatal. Así, un movimiento como la Túpac o como la Federación Tierra y Vivienda tienen en su seno tanto una dinámica situadora como una dinámica des-situadora; de la misma forma que el Estado tiene tanto una dinámica imaginal desconocedora de la segmentación territorial como unas prácticas gestionadoras que obtienen gobernabilidad solo a condición de hacer un abordaje situacional puntual (en general, pero no necesariamente, desingularizador) del segmento o problema en cuestión.
En pocas palabras, en condiciones posnacionales, la fuerza que tiende a la desingularización para volver gobernables las situaciones y la fuerza que tiende a la singularización para volver situación lo gobernado no son fácilmente asimilables (la primera, al Estado; la segunda, a los nosotros). Se tratará de abordar y experimentar situacionalmente los problemas-puntos que se planteen y detectar, ubicar y acompañar la fuerza del común y su potencia a la vez que detectar, ubicar y sortear los obstáculos que pone la fuerza capital-gubernamental del poder.
Sí podemos, sin embargo, hacer una caracterización general: a medida que 2001 se ha ido alejando en el tiempo (cronológico y subjetivo) y el régimen político kirchnerista prolongando en el poder, se fue afianzando el extractivismo (tanto de recursos naturales como de capacidades colectivas) y se fue reduciendo el espacio para que el abordaje situacional-singularizador venga de agentes o equipos estatales. En otras palabras, el poder ha ganado posiciones y la potencia encuentra menos situaciones.
Habría entonces dos tipos de abordaje situacional en condiciones posnacionales. Al que tiene como efecto predominante tornar las situaciones menos singulares y más gobernables, lo llamaremos gestión ad hoc. Al que tiene como efecto predominante tornarlas menos gobernables, menos calculables y más potentes, con mayor apertura de posibles, lo llamaremos situacional, singularizador, o, también, con Ignacio Lewkowicz, actividad configurante del nosotros.
Estamos intentando distinguir cualidades o fuerzas que actúan en nuestra circunstancia, pero una y otra pueden darse entre agentes del Estado y entre movimientos sociales. Los actores concretos (se trate de personas, grupos o programas) pueden oscilar de una a otra, o estar atravesados por ambas, ofreciendo una gran ambigüedad.
Eso, situacionalmente. De conjunto, sin embargo, el Estado argentino (pero no solamente el argentino) es un aparato muy vasto, con necesidades y dinámicas que no son situacionales (como reproducir y ampliar su maquinaria, por ejemplo, o como gobernar, satisfacer, legitimarse, etc.): su dinámica es, como tendencia general, abordar ad hoc cada situación evitando que devenga singularidad ingobernable o disolvente, o que esa singularidad se expanda.
En fin, la noción de conexión real que Ignacio Lewkowicz propone en “La subjetividad contemporánea” y en Del fragmento a la situación pasa a desligazón en Pensar sin Estado. Como sea, en la segunda fluidez debe a su vez ser modificada por conexión imaginal-mediática-astitucional. Los “goznes” han cambiado. No son el vínculo mediado de la solidez, pero tampoco la pura facticidad de la conexión real que primaba en la primera fluidez. El Estado posnacional gestiona ad hoc que esas conexiones se den. Si hemos de recurrir a las mayúsculas para diferenciar la función estatal nacional de la posnacional, el Estado-nación era un Tercero metaestructural, mientras que el Estado posnacional es un tercero que opera en la misma superficie que los términos cuya conexión debe gestionar. Es por esta diferencia topológica que “presencia” y “ausencia” del Estado no eran palabras cardinales del debate político cuando era un Estado-nación y sí lo son cuando es uno posnacional.
Pasemos a la tercera diferencia entre primera y segunda fluidez. Nos referimos al cambio en el estatuto de la exclusión y por lo tanto en el de la inclusión, que se vuelve problema de pensamiento.
Ignacio Lewkowicz diferenció cualitativamente la exclusión sólida, propia del capitalismo industrial, y la expulsión fluida. Con sus reflexiones, buscaba señalar y pensar “una situación en la que la humanidad ya no es el conjunto de los hombres «biológicamente» definidos.”[46]
“La reclusión es el modo de exclusión de los Estados Nacionales; la expulsión es el modo de exclusión del mercado neoliberal. Reclusión y expulsión describen modos distintos de hacer con lo excluido… En la lógica nacional, la inclusión social es responsabilidad estatal, pero también la reclusión… Niños, locos y presos son encerrados en las escuelas, los hospitales y las prisiones con un propósito estatal: producción y disciplinamiento de las conciencias. Producida y disciplinada tal cualidad, los actores en cuestión ingresan en el ámbito del que habían sido excluidos: la vida ciudadana, para la cual la conciencia es un atributo esencial. Así definida, la reclusión de los niños, los locos y los presos en las instituciones de encierro es una operación productora de humanidad. Ahora bien, la exclusión en lógica de mercado tiene un estatuto radicalmente otro. La exclusión actual no es reclusión por ausencia de conciencia, sino expulsión de la red de consumo.” (Del fragmento a la situación, pp. 48-9)
Eso tenía efectos sobre el “concepto práctico de humanidad”: la condición superflua.
“La imposibilidad estatal de imponer restricciones al capital financiero condiciona la vida contemporánea… Más radicalmente, la operatoria del capital produce un tipo específico de antropología. Ahora…, ¿qué es humanidad cuando el capital financiero es el medio en el que transcurre la existencia humana?
“La dominación del capital financiero altera el concepto práctico de humanidad. En adelante, la humanidad de cada humano transcurre sobre un régimen de contingencia continua. La humanidad instituida por la Revolución Francesa en particular y las revoluciones burguesas en general, se desvanece.
“…A diferencia de los poderes de cuño estatal –que dominan fijando, prescribiendo, adscribiendo los cuerpos a los lugares, las tareas o los discursos–, el capital financiero condiciona escapándose. En caso de no hallar condiciones adecuadas para la ganancia máxima, se retira hacia otro punto del tablero global…
“La figura de la exclusión varía según la configuración histórica. El estado nación excluye recluyendo; el capital financiero se desengancha de los términos que no colaboran en su infinita valorización. El capital financiero no excluye, expulsa. Los desenganchados, sin tratamiento institucional destinado a normalizarlos o reciclarlos, quedan fuera de juego y sin lugar de expulsión preciso.
“La población, según las enciclopedias, es un dato primordial de la riqueza de las naciones. La superpoblación relativa constituía también un destacamento necesario: ejército industrial de reserva. En definitiva, el trabajo era necesario para el capital productivo y el capital productivo era necesario para el trabajo.
En condiciones de capital financiero, la superpoblación es el dato primordial. Nadie es necesario hasta que demuestre lo contrario, a priori todos sobramos. Esencialmente, cada uno es superfluo. Una operación de cohesión valorizadora lo conectará con el flujo de capital mientras colabore con ese proceso desesperado de valorización. Caso contrario, caerá desenganchándose y sin arraigo en la humanidad instituida. Es cierto que hay otras formas de humanización, pero aquí importa esta modalidad. Así definida, la humanidad contemporánea es -ante todo– contingente en la era de la fluidez financiera. Y esto significa una sola cosa: ya no hay nada equivalente a la humanidad socialmente instituida y asegurada. Podemos perder humanidad, podemos ganar humanidad.”[47]
Esta reversibilidad acarrea una mutación irreversible: ser humane se ha vuelto contingente, y esto define el devenir superfluo de la humanidad de les homo sapiens:
“Es preciso pensar el carácter contingente de esa contingencia que está en juego en la definición de la humanidad como sitio de la contingencia. Más claramente: la humanidad es su contingencia, pero existe cuando existe y no existe cuando no existe. Si esa contingencia de la humanidad no ha dado lugar a un advenir de la humanidad, entonces, la humanidad no existe; pero si existe por la contingencia, no borra su contingencia al existir. Siendo así, puede haber y no haber humanidad. La humanidad puede perderse o conquistarse. Pero los caminos no son reversibles dado el carácter ontológicamente superfluo propio del neoliberalismo.”[48]
La condición de población excedente, la condición de expulsado del excluido era un punto importante, decisivo, de la caracterización lewkowicziana de fluidez y de su contrapunto con la solidez. A diferencia del excluido sólido, no se trataba de un recluido por inhabilidad provisoria o definitiva para usar la razón sino de un expulsado por incapacidad para consumir y entrar en la humanidad (tal como la definía prácticamente el mercado en los ’90: es humano quien consume, y no el que no consume):
“¿Qué es lo que define la expulsión? Más allá de la existencia de poblaciones excluidas, lo específico de la expulsión actual es su inscripción como amenaza, su posibilidad de devenir destino, también entre los incluidos. En este sentido, la expulsión existe como horizonte probable para cualquiera. De esta manera, un rasgo específico de nuestra contemporaneidad es la instalación de la amenaza generalizada de exclusión de la lógica de consumo.” (Del fragmento a la situación, p. 50, subrayado mío)
De modo que, en uno y otro texto, lo que convertía al incluido en superfluo era la posibilidad de devenir población sobrante –desocupado, en fin– y no poder consumir. Por baja que fuera la probabilidad de expulsión para tal o cual individuo, el hecho era que se había convertido en una deriva posible en la nueva circunstancia, la del neoliberalismo mundial y el mercado global.
En la segunda fluidez pudimos ver que la condición superflua del ser permanece; esa “condición superflua como antropología contemporánea” se mantiene, pero de otra manera. Ahora la condición superflua no proviene exclusivamente de la eventualidad de no poder consumir, sino del mismo hecho de poder consumir. La inclusión fluida es superflua por sus propias características, y no solo porque está amenazada. La condición superflua ya no es solamente efecto de una amenaza de exclusión sino de las mismísimas formas en que se logra inclusión.
Pudimos ver, por un lado, que los “excluidos” llegaron a estar “incluidos” en el mercado global, y, por otro, que la forma de inclusión también produce superfluidad. Por el lado de los excluidos, o sencillamente los pobres que no son, como en los ’90, los recientemente despedidos de una unidad productiva, los vemos incluidos en el mercado a través de varias vías. Por el lado puramente económico, formas múltiples del trabajo (changas, ferias, empleos temporarios, alquiler de piezas, rebusques y emprendimientos diversos, incluyendo cooperativas, narcomenudeo y también condiciones serviles), los llamados planes sociales o subsidios al consumo (“asignación por hijo”, “ciudadanía porteña”, etc.), la llamada inclusión financiera (microcréditos, planes que se cobran por vía bancaria, cuentas bancarias gratuitas). Así las cosas, les excluides del empleo formal están muy lejos de estar excluides del mercado; quizá su capacidad de consumo –individualmente considerada– sea baja o muy baja, pero lo cualitativo es que están incluides en la circulación de dinero, bienes y servicios –y también en la competencia mercantil, que resulta definitoria desde el punto de vista neoliberal.
Pero el lado meramente económico no es la única forma de llegar a tener humanidad en la cultura contemporánea. En tiempos de primera fluidez, consumir parecía la única forma de humanizarse el homo sapiens.
El consumidor se define por sus actos de consumo… El hecho mismo de ser hombre es lo que está en juego… El consumo es producción de signos. El acto de consumir es un signo para el reconocimiento del otro.[49]
A tal punto el consumo económico parecía la única forma de obtener reconocimiento que en 1994 Ignacio Lewkowicz creía adivinar que “a principios del siglo XXI se interrumpe la dialéctica del mutuo reconocimiento”[50] para aquellos que no pudieran consumir, esos “que no son signo, los humillados, los avergonzados, que se esconden para ver, pero que no pueden ser vistos –una mirada los atraviesa sin verlos, los anula–.”[51]
Las condiciones hoy son otras. El consumidor hoy tiene otras formas de obtener reconocimiento que no dependen directamente de la capacidad adquisitiva y que tampoco son las propias de la solidez. Estas formas de obtener reconocimiento tienen que ver con tecnologías aun no disponibles en los últimos ’90: la cámara videofotográfica y el celular que es teléfono y navegador web en cada bolsillo. Son formas de producir imágenes de sí y de –tan importante como producirlas– hacerlas circular, hacerlas ver por otros. Este ser vistas de las imágenes logra un reconocimiento a través del gusteo y el comentario por otros. No es un reconocimiento sólido porque no queda inscripto en el Otro propio de tiempos estatal-nacionales: la Patria o sus mediadores (Perón o papá o el Partido, o el Padre que fuera), y en este sentido no es una representación sino un reconocimiento imaginal.
Transcribo unos párrafos de “El yo con hipo existencial, o la condición superflua del hombre socialmente incluido”, capítulo de El bienestar en la cultura queiban en este sentido.
“Dany-Robert Dufour sugería hace poco que todas las ‘grandes referencias’ del pasado continúan estando disponibles para ser utilizadas hoy en día, pero ninguna de esas tiene suficiente autoridad sobre las demás como para imponerse entre los buscadores de referencias. Confundidos y perdidos, en un mar de proclamaciones de autoridad que compiten entre sí, sin que ninguna voz en particular se haga suficientemente alta o audible durante el tiempo necesario para destacar sobre la cacofonía y proporcionar un motivo importante, los habitantes de un mundo moderno líquido no son capaces de encontrar, por mucho que se lo propongan, un ‘enunciador colectivo creíble’ (alguien que ‘sostenga en nuestro nombre lo que no podemos sostener cuando se nos deja solos’ y que ‘nos asegure, frente al caos, una cierta permanencia de orígenes, fines y orden’). Tienen que conformarse, en cambio, con sustitutos muy poco fiables. Las tentadoras ofertas alternativas de autoridad (la notoriedad -el lugar de la regulación narrativa-, las celebridades efímeras y los ídolos del momento, los igualmente volátiles temas de conversación de moda, sacados del silencio y la autoridad más absolutos por un receptor o un micrófono en mano de un reportero televisivo, y que desaparecen del candelero y de los titulares con la misma rapidez fulminante), hacen las veces de señales de tráfico móviles en un mundo desprovisto de otras que sean permanentes.”[52]
“Así pues, a nuestro humano hambre de ser no lo sacia el sentido, sino la intensidad, la diferenciación, la visibilidad, la autenticidad, el entretenimiento… en breve, la imagen imaginal. Vivimos nuestro hambre de ser como hambre de imagen.
“Mientras que en solidez existir consistía en ser representado, en fluidez existir consiste en hacerse visible, en hacerse imagen. Si en la cultura sólida, existir era ocupar un lugar en la cultura, en la fluida, existir es tener un lugar (que tal vez debamos llamar vitrina o sencillamente pantalla) en el flujo de obviedad. Allí, hacerse reconocible; aquí, hacerse visible. Allí, tener identidad; aquí, tener imagen. La imagen nos domina por aspiración, más que por opresión. La tarea de llegar a existir es la tarea de aspirar a ser como la imagen, una tarea muy ‘sustentable’ –diríamos usando la fraseología ‘eco’ de la hora–, ya que es infinitamente renovable… Ciertamente, la tarea de servir a la patria, por ejemplo, o a Dios, también era infinita pero llevaba toda una vida. Ésta era la referencia con la cual el sujeto se identificaba y por la cual el sujeto se dejaba interpelar, la referencia que comandaba, disponía y encauzaba sus prácticas de modo vitalicio. Era una promesa también, pero era perenne –“larga como esperanza de pobre”. Las promesas imaginales, en cambio, son efímeras y cada vez que caduca una –o antes aun–, viene otra rápidamente a reemplazarla. No es que aspirar a la imagen prometida sea una tarea infinita, sino que las imágenes a las que aspirar, las finitas imágenes que constituyen otras finitas aspiraciones, caducan y se renuevan infinitamente.”
En fin, en la segunda fluidez, es fácil llegar a ser imagen (no hace falta comprar cosas), una imagen reconocible por otres que fácilmente llegan a ser imágenes. Lo que es imposible es que la imagen que cada uno llega a ser quede inscripta, quede instituida indeleblemente, esto es, representada por Otro que lo sabe a uno. Recordemos que saber es suponer (ver supra), y hoy nadie puede suponer que está siendo todo el tiempo supuesto por Otro. Nada –ni nadie– en la fluidez queda instituido, como bien señalaba Ignacio Lewkowicz, pero en la segunda fluidez los sentidos imaginales de las cosas, las instituciones y las personas logran astituirlas –una forma precaria de existencia. Se mantiene así la antropología superflua, pero ya no solamente por amenaza de expulsión sino por el mismo modo en que cada uno logra introducirse en las redes del reconocimiento.
Pues el reconocimiento, ese que para la persona es condición de existencia, no pasa solamente por hacerse ver, sino que incluye alguna manera, indispensable, de verse visto. Para sentirse reconocida y existente, la persona necesita no solamente mostrarse sino también alguna confirmación de que lo que muestra es visto; su existencia subjetiva depende no solamente de emitir señales sino también de recibir alguna señal de que sus señales han sido recibidas. Pero hay más: esas señales de recepción son tanto más constitutivas cuanto más significativa o significativo sea, para la persona, su emisor. Una madre, un padre, una escuela, un dios, una nación, un patrón pueden ser esas “grandes referencias” de que hablaba Bauman, que, al mostrarle a la persona que la ven también constituyen, aprueban, validan, su yo. En condiciones sólidas, con Estado-nación, esas referencias destacan sobre la “cacofonía general” durante el tiempo suficiente para llegar a ser instituciones que instituyen yoes, grandes referencias que, otorgando su reconocimiento, los producen y autorizan y los inscriben en la cultura. En condiciones fluidas, en cambio, las fuentes de reconocimiento resultan contingentes: madres y padres cuya propia validación no está confirmada sino que pende de su fluctuante capacidad de compra de lo que el mercado ofrece a sus hijos y de otras fluctuaciones (las conyugales, por ejemplo), escuelas cuya validación es cuestionada según su capacidad de entretener más que de transmitir y según otras fluctuaciones, una nación que no existe como esencial comunidad de origen y destino de toda una población sino como éxito o fracaso de su seleccionado de fútbol y otras variaciones poco esenciales (como por ejemplo, el gobierno de turno). En estas fluidas condiciones, una fuente vital de reconocimiento llegan a ser los gusteos, comentarios y demás interacciones virtuales que, en cuanto reconocimientos, tienen muchas diferencias con el reconocimiento sólido: vienen de diversas personas, no dependen de un examen y por lo tanto no se sabe bien qué están aprobando, faltan si se cae la conexión a internet, no llegan a inscribirse sino que se esfuman tan rápido que exigen una emisión constante de señales… en breve, es un reconocimiento disperso, fluctuante, ambiguo, no mediado por un Tercero, que no llega de una institución y no instituye la subjetividad del reconocido (la astituye). De tal forma, la condición superflua es intrínseca a las modalidades de la misma inclusión y no depende solamente del albur de la exclusión.
Así las cosas, debemos ver un cambio, ya no solamente en el estatuto fluido de la expulsión, sino también en el de la inclusión. Cuando Ignacio escribía –en tiempos de primera fluidez, “en la que la humanidad ya no es el conjunto de los hombres «biológicamente» definidos”–, no resultaba claro que la inclusión quedara afectada por la mercantilización general de lo social. “Sólo una parte de esa supuesta humanidad cae en estado práctico bajo la órbita de la educación de la modernidad.”[53] Lo que la noción de segunda fluidez intenta pensar es justamente unas condiciones en las que tampoco la parte incluida habita la cultura como en tiempos modernos. Si la primera fluidez permitía pensar que “la subjetividad actual no es efecto de un panóptico exterior que vigila, sino de la amenaza de exclusión que controla”[54], la segunda fluidez quiere pensar y dar a pensar una subjetividad actual que no es efecto de unos dispositivos de encierro que moldean sino de unos dispositivos de inclusión a cielo abierto que precarizan esa inclusión.
Podemos redondear este recorrido. La idea de fluidez lewkowicziana acusa recibo del fin de la estabilidad estatal-nacional, y encuentra inestabilidad, asociada a la volatilidad del capital financiero. La idea de segunda fluidez que propongo ver encuentra metaestabilidad, asociada a la precariedad del capital recombinante. La estabilidad estatal-nacional no ha regresado, pero hay equilibrios inestables –o precarios.
Nuestro cuadro de tres columnas sería:
Solidez | fluidez 1 | fluidez 2 |
Estabilidad | Inestabilidad | Metaestabilidad |
Metaestabilidad es un concepto de la física y la química, y refiere a sistemas.
“De un sistema físico se dice que está en equilibrio metaestable (o falso equilibrio) cuando la menor modificación de los parámetros del sistema (presión, temperatura, etc.) basta para romper dicho equilibrio. Es así que, en agua subfundida (es decir agua que permanece líquida a una temperatura inferior al punto de congelación), la menor impureza que tenga una estructura isomorfa a la del hielo juega el rol de un germen de cristalización y basta para hacer solidificar el agua en hielo.”[55]
Lo que aquí interesa de este estado es que el punto de equilibrio es fácil de romper.
“La metaestabilidad es la propiedad que exhibe un sistema con varios estados de equilibrio, cuando permanece en un estado de equilibrio débilmente estable durante un considerable período de tiempo. Sin embargo, bajo la acción de perturbaciones externas dichos sistemas exhiben una evolución temporal hacia un estado de equilibrio fuertemente estable.”[56]
Un ejemplo típico es el de la botella de cerveza enfriada a una temperatura menor a 0° C. Esa cerveza permanece en estado líquido, pero, al golpear la botella (al “perturbar el sistema”), la cerveza se congela (alcanzando el estado sólido, que se considera como fuertemente estable). Sin embargo, para ser rigurosos, ningún sistema es totalmente estable, y la metaestabilidad acecha incluso a la mayor solidez. El ejemplo típico de esto es el del diamante, afamado por ser el material más resistente, el más duro. Sin embargo, se dice que, transcurridos millones de años o elevando la temperatura ambiente, un diamante se convierte en grafito, el blando material de las minas de lápiz. Tanto el grafito como el diamante se componen de átomos de carbono y sus diferencias de dureza responde a diferencias en cómo se estructuran esos átomos. A la inversa, para formar un diamante, es necesaria que una gran energía perturbe un sistema de átomos de carbono, como la liberada por la gran presión de dos placas tectónicas chocando entre sí a altísimas temperaturas.
De tal manera, tampoco la solidez es totalmente estable (como venimos constatando hace tiempo, no lo fue, y mutó). Sin embargo, podemos definir la solidez, o las configuraciones estatal-nacionales como aquellas donde el equilibrio del sistema es más duradero y el mismo sistema actúa permanentemente para evitar perturbaciones capaces de desequilibrarlo. Es el rol que Ignacio Lewkowicz otorgaba a la práctica dominante o Estado-nación. “La eficacia de la dominante es decisiva para comprender la coherencia situacional de las prácticas a priori indeterminadas” (La historia sin objeto, cap. 3). El Estado-nación era el gran dispositivo de producción constante de equilibración de lo social.
Sin embargo, la noción de metaestabilidad no aparece en el pensamiento lewkowicziano de la fluidez. La fluidez lewkowicziana, en tanto pura facticidad y pura conexión real, se presentaba como la ausencia completa de equilibrios o, mejor, de procedimientos de equilibración como los que habíamos conocido en tiempos nacionales. La segunda fluidez, en cambio, genera continuamente equilibrios precarios. Se nos dirá que el equilibrio del diamante también lo es. La diferencia es que la precariedad del equilibrio diamantino nos resulta imperceptible, mientras que la de nuestras vidas, sus trabajos, sus parejas, sus gobiernos, sus empresas, se sienten en el cuerpo aun incluso si no es verbalizada. Si la precariedad no es verbalizada, nada impide que atemorice los cuerpos. Sin embargo, si no es verbalizada, todo el flujo social impide que sea pensada. Las nociones de Estado posnacional, astitución, imaginalización, contacto ayudan a pensar la metaestabilidad contemporánea.
“En condiciones de fluidez [decía Ignacio], naturalmente permanece el esquema ontológico de la institución reproductiva. Más que inútil resulta dañino. Pues no permanece como pura representación instituyente; colabora a ciegas con la destitución.” (Pensar sin Estado, 185, subrayado mío). Esta es una importante diferencia con lo que pasa en la segunda fluidez: la representación del esquema sólido permanece pero colabora a ciegas, no ya con la destitución, sino con la astitución. En realidad, siempre que no hay pensamiento se colabora a ciegas con la dinámica mainstream.
De la primera fluidez a la segunda no hay cambios tan sustanciales como de la solidez a la fluidez. Si de la solidez a la fluidez hubo ruptura, mutación, podríamos decir que de allí a la segunda fluidez hubo matices, evoluciones, gradaciones. Ello no impide, sin embargo, encontrar algunos cambios cualitativos que son decisivos para la subjetividad y su constitución. Esas gradaciones, esas figuras terceras logran a veces producir cambios cualitativos. No advertirlos puede muchas veces hacernos creer que el paradigma sólido, su “esquema ontológico”, es bueno para pensar lo que ocurre y nos ocurre, creer que podemos volver a pensarnos como antes. Pero tenemos otro riesgo más: creer que el paradigma de la fluidez como “disyunción universal” o “catástrofe” es bueno para pensar lo que ocurre y nos ocurre cada vez que la precariedad se nos desequilibra y nos desequilibra.
La segunda fluidez no es un cuadro completo de la circunstancia contemporánea. Son algunas herramientas para pensarla sin caer en anacronismos.
Este libro intenta mostrar la productividad de una tesis, la tesis de una fluidez generadora, y quiere a la vez constituir una invitación a emplear sus herramientas conceptuales en la percepción de lo social y el pensamiento de las subjetivaciones.
[1] Originalmente, esta era la introducción a un ambicioso volumen sobre la segunda fluidez, pero, como resultaba muy extenso, ese libro se está publicando por partes (suprimiendo algunos capítulos, como este): Esto no es una institución, Esto no es una representación y Esto no es un vínculo.
[2] Ignacio Lewkowicz, “Subjetividad contemporánea: entre el consumo y la adicción”.
[3] “Vale aclarar que no se trata de meras operaciones exteriores para introducirse en esa lógica sino de operaciones que resultan de transitar esa lógica.” (Del fragmento a la situación, 20)
[4] Así, no solo de operaciones se compone la subjetividad (si bien muchas veces Ignacio la definía como conjunto de operaciones; por ejemplo, en la introducción de Del fragmento a la situación). “Nos habíamos acostumbrado a caracterizar la subjetividad en una situación sondeando su concepto práctico de tiempo, sus prácticas productoras de verdad, sus criterios de responsabilidad y el estatuto de su ley” (Pensar sin Estado, p. 187, subrayados en el original). Hay que sondearlos porque no son visibles sin pensamiento, esto es, no son visibles a la luz de la subjetividad que hace a cada uno.
[5] “Estos son los sujetos de la devastación”, Página/12 del 11 de julio de 2002. Subrayado mío.
[6] El índice del libro proyectado era más largo. Se puede ver aquí.
[7] En este libro no ahondamos en esta noción y más bien partimos de ella. Ver Pablo Hupert, El Estado posnacional. Más allá de kirchnerismo y antikirchnerismo, Buenos Aires, Autonomía y Pie de los Hechos, 2015 [2011]. Es menester aclarar que Ignacio Lewkowicz empleaba también el adjetivo “posnacional”, pero en un sentido distinto al que le damos nosotros. Él lo empleaba en sentido lato, para referir a los tiempos posteriores al agotamiento del Estado-nación, y en ese sentido en sus escritos, los “tiempos posnacionales” son los tiempos en que lo social se desarrolla en condiciones fluidas. Nosotros, andado el tiempo, debimos diferenciar entre el Estado técnico-administrativo y el Estado posnacional, llamando así al Estado que “redistribuye” sentidos imaginales (ver El Estado posnacional… y en www.pablohupert.com.ar, “No hay dos sin tres. El Estado en la fluidez”), mientras que el técnico-administrativo no lo hacía. Ninguno de los dos centraliza y articula lo social como lo hacía el nacional, pero, donde el técnico-administrativo se declaraba prescindente, el posnacional encontró formas de relevancia social semióticas y materiales (lo que hoy se llama “presencia del Estado”). Debió hacerlo por un condicionamiento político-social que recibió de 2001 y que aquél no había recibido.
[8] V. El Estado posnacional…
[9] “Subjetividad contemporánea: entre el consumo y la adicción”; s.f, circa 2000.
[10] Pensar sin Estado, p. 38.
[11] “Pero entendamos, no es la asamblea institución -efímera como institución- sino la asamblea como disposición -duradera como disposición-. La asamblea es gigantesca y precaria, como dispositivo y mecanismo de pensamiento; la asamblea es un espacio en el que uno puede existir porque piensa.” Pensar sin Estado, p. 221.
[12] “Si no nos configuramos, no existo -así, en este desacople gramatical-.” (Pensar sin Estado, p. 210). Ver los capítulos 9 a 11 de Pensar sin Estado.
[13] Ver el capítulo 9 de Pensar sin Estado, “A la sombra de yo”.
[14] Ver el capítulo de Sucesos argentinos,“Subjetivación del consumidor”.
[15] Pensar sin Estado, p. 198.
[16] Dice Christian Marazzi: “la colonización capitalista de la esfera de la circulación ha procedido sin descanso, hasta transformar al consumidor en un auténtico productor de valor económico… Piénsese en Ikea que, después de haber delegado en el cliente toda una serie de funciones (individuación del código del artículo deseado, búsqueda del objeto, descarga de la góndola, carga sobre el coche, etc.), externaliza el trabajo de montaje del sistema de bilbiotecas modulares Billy; es decir, externaliza costes fijos y variables importantes que son, desde ahora, soportados por el consumidor con un mínimo de beneficio en el precio de los productos, al tiempo que la empresa disfruta de enormes ahorros en términos de costes… Se pueden dar otros ejemplos: las empresas de software, empezando por Microsoft y Google, habitualmente dan a probar las nuevas versiones de sus programas a los consumidores; pero no sólo ellas.” En AAVV, La gran crisis de la economía global, Traficantes de sueños y Tinta Limón, 2019. Por supuesto, debemos recordar que también al consumir información producimos más información.
[17] “Escuela y ciudadanía”, clase 7 de la Diplomatura en Gestión Educativa de FLACSO.
[18] Pedagogía del aburrido, p. 31. Vale la pena volver aclarar que el término “post-nacional” no tiene el sentido que le venimos dando desde nuestro libro El Estado posnacional.Lewkowicz no diferenciaba entre un estado técnico administrativo y uno posnacional (sencillamente porque esa diferencia aun no se había producido; fue una creación histórica posterior ).
[19] Título del capítulo 2 de Pensar sin Estado.
[20] Pedagogía del aburrido, p. 32.
[21] Pedagogía del aburrido, p. 33.
[22] “Estos son los sujetos de la devastación”, Página/12 del 11 de julio de 2002.
[23] Hoy sabemos que el capitalismo financiero, tanto a nivel macroeconómico como microeconómico, produce subjetividad y estatalidad. Produce de otros modos, y eso es lo que queremos pensar con la segunda fluidez.
[24] Ignacio, con su lucidez habitual, había señalado (en el curso “Sociología de la dispersión” de 2003) el carácter decisivo del proyecto como vector de “composición” o “cohesión” en las nuevas condiciones, pero no llegó a ver su generalización ni su llegar a convertirse en forma espontánea de llegar a ser algo o alguien. Tan espontánea se ha vuelto, que hoy no distinguimos entre proyecto y programa, cosa que él hacía. Si en ese momento veía al manager, un actor poco frecuente de ciertas grandes empresas, como “paradigma de la subjetividad por proyectos”, hoy encontramos al emprendedor proactivo como ingrediente de casi todos los yoes y organizaciones. No hay hoy “meta-subjetividad institucional” (como decía en Pedagogía del aburrido, p. 35), pero hay sí conato emprendedor y, si bien no es “meta-subjetivo”, sí es transversal a los sujetos. (En fluidez, la diseminación transversal de ciertas prácticas puede hacer creer que existe la ubicación “meta-”.)
[25] Esta tesis es inseparable de la que dice que el mercado “radicalizado” desplazó al Estado del lugar de fundamento de lo social sin por eso ocupar ese lugar. Aquí la separamos para claridad de la exposición.
[26] En Pedagogía del aburrido, p. 101, Ignacio caracteriza el saber sólido, representacional, como el que puede suponer, pues ocurre en “regímenes de repetición capaces de producir [las] estabilidades requeridas para que el saber pueda suponer.”) Saber es suponer.
[27] “Es inconcebible la institución sin metainstitución que disponga las condiciones.” (Pensar sin Estado 173) La noción de astitución quiere pensar instituciones en las que las condiciones no las ponga una metainstitución. No digo que lo logre. Digo que ayuda a percibir que existen. Que comienza, entonces, a experimentar un pensarlas.
[28] Pensar sin Estado, p. 109: “El consumidor es un ente atómico desvinculado de otros. El mercado produce desvinculación. Si la familia era la célula básica de la sociedad, el consumidor no es célula de nada. Es él, en su mundo. Para hablar honestamente, soy yo en mi mundo.”
[29] “El analista sin estado”, en Campo grupal n° 56, mayo de 2004.
[30] Pensar sin Estado, p. 156. En la terminología de Ignacio Lewkowicz, “práctica” es el elemento social más básico (más básico aun que “cuerpo” o “lengua” u otro elemento social, pues estos no son sino conjuntos de prácticas discursivamente estabilizadas, donde la estabilización discursiva es también una práctica); ver Campagno y Lewkowicz, La historia sin objeto, Tinta Limón, 2007.
[31] Pensar sin Estado, p. 35.
[32] En la segunda fluidez aparece la actividad figurativa del semiocapital.
[33] “El analista sin estado”, en Campo grupal n° 56, mayo de 2004.
[34] Un caso extremo y patológico es el “hikikomori”. “Un hikikomori reacciona [a la presión que siente del mundo exterior] con un completo aislamiento social para evitar toda la presión exterior. Pueden encerrarse en sus dormitorios o alguna otra habitación de la casa de sus padres durante periodos de tiempo prolongados, a menudo años. Normalmente no tienen ningún amigo, y en su mayoría duermen a lo largo del día, y ven la televisión o juegan al ordenador durante la noche.” (https://es.wikipedia.org/wiki/Hikikomori) Quizá un caso que se aproxima es el del personaje de la serie Merlí llamado Iván, de modo que no es un fenómeno solamente japonés y puede encontrárselo en cualquier parte en el mundo contemporáneo. Sin duda, se trata de una tendencia de la fluidez tal como Ignacio Lewkowicz la describió. Pero, al mismo tiempo, muestra la gran dificultad práctica que presenta encerrarse totalmente. Tampoco Lewkowicz creía posible un encierro total y mencionaba “estímulos mediáticos o virtuales”; lo que cambia en la segunda fluidez es que esos estímulos pueden y deben pensarse como productores de subjetividad.
[35] Por supuesto, no todas las astituciones son “tuneos” de instituciones pretéritas. Al contrario, muchas o la mayoría nacieron en los últimos años.
[36] Señalamiento de Ariel Pennisi durante la ronda de presentación de la primera edición de este libro en La Cazona de Flores, 8/9/11.
[37] En abril de 2014, a propósito de los linchamientos que se sucedieron desde marzo de ese año.
[38] “La democracia del minuto a minuto”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, junio de 2015.
[39] G. Scherlis, “Presidentes y partidos…”
[40] G. Scherlis, “Partidos argentinos: más adaptación, menos debate”, Blog del Centro de Investigaciones Políticas (www.cipol.org), 21/5/15.
[41] Ver el capítulo “¿Contactos sin vínculo? Un bosquejo de la vincularidad fluida”.
[42] Scherlis, “Presidentes y partidos…”.
[43] Ver P. Hupert, “La escena pública posnacional como reconocimiento (y ninguneo) posneoliberal” en lobosuelto.com.
[44] López Petit, Breve tratado…
[45] “Un fluido no newtoniano puede hacerse fácilmente añadiendo almidón de maíz en una taza de agua. Cuando la suspensión se acerca a la concentración crítica es cuando las propiedades de este fluido no newtoniano se hacen evidentes. La aplicación de una fuerza con la cucharilla hace que el fluido se comporte de forma más parecida a un sólido que a un líquido. Si se deja en reposo recupera su comportamiento como líquido. Se investiga con este tipo de fluidos para la fabricación de chalecos antibalas, debido a su capacidad para absorber la energía del impacto de un proyectil a alta velocidad; pero permaneciendo flexibles si el impacto se produce a baja velocidad. Un ejemplo familiar de un fluido con el comportamiento contrario es la pintura. Se desea que fluya fácilmente cuando se aplica con el pincel y se le aplica una presión, pero una vez depositada sobre el lienzo se desea que no gotee” (wikipedia.org). Un video en www.youtube.com /watch?v=QPg2XkGXF1I.
Como se ve, no es la una estructura interna la que logra la contención de la liquidez de estos fluidos, sino una fuerza externa, intensa y veloz (léase una fuerza fluida).
[46] Pedagogía del aburrido, Buenos Aires, Paidós, 2004, p. 26.
[47] “La subjetividad en la era de la fluidez”, ponencia al Congreso de la Federación Psicoanalítica de América Latina (FEPAL), Montevideo, 2002. Subrayados nuestros.
[48] Ibíd., nota 1. Subrayado mío.
[49] “Subjetividad contemporánea: entre el consumo y la adicción”; s.f, circa 2000.
[50] Pensar sin Estado, p. 38, nota al pie.
[51] Ibíd.
[52] Zygmunt Bauman, Vida líquida, Paidos, Bs As, 2006, p. 46-7. Las citas dentro de la cita son del libro de Dufour, L’art de reduire les têtes. Sur la nouvelle servitude de l’homme liberé a l’ère du capitalisme total, Denoël, 2003, pp. 69 y 44. El subrayado es mío.
[53] Pedagogía del aburrido, p. 27.
[54] “Escuela y ciudadanía”, clase 7 de la Diplomatura en Gestión Educativa de FLACSO.
[55] M. Combes, Simondon. Una filosofía de lo transindividual, Buenos Aires, Cactus, 2017.
[56] https://es.wikipedia.org/wiki/Metaestabilidad.
Hola Pablo! Como estás?
Te agradezco por escribir esto. No porque lo comprenda o coincida c lo q pienso…. Estoy segura de q no entiendo totalmente: porq es imposible, porq mi lectura es precaria, tipo picoteo; porq a veces me comprometo c lo q leo y otras solo me dejo llevar. Sin embargo, gracias a q vos seguis pensando y escribiendo, y sobre la base de resonancias más q de comprensiones cabales, algo de mi pensar se activa y se relanza como a las aguas abiertas a dar brazadas.
Cuando decis y citás: «Ahora, desfondado ese marco, la relación materno-filial se constituye en el encuentro -y bien puede no constituirse-. No sólo puede no constituirse por déficit constitucional de la madre –porque lo que estamos planteando es que, para ser madre, el déficit constitucional es hoy un hecho ineludible–, sino también por no encontrar el modo efectivo de establecer el vínculo. Y puede que no encuentren el modo de establecer el vínculo ya no sólo por razones históricas que no le permitan apegarse sino por incapacidad actual de constituirse mutuamente.” (íd, p. 103)
“En el desfondamiento de las instituciones -no sólo en la extrema pobreza hay dos que están desfondados [madre e hijo] y que tienen que configurarse pensando, hay dos que están desfondados y que pueden cuidarse mutuamente si mutuamente se piensan” (íd., p. 100).»
Me importan poco los conceptos a menos q pueda ¿’ponerlos en prácticas ‘? O sea q me orienten y organicen en lo q hago… Concretamente entrevisto e intento agrupar y alojar maternidades en déficit (para tomar las del párrafo q copie de tu texto) porq así me lo pide la institución de salud en la q trabajo (Cesac de CABA) y es el lugar q encontré para habitaron. Hago esta tarea c otra compañera, tb lic en educación.
Bueno, escribí más de lo q pensaba.
En síntesis, gracias! (No me animo a proponer ninguna continuidad, salvo la de q voy a continuar leyendote: aún no lei todo este artículo) Abrazo
Cecilia Andiazabal
Gracias por tu comentario, Cecilia!
En ese pasaje de IL que citás, las «maternidades en déficit», como les decís, solo tenían un obstáculo para constituirse conjuntamente con sus hijes: el retiro de esa metainstitución que llamamos el Estado-nación. El Estado-nación, que les daba el marco y el suelo a todos los vínculos, ya no estaba ni explícita ni implícitamente para sostener el vínculo materno-filial.
Hoy, en cambio, las «maternidades en déficit» tienen dos obstáculos para constituirse conjuntamente con sus hijes: el retiro del Estado-nación y la existencia de un Estado posnacional. Aquí llamo Estado posnacional a uno que no es metainstitución que sostiene al resto de las instituciones (por ej., la familia o la madre) y vínculos (por ej., la relación madre-hije), sino que es una red de «astituciones».
Las «astituciones» son instituciones fluidas que asisten de modos más bien mercantiles, cambiantes, precarios, flexibles, «afectivos» (podés ver, como introducción a las astituciones, http://www.pablohupert.com.ar/index.php/satisfacer-demandas-no-produce-comun-entrevista-a-ph/ o el libro http://www.pablohupert.com.ar/index.php/esto-no-es-una-institucion-libro/). Estas astituciones son un obstáculo que IL no llegó a conocer porque murió en 2004.
Otro abrazo
PH
Hola Pablo, gracias por las sugerencias de lectura. Seré parte de una astitución? Seguramente. Cómo habitarla? Leer lo que me proponés tal vez me lleve a caminos para seguir pensando desde lo que hago.. Abrazo!
La entrevista me pareció muy nutritiva, me dio que pensar y la pude leer fluidamente. Compartí el enlace y el PDF con compañeres, estoy viendo si logro interesar a algunes para volver a leerla. Hace un tiempo leímos el artículo de Elena de La Aldea sobre subjetividad heroica y nos hemos problematizado. Me entusiasma, gracias de nuevo. Seguiré en contacto!