Notas sobre la idea de terceridad inmanente

por Ariel Antar Lerner y Pablo Hupert

Cuando la autoridad está agotada, sigue habiendo orden, y también autoritarismo (incluso más). Las dificultades para vivir con otres no las arregla don Leviatán, terceridad trascendente. Si buscamos trascendencias perdidas, nos perdemos las inmanencias encontradas… *

Notas sobre la idea de terceridad inmanente

En la reunión surgió un sintagma fuerte: terceridad inmanente. Ambas palabras han circulado mucho en la mesa y en los textos de este año, es cierto. Pero lo fuerte del sintagma es que junta dos significantes que tenemos siempre separados. En la tradición occidental, el tercero es trascendente y una relación inmanente es incompatible con un tercero. Es cierto que Hegel, al universal “la Razón”, lo consideraba inmanente, pero sabemos que esta inmanencia era la eficacia terrenal de un ente metafísico (de la misma manera que Dios, podía ese y cualquier universal estar presente en cualquier particular); en este sentido, ese universal era una terceridad trascendente que hallaba siempre la manera de operar en la inmanencia (en esto consistía una dimensión de la “astucia de la Razón” que postulaba Hegel). Aquí, en nuestro sintagma y en el recorrido que venimos haciendo, “inmanente” significa sin fundamento último, sin racionalidad de base, sin árbitro en altura, sin una legalidad como garantía final, sin astucias que finalmente acomoden las cosas: una inmanencia en sentido fuerte. Por esto resulta tan fuerte juntar “terceridad” e “inmanencia”.

Pero es fuerte por algo más: porque es una expresión que necesitábamos. Expresa algo, algo que veníamos intentando pensar y que ahora podemos seguir pensando. Muerde un real. Nos permite masticarlo y metabolizarlo –y que devenga herramienta, operador de pensamiento.

Vayan unas líneas para aclararnos qué estaba queriendo decir esa expresión cuando salió de la boca de Ariel A. L.

Terceridad inmanente como una construcción posible que funciona como autoridad, que autoriza en inmanencia, que habilita abriendo posibles. Pero que lo hace fugando de dos tentaciones:

–          Del deseo de restitución de un Tercero trascendente, metafísico, fundacional, que ordene la vida en función de una totalidad (orden con autoridad). Un amplísimo sentido común entiende el orden de esta manera (lo vimos[1] en las filósofas Arendt y Revault d’Allonnes, que lo muestran en los romanos, los cristianos y los modernos; lo vimos en los sociólogos Durkheim y Weber y en la teoría marxista, etc.).

–          De la lógica de la fluidez, de la labilidad conectiva, de la mercantilización de la vida, del miedo, del control, de la precariedad, del nihilismo, del individualismo, de un orden superimpuesto con cara de smiley sonriente, que orienta las conductas modulando la emocionalidad y/o con coacciones más fácticas que simbólicas (orden sin autoridad). Un amplísimo y disperso pensamiento contemporáneo nos lo insinúa (lo vimos en Lewkowicz, Lazzaratto, Tiqqun, Hilbert, en Hupert-Ingrassia, etc.).

La vía del Tercero, tanto como la dinámica de orden sin autoridad (que incluye esa emoción que es el anhelo de Tercero) aseguran la heteronomía. Venimos pensando cómo podemos constituirnos y cómo pensar el vivir juntos por vías más autónomas, más igualitarias, en la convicción de que la subjetividad heterónoma es más bien una objetividad, que por lo demás, en los tiempos contemporáneos, oscila entre la precariedad y la inexistencia, entre el contacto y la desligazón.

Sabemos que para la constitución subjetiva y para la tramitación del vivir juntos son necesarios ciertos bordes (límites, contenciones, conminaciones). Veníamos pues pensando que la idea de una autorización inmanente –a la que llamábamos ignorante porque no sabía de dónde tomaría consistencia para operar y porque lo iría descubriendo en su propia experimentación, en el proceso de vinculación. Pudimos trabajar dos experiencias donde ocurrió y ocurre algo así: el maestro de música y las madres de adolescentes en situación de encierro. Allí y aquí vimos una autorización ignorante funcionando. Ahora bien, al acercarnos un poco más allí, se nos hacía necesario pensar que el común que logra producir subjetividad y convivencia por la vía de la autorización ignorante, erige algún tipo de referencia común que opera más de una vez, y por lo tanto operaría trazando cierta continuidad, cierta duración. Esta cuestión era el real que hacía pregunta y que “terceridad inmanente” quiere expresar.

Terceridad inmanente. Un espacio-lugar donde algo que nos es común nos enlaza. Un espacio-lugar que, a través de un proceso de construcción, hace consistir un nosotrxs que se legitima en el espacio. Un espacio-lugar que funciona como fuente de autorización, de habilitación, de empotenciamiento.

¿Con el maestro de música quizá fue al revés? ¿Primero fue la construcción del vínculo, y después el espacio compartido y las propuestas aceptadas gracias a que el vínculo estaba hecho? Tal vez en el caso del maestro de música, la terceridad inmanente es “lo que se armó” con el tiempo y los vínculos, “eso que pasó” como precedente en el que se asienta lo que vendrá (la “precedencia” de Revault).

¿La autorización ignorante, cómo juega en esto? Tal vez así: quien busca autorizarse en inmanencia (el “autorizante ignorante”) necesita experimentar. Si lo hace participando en un “nosotrxs” (unas madres, por ejemplo), esa experimentación colectiva puede devenir fuente de autoridad. Si en cambio experimenta “solo” (un maestro, por ejemplo), y alguna vez se produce “algo” situacional interesante, eso que pasó puede convertirse en “precedencia” de autoridad. En ambos casos se ha producido  “algo”, y en ambos casos ese algo se ha producido en convivencia, se ha producido entre otros (no en soledad, sino superando un aislamiento, una desligazón, superando incluso un contacto), y no restaurando una instancia superior que gracias al autoritarismo impone orden. Se ha producido algo común que habilita singularizaciones que siguen tramando el común que habilita nuevas singularizaciones, nuevos empotenciamientos, gracias a una potencia común que emerge de compartir una ignorancia común (en el caso de las madres la ignorancia común podría ser “¿cómo ser madre de un hijo que delinquió y de sus hermanos, cuando haberle dado ‘todo’ no resultó bien?”; en el caso del maestro podría ser “¿qué queremos hacer en esta aula si lo que se supone que debemos hacer no lo hacemos?”), un aprendizaje común, unos vestigios de autoridad que recombinamos en común. Toda esa coalescencia, esa madeja de preguntas, aprendizajes, autorizaciones, singularizaciones, experimentaciones va constituyendo una referencia que ayuda a trabajar las preguntas, aprendizajes, autorizaciones, singularizaciones, recombinaciones que se van dando y en ese sentido se va constituyendo como terceridad inmanente.

Así se perfila una respuesta o –mejor– toma forma una hipótesis de trabajo para el problema que en otro momento formulamos diciendo “el asunto es que el ‘entre’ no se nos convierta en un ‘sobre’”. Pues entre dos cualesquiera que se relacionan debe haber algún tipo de instancia que regule –si no, es el puro cuerpo a cuerpo, el puro acto, donde se impone la mayor fuerza: La convivencia deja de ser mediada simbólicamente. Si no hay terceridad, no hay siquiera conflicto, sino imposiciones lisas y llanas –lo cual es inconcebible en seres mamíferos con lenguaje: algo de ternura siempre hay. Necesitamos una terceridad para convivir. Hobbes la proponía como Leviatán: un tercero trascendente: la convivencia era regulada por un soberano. Ahora el común nos propone un tercero inmanente: la convivencia -y la subjetivación- puede ser regulada por una experimentación de la convivencia -y la subjetivación-.


 

[1] Ver la posdata a la reunión del Taller de autoridad y subjetividad del 6 de setiembre.

* Ir al caso de Las Madres de la Esperanza y la autorización ignorante.

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