[Este texto forma parte del Dossier a partir de Maldonado: Desaparición forzada en democracia]
Estas prácticas ocurren fuera de la dinámica totalitaria a la vez que son en sí mismas expresiones del terror.[1]
El Cabildo ya está bien. Santiago Maldonado sigue sin aparecer.[2]
- Última y primera.
La desaparición forzada de Santiago Maldonado no es la primera bajo régimen democrático,[1] pero es la primera que reunió al menos dos rasgos: por un lado, logró –mediante hábiles prácticas de lucha– no ser negada o ignorada por el gobierno de turno y, por otro el gobierno de turno, una vez imposibilitado de negarla o ignorarla por omisión, intentó encubrirla (aun lo intenta) por acción. En este sentido, es la primera,[2] aunque más lo es por la lucha-resistencia-creaciones que está desatando (cuestión que retomamos al final de este escrito). Por eso, creo, reescribirá hacia atrás la serie de desapariciones forzadas bajo institucionalidad democrática.
Esta desaparición forzada nos trajo perplejidad y miedo. Y varias preguntas. Podemos pasar del miedo al terror paralizante o del miedo al pensamiento y movimiento. En cuanto a pensar, podemos pensar con acciones callejeras, organizativas o comunicativas, entre otras que la imaginación política produzca (y viene produciendo). Y también podemos pensar afinando algunas preguntas, convirtiendo la perplejidad en pregunta y problema a trabajar. Esto último pretenden hacer estos apuntes.
Luego de una larga lucha (callejera, comunicativa, investigativa, judicial, institucional) hemos llegado a tener una película bastante definida del sistemático plan represivo dictatorial. Hoy me deja perplejo –y no creo ser el único– que sea posible buscar la impunidad de una desaparición sin cerrar el parlamento, sin un plan sistemático, sin discurso coherente y cabal y sin silenciar los cuestionamientos. Quizás tenemos esta perplejidad porque, tras la larga lucha, tenemos abrochada la desaparición forzada a la dictadura del ’76 (pues fue la dictadura de la desaparición de personas) y al régimen dictatorial en general. Quizás la película se nos fijó y se nos convirtió en foto. Quizás la fijación nos impide movernos.
- La desaparición forzada requiere un sistema.
- Todo Estado requiere un régimen de gobierno. Todo régimen es una tecnología de gobierno, y las tecnologías son históricas. Sus técnicas mutan cada vez que lo necesita el arte de gobernar. “Lo que no ha cesado de desplegarse desde el siglo xvii en Occidente es, a través de la edificación de los Estados nacionales así como ahora a través de su ruina, el gobierno en cuanto forma de poder específica.”[3] En este sentido, el Estado es un megadispositivo que convierte lo social en gubernamental, y son sus técnicas las que logran eso.
- Entre las técnicas de gobierno, las técnicas represivas son imprescindibles. La desaparición forzada es una técnica represiva, y también muta.
- La desaparición de personas requiere un sistema. Ese sistema no necesariamente es la dictadura.
- Las condiciones históricas (que incluyen, entre infinidad de elementos, régimen de acumulación, formas subjetivas, relaciones de fuerza) condicionarán qué forma tomará un dispositivo desaparecedor de personas. Lo importante es que ese sistema debe:
- a) Desaparecer a la persona –y mantenerla desaparecida.
- b) Producir miedo o terror pánico o inseguridad en el resto –para mantenerlas controladas.
- c) Sortear aceitadamente los costos de semejante técnica represiva:
- Los costos futuros (o judiciales).
- Los costos actuales (o ‘políticos’, o de legitimidad).
- Comencemos por a). Hacer un desaparecido no es soplar y hacer botellas. Es necesaria una maquinaria compleja y duradera. “Para desaparecer a un tipo necesitás un cana, un juez y un político”.[4]
- Para que un tipo desaparezca no alcanza con un rato. No empieza y termina sino que empieza y continúa. Para que el hombre o la mujer no aparezca al día siguiente o al siguiente, y tampoco al mes siguiente, ni al siguiente, es necesaria una maquinaria. Debe evitarse que aparezca vivo y que aparezca muerto, desde el día uno hasta el día n (y que n tienda a infinito…). Ahí es donde no basta con la fuerza de seguridad autora material y entra a tallar la necesidad del poder judicial.
- La Dictadura –la última, la de la desaparición de personas– montó un sistema que a lo largo de los años (de las luchas, de las investigaciones de los organismos, de los juicios) logramos comprender bastante detalladamente. Llamémoslo sistema Esma (así como “Auschwitz” no es solo el nombre de un campo de concentración nazi sino un sistema industrial de exterminio, así “Esma “no es solo el nombre de un centro clandestino dictatorial sino un sistema específico de desaparición).
- Esma, en tanto maquinaria desaparecedora, en tanto sistema de desaparición, tuvo varias “piezas”: -gobierno de facto, -sistema judicial complaciente, -prensa y expresión censuradas o controladas, -Nación y amenaza a la Nación, -CCDTyE (centro clandestino de detención tortura y exterminio).
- Por supuesto, el ccdtye era una maquinaria por sí misma, pero no se bastaba a sí misma, y requería del resto de las máquinas de la maquinaria. Por supuesto también, había más máquinas (los grandes capitales, la deuda externa, la doctrina de seguridad nacional, la prensa, el miedo…).
- No entremos a detallar cada máquina de la maquinaria y todos los mecanismos de cada máquina. Lo que importa es que un sistema de desaparición no se forma con una sola pieza (por ejemplo, una fuerza de seguridad).
- Pasemos rápidamente por b). La eficacia de la desaparición de personas como técnica represiva es –al menos– doble: por un lado, como no hay muertos, impide duelar y por lo tanto no deja de doler, y por otro, produce terror general: aterra no sólo a la víctima directa sino a también a los testigos.
- Sigamos por c). La eficacia de la desaparición como técnica de reducción de costos futuros es que, como no hay cadáver, no deja pruebas o deja muy pocas.
- La cosa es más complicada cuando llegamos a esa pieza del sistema de desaparición que la convierte en legítima, reduciendo así el costo actual para el gobierno de turno.
- Sobre la violencia, es clave postular su carácter significante. La violencia física tiene eficacia social en cuanto porta un sentido social socializador. La idea de una violencia desnuda que luego se justifica es muy parcial y corta. El objeto contundente que golpea se configura desde el comienzo como una significación social –por ejemplo, como una acción legítima. Como explican tantos, el exterminio de judíos tiene una significación legítima si antes los judíos han sido representados como ratas. Toda técnica represiva conlleva una técnica legitimatoria.
- En el caso de la Dictadura, la “suciedad” guerrera de las fuerzas que acometieron la guerra sucia (léase terrorista de Estado) significaba reproducir un sistema de vida occidental, cristiano, argentino. La suciedad encarnaba el sentido nacional. Los métodos aterrorizadores encarnaban el sentido “normalización” y hasta “sanación” ante el “elemento foráneo y subversivo que amenazaba nuestro estilo de vida”.
- ¿Y en el caso del régimen democrático? La técnica está en ensayo, indefinida aún. Está en ensayo su uso y está en ensayo su significación social.
- Cotejemos las cinco piezas, como primera forma de encontrar pistas, de delinear qué sombra se cierne sobre nosotros. Qué técnica represiva, no qué ominosas fantasmagorías.
- El gobierno no es de facto. Cuenta con legitimidad electoral.
- La gendarmería no parece usar ccdtye. Entre el secuestro y la desaparición no parece mediar detención en un centro clandestino (la tortura no puede descartarse, pero quizás sí la permanencia en un «chupadero»[5]).
- El sistema judicial funciona ‘normalmente’,[6] solo que hoy normalmente significa que se gestiona juez por juez y caso por caso el entorpecimiento de las investigaciones y enjuiciamiento.
- La expresión no está censurada. Sí está embarrada y acelerada, y hay algunas amenazas a periodistas,[7]pero no con censura previa.
- La amenaza no es a una Nación ni la hace un subversivo con ideas foráneas. No queda claro cuál es el peligro que habría encarnado Santiago y con su desaparición habríase cancelado: si es su ‘hippismo’ de artesano, su simpatía por los mapuches, sus prácticas ‘piqueteras’. Incluso no queda muy claro que Santiago haya podido o esté pudiendo ser configurado como encarnación de un peligro. No da con el arquetipo del peligroso contemporáneo: ni pobre ni negro ni indio ni narco ni árabe ni inmigrante, ni siquiera kirchnerista, su fisonomía y vestimenta bien darían para una de esas publicidades hípster del gobierno de Caba.
- Entonces, vienen tirando y probando cómo configurar el personaje tras el que pueda desaparecer nuevamente la persona desaparecida: que es un terrorista o que apoya a un grupo terrorista y/o separatista, que es familiar de un montonero o de los Kirchner, que es un vagabundo, que es un vándalo, incluso que es una pena y se merece ser buscado…[8] El ensayo y error y sobre todo la demonización ad hoc vienen impidiendo imbuir de una legitimidad coherente a la desaparición.
- Pero quizás la coherencia no sea necesaria hoy como ayer para construir legitimidad. Que Noceti no estuvo pero estuvo, que quieren encontrar a SM pero no investigan, que no descartan ninguna hipótesis pero sí la de desaparición forzada, etc. No se niega la desaparición ni se la presenta como “exceso”, sino que se construye sin plan una madeja de sospechas y sensaciones que se enmarañan en el estómago de la subjetividad. La coherencia ya no manda. La confusión, sí. La irritación, también.[9] Las afirmaciones no comprobadas, también, los hechos inventados, también, la televisación de los montajes de disturbios o de hallazgos, también, la preocupación por los desaparecidos previos no sostenida con el cuerpo, también (y un largo etc.).
- De la misma manera, madeja de sospechas y sensaciones y ensayo y error vienen siendo practicados, por gobernantes y periodistas acólitos, para construir la legitimidad del actuar del ejecutivo, de la fuerza de seguridad y del tribunal.
- El Estado, se supone, monopoliza la violencia legítima. Hace rato ese monopolio ha sido relativizado señalando la existencia de empresas de seguridad privadas. Ahora importa señalar que la legitimidad de la violencia estatal contra la protesta social ha quedado seriamente cuestionada por el movimiento de derechos humanos pos-83 y vuelta opinable por los flujos mediáticos. Cuestionada y opinable la legitimidad de su violencia, el Estado recurre, con parcial éxito, a la gestión de la evidencia. Esta gestión oligopólica de la evidencia no la hace ni legal ni legítimamente, pero, como enseñó Gabriel Tarde,[10] la sugestión de los públicos funciona sin necesidad de pedir su consenso.
- “Macri no tiene un vocabulario para los derechos humanos”, le dijo Sarlo a Fantino,[11] y ejemplificó esa limitación diciendo “las palabras curro y derechos humanos no pueden combinar”. Pero quizás Sarlo ve como defecto algo que es una condición de época: una gramática aleatoria y recombinante que puede juntar vocablos antes extraños y separar otros antes ligados. Violencias del lenguaje.
- Al gobierno de Cambiemos no le falta ese vocabulario, sino que está construyendo una gramática de la represión no dictatorial que deje atrás eficazmente la gramática de derechos humanos que se volvió hegemónica hacia 2001 y logró entrar como término necesario de la ecuación de gobernabilidad por más de una década. Para reprimir sin dictadura, y luego de esa oficialización durante los años kirchneristas, el Estado está tentando una nueva ecuación de gobernabilidad que cancele o reduzca al mínimo ese término y sobre todo lo resignifique (como muestran las intervenciones militares norteamericanas, el respeto a los derechos humanos puede clamar por violencia contra los pueblos). Esta nueva ecuación emplea una gramática muy diferente a la del Proceso, una proactiva y recombinante.
- Dos cosas más: una es que «técnica en ensayo» también quiere decir quela técnica puede mejorarse, y sobre todo mejorar su combinación con otras técnicas represivas (los allanamientos en Córdoba del 30/8 y los disturbios montados en Buenos Aires el 1/9, así como las variaciones de la detención ilegal de Milagro Sala y los habituales métodos contra pueblos originarios) y técnicas mediáticas-espectaculares.
- La otra es que «técnica en ensayo» también quiere decir en disputa. Las resistencias a tomar con naturalidad una nueva desaparición en democracia han impedido primero que el hecho sea negado y después que fuera disuelto en los cientos de desapariciones no forzadas por el gobierno (por ejemplo, la de Anahí) o los casos previos (como Casco, Bru o López).
- Nos preguntamos si la desaparición de personas se convierte ahora en una técnica represiva fácilmente disponible bajo un gobierno elegido electoralmente, como en México. Quizás el gobierno de turno también se lo pregunte. Es una disputa.
- Lo disputaremos no solo ni principalmente con enfrentamiento y preservación de los métodos de lucha de los últimos cuarenta años, sino con una resistencia-creación a la altura de esta nueva técnica.
III. El terreno de la legitimidad.
- Hasta ahora, la lucha de derechos humanos siempre ha conquistado sus logros disputando el terreno de la legitimidad e incluso reconfigurando las formas de legitimación (por ejemplo: luego de 25 años, el Estado debió incluir los juicios para que gobernar fuera legítimo). Es en este terreno que, entiendo, podemos crear nuevas y eficaces formas de lucha –aunque, es cierto, la lucha puede abrir eficacias en terrenos que ahora no podemos imaginar.
- La legitimación de un gobierno depende de los consensos sociales sobre lo intolerable; es claro que hace un tiempo se ha perdido la hegemonía alcanzada hacia 2001 por las luchas que postulaban intolerable el terror de Estado.
- Sin embargo, muchas cosas ha hecho la lucha en el terreno de la legitimidad desde la desparición forzada del primero de agosto pasado, para deslegitimarla como técnica. Las técnicas de legitimación también mutan, y es muy difícil percibir cómo se lucha contra una lógica semiótica que no se somete a los parámetros de racionalidad y representación de la modernidad burguesa. Por eso quisiera indicar dos o tres cuestiones cardinales que creo la han orientado:
- Ante la “lógica pos-factual”[12] o “pos-verdadera” o confusionista, la postulación inquebrantable del hecho, y la confianza en que las palabras y las imágenes pueden expresar lo que pasa y lo que nos pasa.
- Ante la lógica “pos-argumental” y “sensacional”, también confusionista, la práctica de la sensatez y el argumento. Al otro no queremos cancelarlo ni hacerlo entrar en mi razón, sino empujarlo a la verificación o refutación empíricas o argumentativas, y, cuando menos, convertir su confusionismo en contradicción y alevosía.
- Ante la gramática aleatoria y cínica, una conjugación situada de calle, performance, comunicación y tribunales para hacer valer la gramática de las leyes contra la desaparición de personas. Que los cuerpos, aun los ausentes, pongan límite a la violencia recombinante de los vocablos que necesitamos para expresar lo sensible y lo intolerable.
- Ante la lógica desresponsabilizante (esa que dice “todos lo buscamos”, o “no prejuzguemos a los gendarmes” e incluso “yo no estaba allí” o “nos quieren destituir”), la insistencia inquebrantable en el respondé, que se hace muy sencillamente: –“¿Dónde está Santiago?”. Pregunta insidiosa como mosquito, multiplicada y viralizada allende las redes y allende los medios.
- Ante la macabra lógica terrorista de Estado (“como no aparece el cuerpo, no hay pruebas de que fue desaparecido forzadamente”), no aislarnos, juntarnos, gritar, recurrir a instancias internacionales, llegar a las pantallas de los medios masivos dominantes, obrar bajo el supuesto de que la sola sospecha de desaparición invierte la carga de la prueba y es el Estado el que debe demostrar que no es una desaparición forzada.
- Seguramente otras que no alcanzamos a visualizar.
- Así, pues, no parece muy acertado andar diluyendo la pregunta “dónde está Santiago” con la pregunta “dónde está Julio”, o dónde están otros desaparecidos mapuches o el nieto de Félix Díaz. Está dilución la intenta el gobierno de turno, pero la practican quizás involuntariamente también muchos izquierdistas creyendo que así van al hueso de la cuestión (el Estado, el capitalismo). Incluso algunos indigenistas reprueban que nos preocupemos por Santiago si antes no gritamos por otros desaparecidos originarios; los mismos mapuches de Cushamen les responden: ¿dónde está Santiago? Es la lucha por Santiago la que está abriendo paso a la arena nacional a desapariciones que permanecían en el cono de sombra de la periferia –esa que, con el devenir extractivo del capitalismo, se ha convertido en crucial. En la pregunta por este desaparecido está la pregunta por los otros desaparecidos.
- Si a la pregunta por Santiago, el gobierno y sus amigos retrucan con la (impostada) pregunta por los demás, debemos leer allí algo más que una impostación y una elusión: están preguntándonos descaradamente “¿tanto les molesta una más?”. Preguntar por Santiago, así, deslegitima toda desaparición forzada y la postula intolerable.
- Si luego de la Dictadura la lucha por juicio y castigo decía “No olvidamos ni toleramos”, la lucha hoy, retomando los aprendizajes de aquella, la continúa con otro enunciado implícito: No toleramos. No toleramos ni desaparición forzada ni pistas falsas ni hechos inventados ni gestos condescendientes a la vez que se entorpece la investigación y el juicio ni persecución a los docentes que enseñan derechos humanos ni que se justifique la desaparición forzada criminalizando a quienes enarbolan un modo de vida incompatible con el extractivismo. Partiendo de esta intolerabilidad, con todo lo que ella nos empuje a crear, quizá se va configurando un movimiento de derechos humanos en las nuevas condiciones.
- La lucha por la aparición con vida de Santiago es el único camino posible hacia el hueso de la cuestión (no tal o cual gobierno, sino el Estado, no tal o cual transnacional, sino la explotación del trabajo, no tal o cual lof, sino la civilización explotadora de la naturaleza). Pero una lucha le abre paso a otras (¿cuándo pudimos ver en TN a un mapuche denunciando apremios policiales y usurpación de tierras?), y, más importante, a lo general le entramos por lo singular de las luchas. Hoy, la lucha de la aparición con vida Santiago. Allí, en su singularidad, se juega nuestro universal.
- ¿Dónde está Santiago Maldonado?
7/9/2017
[1] Más de 200 desde 1983, registra Correpi.
[2] La desaparición de Julio López tuvo el primer rasgo pero no el segundo. Cuando desapareció por segunda vez Julio López, Adriana Calvo, integrante de la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos, dijo “El gobierno provincial reaccionó muy tarde. Y el nacional no hizo nada. Aníbal Fernández es como que ni se enteró durante días”, La vaca, 22/9/06. Calvo agregaba en esa nota “El ministro del Interior Aníbal Fernández nos recibió después de dos días de haber estado pidiendo una entrevista para hablar sobre el caso de Julio López, que está desaparecido desde el domingo 17. Es impresionante tanta inacción.” Por otra parte, “tanto Arslanian como Fernández se negaron a aplicar la palabra ‘desaparecido en democracia’ hasta tanto ‘no tengamos certezas sobre las circunstancias en que se produce esta desaparición’” y “no descartaron ninguna hipótesis” así como ofrecieron elevada recompensa a quien aportara datos para encontrarlo (Página/12, 22/9/06). Por su parte, la primera mención de Néstor Kirchner sobre el caso se hizo esperar nueve días (El Cronista, 25/9/06). También recordamos la frase del entonces ministro del Interior, Aníbal Fernández, “quizás se fue a lo de la tía”, aunque no la encontré googleando. El gobierno de entonces también se mostró como víctima de sectores que lo querían perjudicar y hubo quien cuestionó la figura de la víctima (Infobae, 29/9/06).
En breve, las primeras reacciones del gobierno de turno entonces no fueron tan diferentes a las del actual, aunque sí duraron poco y viraron a los pocos días. Quizás este viraje, que el gobierno de Macri no va a hacer, muestra que la “ecuación de gobernabilidad” de 2006 incluía como un término ineliminable una política de reparación estatal de los crímenes cometios por el Estado, mientras que hoy esa ecuación busca excluir ese término o reducirlo a su mínima. Como desarrollamos más abajo. La disputa hoy en Argentina es la de la legitimidad de las técnicas represivas inherentes al arte de gobernar. En uno y otro caso, las ecuaciones de gobernabilidad se configuran y reconfiguran según relaciones de fuerzas que no son obvias (sobre este particular, se puede ver P. Hupert y A. Pennisi, “Posible, potencia, poder”, prólogo a D. Machado y R. Zibechi, Cambiar el mundo desde arriba. Los límites del progresismo, Autonomía – Pie de los Hechos, Buenos Aires, 2017).
[3]Tiqqun, A nuestros amigos, Hekht, 2016.
[4] Bruno Napoli, En nombre de mayo, La Barrica, 2014.
[5] Sí está comprobada la tortura en comisarías patagónicas y la colaboración del poder judicial. Por ejemplo, a testigos el juicio de 2016 a Facundo Jones Huala, o en enero de este año, en que un“fiscal admitió haber estado presente en una sesión de torturas y no haber intervenido para detenerla” (Noticias de Esquel, 14/6/17). También, el uso de autos sin patente y de policías o gendarmes sin identificación.
[6] Este “normalmente” incluye, por supuesto, normas implícitas: todo juez federal debe favores al poder político que lo designa, y todo político gestiona esas deudas y su cobro.
[7] FM Alas de El Bolsón recibió amenazas anónimas el 5/9/17 y el 2/12/16, así como fueron arrestados y golpeados periodistas y fotógrafos tras la manifestación del 1/9 en Caba.
[8] Resumen magistralmente Ali Gómez Alcorta e Ileana Arduino: “Tenemos dos demonios y si hace falta, inventamos más… [Inventamos] el demonio que cada desmonte de garantías ciudadanas mínimas reclame.” Una demonización ad hoc, diríamos. Pero lo que quiero señalar es que esto no es un “déjàvu” sino una mutación en las técnicas legitimatorias. Dos demonios permanentes y bien localizados no requieren una comunicación tan proactiva como la actual. Permiten la claridad de ideologías antagónicas y no este confusionismo generador y avivador de resentimientos y otras sensaciones.
[9] “Los llamamos así, pero en verdad no son “medios de comunicación”, sino formadores de opinión o, mejor dicho, gerenciadores de emociones.” E. Adamovsky, “Nosotros y los medios”; Página/12, 4/6/17.
[10] “El público y la multitud”, en Creencias, deseos y sociedades, Cactus, 2016.
[11] El 5/9/17; https://www.youtube.com/watch?v=T7rRW2-YLSg.
[12] Así la llama Franco Ingrassia, y la define como aquella en que “los hechos no importan”. Da como ejemplo la invención de una página de Facebook de Santiago, red de la que nunca participó, y la invención de un parentesco con los Kirchner.