Informarse o ubicarse. Derivas del compromiso situacional.

Un día (3/6/8) comencé a coordinar un taller de historia argentina y, como estamos en tiempos de conflicto gobierno-campo estuve los días anteriores, más de una semana, bien sumergido buscando información, informándome para estar al tanto de la marcha de ese conflicto, de sus características, de lo que nos enseña de la situación actual, o al menos de la Argentina contemporánea. La cosa es que llegué al día de ayer con herramientas suficientes como para hacer un análisis relativamente profundo del conflicto ese. Sin embargo, un rato antes de comenzar la reunión tuve la sensación de estar desinformado.

Vaya paradoja: escuchando programas de radio, leyendo emails y diarios, hojeando información en Internet, mirando TV, el informado se sintió desinformado La sensación de desinformación me pasaba por el lado de la sensación de que, si en la reunión se llegaba a hablar de cosas actuales, yo no las iba a conocer pues me había focalizado, me había sumergido, en el conflicto del campo. Si se hablaba de algo actual, no lo iba a conocer porque venía de empaparme de actualidad…

Con lo que me encontré entonces es con que informarnos nos aísla. Informarse tiene un sinónimo en estar al día; si estamos al día estamos informados, si estamos informados estamos al día. Ahora bien, parece que estar informado es estar aislado, es estar desvinculado. He aquí el problema. Yo hallo un obstáculo en un atavismo legado de la tradición política moderna. En esa tradición, forjada en tiempos estatal-nacionales, no se trataba de estar al día sino de estar comprometido, de estar situado. Informarse, ‘saber qué pasa’ era una manera de ser un ciudadano responsable, era una manera de responsabilizarse por el hecho de tener una comunidad de destino con otros (que también eran ciudadanos), con otros que vivían dentro de las mismas fronteras que uno.

No sé quién decía que las novelas y los periódicos cumplían una función de unificación espacio-temporal nacional: mientras el periódico mostraba lo que ocurría en un mismo momento en diferentes lugares, la novela mostraba lo que ocurría en un mismo lugar en diferentes momentos. Uno y otra, ambos perfectamente decimonónicos, ambos coetáneos de la formación de los Estados nacionales, configuraban un espacio-tiempo para los grandes relatos históricos nacionales. Sentaban las condiciones subjetivas, las condiciones culturales como para que no hubiera más remedio que contar las cosas de modo nacional e histórico. En todo caso, lo que importa aquí es que la situación de la que debía hacerse responsable el responsable ciudadano, la extensión con la que debía comprometerse, de la que debía estar informado, era la extensión de una Nación, la extensión territorial del Estado al que pertenecía y, por propiedad transitiva, la extensión que le pertenecía a él.

Ahora bien, hoy la literatura se ha fragmentado; la temporalidad no es siempre la de la novela, no es novela el tipo dominante de relato, no hay ningún tipo dominante de relato, e incluso en las que hoy siguen llamándose novelas, no siempre la temporalidad es la temporalidad progresiva de la historia historicista. Tanto en la literatura como en el cine la temporalidad se enrevesa y entrevera, a través de flashbacks, o se descuajeringa, a través de yuxtaposiciones videocliperas. Esto, desde el punto de vista de la literatura. Desde el punto de vista de los medios de comunicación, estos no solo son mucho más masivos que el periódico decimonónico sino también mucho más extendidos. Ahora la información no se limita a la de fronteras adentro. Las fronteras han llegado a desdibujarse pues las telecomunicaciones no se limitan a la red de telégrafos o de ferrocarriles de una nación decimonónica.

Y habría que agregar el punto de vista individual: hoy, teniendo un celular, teniendo una computadora, uno puede hablar con cualquiera en cualquier parte del mundo en cualquier momento en cualquier lugar. Uno puede irse a otro país sin cambiar el número y a uno lo pueden llamar sin necesidad de que el otro sepa que no está en la misma ciudad que él. Desde el punto de vista inverso, uno va en el colectivo y escucha que los demás hablan como si no estuvieran en el colectivo.

El problema se resumiría así, pues: sin duda sigue siendo una exigencia de la política comprometerse con la situación, estar donde se está, comprometerse con lo real de la situación. Pero hoy es mucho más difícil saber cuál es la situación con la que comprometerse, es mucho más difícil conocer sus bordes, sus límites, saber la extensión de la situación en la que estamos. A veces la situación será la de todos aquellos que están conectados en este momento al Messenger conmigo aunque algunos de ellos estén en mis antípodas geográficas. Otras veces será necesario dejar de lado los contactos telecomunicacionales para ceñirse a los contactos más directos, más aldeanos.

Tesis: la realidad, la situación, no está en la información sino en los vínculos. Es cierto que hay que saber qué pasa, pero hay que saber qué pasa en la situación en la que nos situamos. Y la situación no está determinada por el conocimiento de lo que pasa en nuestro país. No ya hoy al menos.

Tesis: estar enterado de lo que pasa en Argentina es un modo de fuga de la situación, pues Argentina ya no es una comunidad sino una percha descomunal (ensayé la noción de percha descomunal en «Caracterización de las comunidades fluidas e insinuación de la comunidad cohesiva»).

Aún con estas tesis, la dificultad subsiste, y vamos a formularla brevemente: Hoy es difícil estar donde se está, pues se está, de hecho, en más de un lugar a la vez. Gracias a las telecomunicaciones nuestra posición es ubicua. Debido a esta ubicuidad se nos hace muy difícil ubicarnos. Y en lo que a vínculos respecta, gracias la tecnología conectiva, nuestras conexiones son profusas e intermitentes: precarias, fragmentarias. Debido a esta profusión, se nos hace muy difícil vincularnos, es decir, ubicarnos, es decir, situarnos.

pablohupert@yahoo.com.ar

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