Lectura como composición entre concepto y situación
Varies lectores ponderan los relatos que hago en mis textos (los hechos que cuento). Otres se quedan con los conceptos que destilo. Son pocas las oportunidades en las que advierten que, por un lado, para contar lo que cuento necesito de conceptos que hagan perceptibles y ‘encadenables’ los hechos, y, por otro, para conceptualizar esta circunstancia que suelen llamar “la época” necesito de hechos que hagan necesarios conceptos nuevos. En otras palabras, conceptos y situaciones se componen, y se componen en una relación de lectura.
Ampliemos.
I. En mis trabajos intento mostrar no solamente los conceptos para pensar la fluidez, sino la productividad que tienen esos conceptos para leer situaciones, y leerlas de manera tal que, sin esos conceptos, no llegarían a percibirse como esas situaciones.
La idea es que un concepto tiene sentido si permite una lectura situacional. Si permite también, a la vez –porque son casi lo mismo–, una lectura de un proceso de subjetivación que se encuentra con determinados obstáculos que logra atravesar. Y, justamente porque logra atravesarlos, es de subjetivación.
Para que logre esto un concepto, para que sea operador de un pensar, operador de una lectura práctica, de unas prácticas de lectura, de un devenir otro, es necesario que, a la vez, el concepto se vaya construyendo, determinando, dejando configurar por las mismas prácticas que lee. De modo que no sea el concepto dado primero y sea luego la aplicación a una realidad exterior; que sea un concepto que se construye vis-a-vis la lectura que el concepto va haciendo; una indeterminación que se determina en su práctica –y su práctica es la lectura. Su determinación es como tal concepto, sea el de expresión, sea el de astitución, o el de lo imaginal, o el de la trama consecuente, u otro de los que aparecen en el libro. El concepto, leyendo, se compone con lo que lee; el concepto aplicado, en cambio, se mantiene externo a eso a lo que es aplicado. Así, al aplicarse a algo, quizás explique ese algo, pero no se piensa a sí mismo pensando el algo.
II. El concepto “astitución”, por ejemplo, se piensa a sí mismo, se configura nuevamente, al pensar un incidente en la astitución “Dirección de Niñez, Adolescencia y Familia de la ciudad de Rosario”. Cuenta Luciano Rodríguez Costa –en su libro de próxima aparición sobre violencia– que el 31 de Octubre de 2016 se produjo la represión de dos jóvenes a manos de policías solicitados por los mismos trabajadores de allí -representantes administrativos del enfoque de derechos que expresa la ley provincial de Protección Integral de los Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes, de 2009, una ley reciente-.
“Esos jóvenes, para ser protegidos, habían sido separados de sus núcleos de vida donde se consideró habían sido vulnerados sus derechos. Como no se disponía de alojamientos adecuados, estos jóvenes vivían en hostels de mala muerte con acompañantes personalizados. La comida tenían que buscarla ellos mismos en otro establecimiento. Para ello requerían pasar por la Dirección de Niñez para buscar “tickets”. Así, el sustraerlos de un centro de vida se lograba sin ofrecerles una forma de provisión hogareña, es decir, retraumatizándolos.”
Estos jóvenes plantearon agresivamente sus reclamos, y la respuesta de la Dirección que improvisó su “reubicación” fue la represión policial… El agente que contaba esto, indignado, subrayaba la injusticia y desprotección que significa llamar “violento” al violentado por las improvisaciones-repentizaciones que realizó la Dirección para evitar, paradoja, la perpetuación de la vulneración que estos jóvenes sufrían en sus hogares.
Volviendo a nuestra cuestión, podemos decir que la improvisación, la repentización febril para satisfacer demandas siempre nuevas, ya estaba presente en el concepto de astitución; sin embargo, este incidente permite decir que la improvisación y el apuro no solamente son una característica de la fiebre restitutiva que veíamos inherentes a las hiperactivas astituciones. También provocan una reactividad en los agentes que, apurados por cumplir su función de satisfacer las demandas que formula la ley que la creó (o el actor que llega a la astitución), se ven desbordados y logran responder no componiéndose con el otro sino reactuando ante el otro. La precariedad, así, no se plantea solamente en el carácter reciente de la astitución o en la falta de rutinas o en la heterogeneidad de los casos y demandas que debe satisfacer. La precariedad es una dinámica que lleva a “ponerse la gorra” cuando una demanda precariamente satisfecha no contiene a los actores. La dinámica astitucional, así, debe reformularse como de acechante reactividad. Es una dinámica que exige proactividad de sus actores y a la vez puede hacerlos pasar directamente a la reactividad. Si los actores astitucionales no logran relacionarse como alteridades en composición (ver “Astituciones y sus más-allás”, apartado V) y abrir así unos espacios más-allá de esa dinámica, entonces responderán a las contingencias que los desborden de manera reactiva (que incluirá, si les es posible, la manera represiva). Esta dinámica es inherente a la dinámica astitucional y no un error humano de los agentes o una falta de capacitación o de previsión; las astituciones, astituciones fluidas y precarias, al querer restituir/restituirse hallan inevitablemente desbordes imprevistos; y la precariedad trata los desbordes de manera reactiva inevitablemente, –inevitablemente de no mediar una subjetivación abridora de un más-allá. La recurrente (irregularmente recurrente) oscilación entre proactividad y reactividad, compele a no pasar por la actividad (es decir, propicia que no se activen/ no activemos las líneas de potencia que surgen en los encuentros; es decir, propicia que no haya encuentros). Como se ve, el concepto “astitución” puede simplemente “aplicarse” al nuevo “caso”, pues lo explica: un seco “la astitución no tiene rutinas” confirma secamente el concepto de “astitución”. Pero si con “astitución”, en vez de aplicar, leemos el incidente, el concepto deviene distinto con este, y concepto y situación, “astitución” e incidente, cambian, pues se piensan uno a otro, devienen otros con el otro. El incidente, leído, permite elucidar una forma en que la astitución vuelve gobernables los cuerpos: evitando que se encuentren y que activen lo activo que encuentran en el encuentro. Incidente y astitución, situación y concepto, se componen, trabajan un común, elucidan lo aun no definido que comparten.[1]
Pero, digámoslo también, no es lo mismo si son la trama consecuente y la expresión que si son la astitución o lo imaginal. La trama consecuente y la expresión son lectura de procesos de subjetivación. Mientras que los otros dos conceptos, imaginal y astitución, son lectura de lo que hay, lectura de obstáculos. Pero la lectura de las prácticas de subjetivación nos mostró que los obstáculos no son solo vallas, barreras. La composición de prácticas que esa lectura es mostró que los obstáculos, lo que hay, pueden operar también como plataformas de la práctica de subjetivación. De manera tal que la idea de obstáculo y la idea de subjetivación se redeterminaron a su vez con las lecturas.
Retomando y abreviando, la lectura es conceptual y situacional a la vez porque el concepto lee y la lectura conceptualiza. Lee una situación, conceptualiza los términos de la situación, los dispositivos de las disposiciones situacionales. Se puede decir entonces que los conceptos tienen cierta capacidad de predecir situaciones análogas a las que leen porque son metáforas de ellas mismas. A veces hasta predicen porque se componen con lo que leen y porque leen componiendo. Conceptual, situacional, compositiva, la lectura-pensamiento pone en relación el concepto y la situación, a veces, definiendo la situación con el concepto que necesita para ser leída; otras veces, resultando lectura de situaciones isomorfas que logran definirse como situaciones isomorfas al ser leídas con ese concepto. Pero necesariamente el concepto se redeterminará al pensar una nueva situación y pensarse en ella (no se redeterminará si solamente se aplicare). Cuando un agente de una astitución exclama “¡en donde trabajo pasa eso mismo que describe el texto sobre las astituciones!”, el concepto “astitución” predijo una situación análoga, fue aplicado quizás, pero aun no leyó la situación; quien lleve el concepto al lugar donde trabaja deberá redeterminar el concepto con lo que la lectura de la situación sugiera: El concepto lee la situación y la situación lee el concepto; cuando no se esperan aplicaciones a “casos”, se apuesta a las composiciones entre conceptos y situaciones. Composición es la forma de relación que la práctica llamada “lectura” produce. El vuelo del concepto de una situación originaria a otra análoga producirá una nueva composición entre situación y concepto.
Entonces, la relación entre concepto y situación, la relación entre lectura y situación no es de aplicación, no es de reflejo. Es de composición. Es de diálogo. Y exige una mutua plasticidad.
Estas lecturas, estas conceptualizaciones hallarán sus mejores usos en lecturas plásticas que se compongan con las situaciones que haga falta leer; “haga falta”, no por una necesidad a priori, sino por una necesidad de un proceso subjetivo. Por la necesidad de seguir alguna línea de potencia.
III. Esas lecturas plásticas necesitan mantener, además de plasticidad, algunas premisas formales de lectura de la segunda fluidez. O de asunción subjetiva de las condiciones que están supuestas en el mundo fluido contemporáneo, como son que no hay todo, que no hay Tercero, que la representación está en crisis terminal, que las conexiones no son vínculos o encastres.
Eso, para comenzar con principios formales que indican ausencias. Que en tiempos de Estado-nación eran condiciones presentes y que para las ciencias sociales tradicionales del siglo xix y xx, eran supuestos que casi nunca necesitaban explicitación. Porque se hicieron visibles gracias a la lectura lewkowicziana del agotamiento del Estado-nación, esto es, del agotamiento de esas condiciones, de esos supuestos de la sociedad moderna y estatal nacional o capitalista industrial.
Pero hay un principio general y formal del conjunto de condiciones que llamamos segunda fluidez que quizás todavía requiere mayor especificación. Aunque se fue haciendo claro a lo largo del libro. Y es el principio productivo, el principio formal positivo de esta lectura, que es el de la precariedad de la relación entre puntos sociales. Sea lo que sea que estos puntos sociales sean: un grupo social y otro, una clase social y otra, un hombre y una mujer, unos amigos, un significante y un significado, un signo y otro signo, una ley y su vigencia, un Estado y una sociedad, una institución y un miembro de una institución, un padre y un hijo, un yo y su subjetividad, unas prácticas y unas representaciones de las prácticas, un instante y otro, un estudiante y su compañero de banco, etc. Y esas relaciones se construirán en base a las operaciones disponibles en las condiciones del capitalismo fluido: Operaciones precarizadoras, operaciones que configuran precariamente lo que configuran. U operaciones que configuran fluidamente.
La precariedad se presenta entonces como operatoria productora de precariedades. Y, dicho relacionalmente, la relación precaria entre puntos se presenta como operatoria que relaciona precariamente puntos que dan lugar a configuraciones precarias, fluidas, dúctiles, flexibles. A veces crudas, a veces momentáneamente rígidas, a veces endurecidas y reactivas, pero nunca sólidas. Volviendo, entonces.
Las condiciones a asumir como supuestas en el mundo fluido contemporáneo, no son solamente las negativas como que no hay todo, que no hay Tercero, que la representación está en crisis terminal, que las conexiones no son vínculos o encastres, sino también sobre todo las positivas: que todo lo que parezca estable y duradero no es sino metaestable, que todo elemento social o subjetivo es precario, que toda operatoria social es producción de precariedad, que toda precariedad es un conjunto de operaciones que resuelven precariamente las exigencias de la existencia objetiva, subjetiva y semiótica.
Se trata entonces, en la forma de leer que llamamos segunda fluidez, al componerse con los términos potentes de una situación, al componerse leyendo las líneas de potencia, de preguntarle a la situación cómo configura precariamente, preguntarle cómo construye precariedad. De tal forma, la lectura de cada nueva situación, de un nuevo conjunto de obstáculos o de un nuevo proceso de subjetivación compondrá nuevamente concepto y situación.
[1] Cuenta Ariel Pennisi que para Virno lo común se define como lo aun-no-decidido-que-compartimos. De modo –agrego– que lo Común (la común-politización) se construye pensando eso; no es revelación instantánea de lo ya-desde-antes-definido-y-compartido.