comentarios al artículo aparecido en Campo Grupal 87
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Una amiga tuvo que cambiar de trabajo hace poco. Ella tiene el título en dirección y organización institucional, y pasó de trabajar en el Joint Distribution Commitee, una institución judía que estudia las comunidades judías y las patrocina económicamente (en este caso, ella trabajaba con las comunidades del interior de Argentina, llamándolas, encuestándolas, etc.), y pasó a trabajar en una ONG dedicada al medio ambiente. Pasó de tratar con activistas institucionales a trabajar con campañas, fotos y especies animales de las que nunca había oído ni siquiera el nombre.
Hablé con ella luego de una semana de estar en su nuevo trabajo y me dijo «estoy en una nube. De repente, mi actividad cotidiana hoy nada tiene que ver con mi actividad cotidiana de hace una semana. El mundo en el que vivía ocho o nueve horas diarias ha cambiado, es otro ahora». Diríamos, entonces, que el cambio de trabajo obliga a perder las referencias, y la pérdida de referencia es uno de los movimientos claves de una desubjetivación. Por supuesto, podemos decir que es simplemente una crisis de transición entre un trabajo y otro (ambos buenos trabajos), y que ella se va a adaptar al nuevo mundo. Pero para afirmar eso habría que tener claro que se trata, si no de un destino final, de una estación donde habrá una larga estadía que permitirá constituirse subjetivamente a partir del nuevo trabajo cotidiano, o mejor dicho (ya que eso muchas veces es inevitable) que garantizará que la constitución subjetiva a partir del trabajo tendrá anclaje duradero.
Por otro lado, debemos recordar la búsqueda por parte del mercado de trabajo, de la polivalencia, la polifuncionalidad de los trabajadores. Especialmente los cuadros medios, gerenciales, deben poder desarrollar diversas tareas, muy diferentes en su contenido, y a veces también en sus procedimientos (son tiempos, por ejemplo, de profesionalización del liderazgo, algo que en otra época habríamos creído improfesionalizable, porque lo adjudicábamos a rasgos que se desarrollaban con la experiencia o que más bien venían dadas de modo innato).
En la misma dirección, pero más contundentemente, apuntan los casos en los que el trabajador cambia de función entre un trabajo y otro (o, en el mismo lugar de trabajo, entre una tarea y otra, gracias a la llamada flexibilización laboral), tal vez en el mismo día o al menos en la misma semana, una y otra vez. Mi amiga cambió de un trabajo presuntamente estable a otro presuntamente estable, pero los trabajadores de proyectos personales frondosos, bien diversificados, deben pasar de un funcionamiento subjetivo a otro en cuestión de horas, o a lo sumo de días.
Esto, calculamos, impide constituirse subjetivamente a partir del trabajo propio, puesto que, ¿cuál es el propio trabajo? ¿En qué trabaja uno?, ¿en el trabajo 1, en el 2, en el B, en el otro (que además son heterogéneos entre sí)? ¿O tal vez uno trabaja en la diversificación de los trabajos (la obtención de una ‘cartera de changas’) y en la migración constante de un trabajo y un funcionamiento laboral a otro?
Este trabajo en la polivalencia, ¿permite una constitución subjetiva a partir del trabajo? ¿Permite que el trabajador con proyecto personal construya su identidad laboral? Parece que no.
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Incluso en los trabajos estables, en cualquier momento puede pasar que una crisis económica obligue a un retiro voluntario o a perder la estabilidad, sea por un despido, sea por una recontratación temporaria,o por cualquier otra de las diversas formas que el mercado del capital financiero ha inventado. Vale decir, si yo, constituido subjetivamente por la mera certidumbre de que hice mi trabajo ‘desde siempre’ y que voy a seguir haciéndolo por mucho tiempo más, y de que por lo tanto si hago albañilería soy albañil (o pintor o maestro o lo que sea), la incertidumbre en el trabajo impide esa constitución. Impide ese ‘ser tal cosa’, ese ‘ser alguien a partir de eso que hago’, ese ‘soy lo que hago’, ‘soy esto’. Lo impide, entre otras cosas, porque lo que hago no tiene tiempo de hacerme ser o, si lo llegare a tener, es incierto por cuánto tiempo lo tendrá.
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En tiempos de predominio del capital industrial los trabajos tendían a la despersonalización. Se vuelve inevitable recordar aquí lo que la línea de montaje producía sobre Carlitos en Tiempo modernos. En esas condiciones tener un proyecto personal, que uno no fuera una pieza del proyecto industrial, era una subjetivación. Hoy, cuando, más que línea de montaje, hay ciberespacio y recorridos aleatorios al estilo hiperlinkeo, es decir, cuando no hay un suelo estatal por el que se transite, cuando no hay instituciones que conduzcan nuestros recorridos, toda ‘cartera de clientes’ o de trabajos o changas que los superfluos podamos reunir se presentará inevitable e ineludiblemente como un proyecto personal de cada superfluo. Así las cosas, el proyecto personal no es una subjetivación que libera de una sujeción (sujeción a la línea de montaje, por ejemplo, o a los recorridos institucionales), sino más bien un modo obligado de asegurarse el sustento.
Más: no debemos confiarnos de que sea un modo, en el sentido de que no tiene una lógica estable: si es que la cartera de trabajos tiene una articulación interna, esa articulación no es para nada estable, ni está garantizado que haya algún tipo de articulación. Lo que sí habrá siempre, seguro, es dispersión (aunque no lo garantiza ninguna institución, sino el capital desregulado).
Con esto volvemos a la idea de que el proyecto personal nos sujeta a la dispersión: más que liberarnos de una sujeción, nos hace derivar. Una deriva que se sobrelleva (y se goza) con la ilusión de estar timoneando el barco. El proyecto personal es más bien como un volante o un manubrio que hubiera perdido la correa de transmisión que lo conectaba con el timón del barco y por lo tanto no timonea. Apenas si sirve para tener de donde agarrarse cuando la marejada nos voltea, vapulea, marea o nos deja girando en el vacío o nos hunde.
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De esta manera, con el proyecto personal, el capital financiero logra lo que tantos costos le significaba al capital industrial: evitar la reciprocidad entre pares. Se decía que era propio del capital industrial o el modo o tecnología de dominación panóptica, donde se buscaba poner una pared entre cada «prisionero» de modo que los prisioneros no se vieran entre sí y todos fueran vistos y estuvieran mirando al que vigilaba desde la torre central. Sin embargo esta era solo una tendencia, solo algunas cárceles pudieron materializar este diseño, y bueno así por ejemplo la cárcel de Ushuaia construida a principios del siglo XX, pero por lo demás Gerardo Romano y Miguel Solá se escaparon del lugar ese.
Hasta aquí, lo que se leía en la materialidad de la tecnología panóptica, pero en los hechos era una tecnología muy limitada. La realidad es que el panoptismo estaba más como intención que se buscaba practicar por vías ideológicas, por vías simbólicas, que materialmente, pues materialmente era irrealizable. Así, por ejemplo, y sobre todo, que cada esclavo se refiriera a su amo como si fuera el único esclavo o que el Sujeto, como lo decía Althusser, interpelara a los sujetos. Así y todo, en la práctica los pares se reunían, en parte por las condiciones materiales que ponía a disposición el mismo capital industrial, en la fábrica, en la escuela, en la prisión. Así que los aparatos ideológicos debían contrarrestar lo que todo el tiempo las prácticas de reproducción del capital industrial producían: la reciprocidad entre pares. (Cuando los aparatos ideológicos no estaban o no eran eficaces, se recurría a los represivos, cuando estos no estaban había que organizar un genocidio.)
El capital financiero, en cambio, en su propia dinámica material, dinámica material que él mismo imprime, aísla, dispersa. Si el dispositivo industrial reunía, la marejada financiera dispersa. Si el dispositivo de la era industrial mostraba materialmente la cooperación entre pares, el fluido de la era financiera muestra materialmente que cada uno está solo. Concomitantemente, si mismos los dispositivos de la era industrial invitaban a superar su dominación con proyectos colectivos, las correntadas de la era financiera invitan a ‘salir a flote’ con proyectos individuales.
Así podemos reubicar las modalidades históricas del proyecto personal. En tiempos industriales, allá por los ’60, los sicoanalistas te decían: alguien anda bien cuando tiene un trabajo, una pareja y un techo. Ese proyecto personal era el que permitía singularizarse al ciudadano disciplinado, al patriota uniformado por los dispositivos disciplinarios. En los tiempos actuales, los nuestros, no solo se hace prácticamente improbable tener un trabajo y una pareja sino que el proyecto personal mismo es otro: no singulariza al homogéneo ciudadano sino que acentúa el aislamiento del que ya está aislado. Digámoslo con palabras de Elina Aguirre:
«El desgarramiento del lazo social deja al individuo aislado en el miedo. Pero lo más aterrador es que los miedos experimentados individualmente no pueden ser compartidos ni aglutinados en una causa común y mucho menos en una acción conjunta.
«Inseguridad, incertidumbre y desprotección describen las condiciones del mundo actual, pero lo más significativo de su lógica es que, en lugar de generar o, al menos, permitir la búsqueda de soluciones a esos problemas, reproduce esas mismas condiciones. Es decir, dichas condiciones conducen al aislamiento, y el aislamiento es un obstáculo a la generación de vínculos que permitirían una solución compartida para salir de la inseguridad, la incertidumbre y la desprotección.»
En estas condiciones, ningún recurso es mejor que yo mismo para lograr ‘mi realización’ personal (es decir, mi supervivencia). El capital, encantado. LQQD.
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La cuestión de la diferencia entre el proyecto personal moderno y el actual insiste. Para diferenciarlos, Agustín Valle me ha señalado que el proyecto personal moderno era objetivo a lograr, y no, como el de hoy, modo forzoso de supervivencia.
Este señalamiento me obliga a señalar algunos otros rasgos diferenciales. Pues, además de diferenciarse en su estatuto (optativo o forzoso), también se diferencian en sus modos de localización (en trabajos estables, el moderno; en trabajos de oportunidad, el actual). Una amiga que era muchachita en los ’60 cuenta que para irse a vivir solo alcanzaba con quererlo (trabajo conseguías, y te duraba, y el sueldo te alcanzaba para el alquiler). Se diferencian también en sus modos de retribución: el trabajo moderno te daba un sueldo que te soldaba al lugar; la changa contemporánea te paga servicios como ‘autónomo’ (facturados o no). Y se distinguen en la forma de ocurrir: el antiguo sistematizaba posibilidades, mientras que el contemporáneo agolpa oportunidades. Y, por encima de todo, se distinguen en el sujeto laboral que producen: Mientras que el moderno producía un trabajador identificado con su actividad cotidiana, el actual estimula un ‘autónomo’ desolado por la certidumbre de discontinuidad de cada trabajo y la incertidumbre de luego conseguir otros más. Mientras que el trabajador moderno se asentaba en su trabajo, el actual es un migrante sin destino. Con el proyecto personal, aquel se des-masificaba, se singularizaba; este, singular desde el vamos, se va desolando.
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Si no hay un todo que indique, que preestablezca la relación entre las partes, eso no solo afecta la relación del laburante con su laburo, sino que también descalabra la coherencia interna entre las distintas tácticas del proyecto personal. El proyecto personal no solo nos hace trabajar a destajo (consumirnos) en una dispersión de trabajos, sino que tampoco cuenta con una instancia que lo signifique. La persona no está en condiciones de hacerlo porque está entregada a aprovechar las oportunidades que el mercado le ofrece.
Así como cada chabón está libre de tomar cada establecimiento, donde trabaja como parte de su proyecto personal en lugar de considerarse él mismo parte de un proyecto institucional o nacional, cada parte de un proyecto es libre de ser incompatible con las otras, sean estas pasadas presentes o venideras. Ningún proyecto es ahora parte de un proyecto total. La liberación de cada chabón y cada proyecto se parece mucho a la desolación.
He aquí, entonces, una diferencia más entre el proyecto personal moderno y el contemporáneo. Una persona moderna podía ser coherente (o aspirar a serlo y a hacer creer que lo era). Los chabones contemporáneos, en cambio, estamos al borde de la disolución.