Dice Franco Ingrassia: “en las condiciones contemporáneas, toda comunicación es interferencia de una interferencia previa”. Lo dice a propósito de que estamos reconstruyendo mi sitio, que fue hackeado y desbaratado hace unos meses.
Esto hay que entenderlo radicalmente: comunicar es interferir e interferir es comunicar. La comunicación no es más lo que hace que la gente se entienda y se enlace (visión clásica, liberal y periodística); tampoco es lo que hace que la gente se malentienda y se enlace (visión clásica y psicoanalítica).
Nos acercamos más con la visión Lazzarato-Bajtiniana de la comunicación como acción para influir sobre las acciones posibles, y básicamente impredecible, básicamente acontecimental. Pero hay más: la comunicación contemporánea es lucha por la atención. Cada emisión es guerra contra otras emisiones (en este momento facebook hace el ruidito que indica una notificación: interferencia mientras escribo). Cada emisión interfiere otras que la han interferido antes y que la interfieren durante su misma emisión, tanto en sordina como más directamente. Cada emisión dice “¡a interferir que se acaba el mundo!”
Cuando Cristina recurre una y otra vez a la cadena nacional está intentando imponerse a las otras comunicaciones, pero no lo logra: solo las interfiere. Cuando TN comenta el discurso de CFK, no transmite ideas distintas, sino que interfiere la de su rival, dando a la audiencia elementos para interferir en sus conversaciones. Cuando 678 prepara sus “informes”, interfiere a su vez (iba a decir “a su turno”, pero “turnos de habla” sería un atavismo del lenguaje, pues es algo que no se constata). Y así sin fin. Cuando un alumno, en el aula, en medio de la clase, recibe y contesta mensajitos, es la profe la que está interfiriendo su comunicación, y ni siquiera la profe goza de un turno de habla… Sin embargo, no podemos decir que todas las interferencias tengan igual fuerza de interferir a otras; en la guerra de las interferencias, hay diferenciales de poder interferente (no todos podemos interferir por cadena nacional o publicar lo mismo en un diario, un canal de TV por cable y otro de aire, una radio y un sitio que recibe millones de visitas, etc.). Aun así, interferencia mediante, ningún poder de interferir logra establecerse como poder de comunicar, o sea, ninguno logra institucionalizar las relaciones de fuerza y convertirse en Emisor con mayúscula y reducir al resto de los emisores a audiencia, o sea, ninguno logra investir su interferencia como comunicación y tachar las restantes como interferencias (lo que se lograría si por ejemplo la profe pudiera establecer que su alocución no es interferencia y sí lo son los mensajitos que atraviesan las paredes del aula).
Así las cosas, al menos desde este punto de vista, no importa tanto quién hable ni qué diga, sino el hecho de que lo que dice no tiene poder instituido ni instituyente. No importa cuánto creamos en la Constitución ni a quién prefiramos: un presidente y un grupo multimedios, un candidato oficialista y uno opositor, que no comparten los enunciados, sí comparten las condiciones de enunciación –y eso incluye los modos de aprovecharlas: interferir.
Pero no se trata solamente de individuos y de grupos, ni de campañas publicitarias y empresas que pugnan por interferir más fuerte que el resto. También una llamada interfiere una lectura que buscaba interferir el flujo informacional, y a su vez es interferida por un celular mientras una campanilla dice que entró un correo y mi compañera me pregunta si ya arreglé para ir a buscar a los pibes y mientras respondo a cualquiera de esas interferencias “un segundito, que quiero compartir un video en facebook” (esto es, interferir a otros con una interferencia que me llegó). La individuación está interferida (¿o es un cúmulo de interferencias? ¿No puede ser que individuarse sea gestionar ad hoc el continuo interferir? ¿No puede ser que la subjetividad interferida e interferente consista en lo que ese procedimiento gestionario hace en la guerra de la comunicación en que vive?).
Queda pendiente otra cuestión. Sí hay enunciados, o contenidos, o temas, e incluso esquemas de percepción y opinión, que van quedando, que van sedimentando algo (por ejemplo, el tema de la inseguridad, las opiniones sobre qué hacer con ella, la idea de que el Estado debe resolver los problemas de la gente, la idea de que las violaciones a los ddhh deben ser juzgadas y lo son, la idea de que los bancos, los autos y la coca-cola ayudan a la gente a tener una familia feliz, así como el fernet y la cerveza promueven la amistad, y los isotónicos y nike y adidas potencian tus musculitos… etc., pero también que la megaminería es contaminante y que entre barras bravas, narcos, jueces y poder político hay prósperos negocios… etc.). Y eso también ocurre en la esfera personal: si muchos amigos hablan del mismo tema, no digo que me comunicaré con ellos al modo sólido, pero sí que intentaré interferirlos con igual tema, de modo de ser oído o “gusteado”; en los grupos de amigos, también ocurre que algunas anécdotas y chanzas se convierten en atractores de los interfererires (y algo así también ocurre en las familias). Solo puedo decir por el momento que el poder de sedimentación de los contenidos es efecto de la insistencia en el tiempo tanto como a lo ancho de cada momento. Aun así, dudo que haya sedimento que logre endurecerse cual basamento, pues será interferido.
Por lo pronto, quiero insistir en que el procedimiento de interferir y el de gestionar los interferires es más decisivo para nuestras vidas, que sus contenidos. Y aprovecho para linkear esto con la tesis de que la égida de la imagen ha agotado el poder de la representación. Allí donde los enunciados que emitíamos acoplaban con los que los otros recibían, allí donde había comunicación, allí, en condiciones sólidas, el juego de la comunicación jugaba con representaciones, con articulaciones de representaciones, con centralizaciones, totalizaciones y estructuraciones de representaciones, incluso con la representación (imaginaria pero eficaz) de que ese juego era coherente, legal, total, centralizado, significante, unívoco, exclusivamente lingüístico, respetaba trascendencias, hacía silencios o fallidos también significantes, etc. Allí ocurrían esas cosas, y el juego de la comunicación era el juego de la representación y de la imagen imaginaria, pero aquí, en condiciones fluidas, donde las prácticas representacionales, con sus supuestos y sus efectos, no se constatan, aquí, el juego de la comunicación es el juego de la imagen imaginal.
Nos preguntamos qué fuerzas fugan de la dispersión interferente e inconsecuente y practican más una expresión auto-organizadora que una representación precarizante. Es una cuestión de urgente conceptualización, pues en tiempos de interferencia, el viejo instrumento (tan útil en condiciones sólidas) de la intervención se vuelve inocuo (o peor: se vuelve una interferencia más…) Un artista cordobés llamado El Pájaro Mixto y que practica “contagiografía” se metió en el intercambio con Franco y propuso que también hay inter-aferencia.[1] Propongo prestarle atención. Más que perdonarlo por interferir, agradezcámole la aferencia que tuvo con nosotros.
Ahora dejo estas notas, pues debo volver al resumen de un texto que dejé cuando Franco escribió en facebook que, en las condiciones contemporáneas, toda comunicación es interferencia de una interferencia previa.
[1] “Aferente: anatómica que transmite un líquido o un impulso desde una parte del organismo a otra:
conducto, nervio aferente.” Y “Eferente es anatómica que trasmite sangre, secreciones o impulsos desde una parte del organismo a otras que se consideran periféricas con respecto de ella.”