Infrapolítica

por Diego Sztulwark
octubre de 2010

Acabo de leer un excelente artículo de Diego Tatián en el diario Página 12 de hoy, el mismo diario en el cual –ayer- Chantal Mouffe explicaba la importancia de los llamados gobiernos populistas de Sudamérica.

Ha vuelto la política, de acuerdo. De acuerdo también en que ha vuelto bajo el modo en que se la había soñado en los años 80, y no en los setentas. La distinción no es menor (la derrota sigue siendo el umbral infranqueable).

Esta política que ha vuelto no está asegurada ni ha logrado aún lo que nos proponemos, por eso hay que estar activos y atentos, de acuerdo, de acuerdo. Hay un piso mínimo: el programa de los años 80. Terminar de separar la paja del trigo en relación a la dictadura como un fenómeno militar, pero también civil. Destronar ciertas posiciones de privilegio que condicionan la democracia argentina. Muy de acuerdo.

Mientras tanto, se nos dice, hay que convivir con ciertas “complejidades” (como la minería, la privatización del petróleo, la concentración financiera, la imposibilidad de desarmar el aparato burocrático-represivo del estado, y el privado, el gatillo fácil,  etc). Hay que comprender estas situaciones como “invariantes” que escapan aún al poder político democrático, al menos hasta que podamos encontrar modos alternativos de gestionar de modo eficaz lo que estos aparatos resuelven a su modo.

Todo eso no lo entiendo, aunque concedo. Dado que jamás creí que se pudiera llegar hasta donde estamos, no me pongo en pelotudo, en izquierda-abstracta, y acepto tomar en cuenta lo real de las relaciones de fuerzas, los antecedentes históricos, los contextos regionales y, digamos, concedo.

De acuerdo en que la política, tal como vuelve, no sólo debe resultar de una declaración de intenciones (alfonsinismo), sino también lograr efectividades, sumergiéndose en el “barro de la historia” (kirchnerismo). Y que una interlocución positiva entre gobierno y demandas democráticas (Laclau, imagino) es preferible desde todo punto de vista a un estado que da espaldas a las perspectivas de cambio de la gente (lo que Mouffe llama “creación de un pueblo”).

Siempre me sorprendió como la gente que “hace” política tiene disponible un saber fundamental a su favor. Un saber sobre qué cosa es la política que surge de participar, de saberse y quererse políticos. Hay un saber supuesto real que nos enuncia este qué que la política sería.

La tapa del diario página 12 de ayer muestra a unos pocos chicos de las tomas de los colegios secundarios bajo un título que incluye la siguiente frase: “somos hijos del 2001”. Buscando dentro, el artículo traduce esta frase en dos tipos de enunciados: “desconfiamos de los políticos”, y nos interesa “la participación política” (piquete y asamblea).

A esta altura, llamaría infra-política (o aún micropolítica) a lo real de las experiencias que (con relaciones oscilantes y variables en relación con los “políticos” de los que desconfían) hacen sus cosas (es decir hacen colectivo, hacen social) sin saber del todo qué cosa es la política. Ampliando y cuestionando las definiciones que, no por casualidad, nos dan quienes “saben-de-política”.

La descofianza de que hablan los pibes no me parece un dato secundario o contingente, sin inherente a la infrapolítica. Un dato que habla de lo irreversible de la experiencia y del saber que hizo síntesis durante la crisis del 2001.

Esa desconfianza, en mi experiencia, es inseparable de un malestar inocultable en torno a la interpretación “política” de la pervivencia dos-mil-y-unera de la infrapolítica. Casi todos mis amigos y compañeros hablan de política y a veces, creo, conservan la idea de la política como síntesis y convergencia global, escena esencial que reúne y concluye lo que las prácticas y conflictos por separado no sabrían resolver de modo socialmente relevante.

De ahí su lúcido (pseudo) kirchnerismo (mas o menos matizado). Malestar, digo, porque Yo no logro sentir/pensar igual que ellos, y eso me trae distancias conmigo mismo, y con ellos. De alguna manera pesa sobre mí el haber sido marcado por ciertas impresiones del 2001. Una experiencia que al hacer surco deja su marca determinante de un gusto político. Gusto por lo infra-político.

Me “gustan” las prácticas que replantean, reabren y sostienen ante todo su desconfianza. Su modo de estar siempre al “acecho”, como los animales (robo esta idea a Deleuze para quien el animal está siempre atento a lo que pueda venir de cualquier lado).

De allí mi incapacidad de soportar el discurso de adhesión k , con sus implícitos tan fáciles de detectar y comprender. Si no te alineás con ellos desde lo subjetivo es porque en el fondo sos: bien un liberal, in individualista perdido; bien un nabo que opone abstracciones a lo concreto, que es un momento iluminador de la nuestra historia como nación.

El kirchnerismo me parece hoy insuperable desde el punto de vista de la política, y completamente insoportable desde el punto de vista de una infrapolítica.

Pero el asunto es difícil. Para alguien que se acostumbró a afirmarse pensando siempre en colectivo y a hablar en nombre de un “nosotros” ¿cómo se resuelve esta tensión entre un unos “amigos y compañeros” que se entusiasman con esta cara política, mientras que mi “yo” (flaquito e incapaz de ejercer su individualidad) se alinea del otro? ¿En quién confiar, en ellos o en mí? ¿Qué termino afirmar, el yo-flaquito, o el colectivo de amigos que me resulta cada vez más ajeno? ¿Con ellos en la macro y con migo y los más próximos de los más próximos en la infra-política?

La cosa no funciona así. La infra-política, cada vez me resulta más clara, no renuncia a su desconfianza en la política sino que hace de ella un arma, una distancia, un espacio diferente.

Los amigos se han vuelto “etapistas” (hay que entender la etapa, que viene luego de otra etapa y va, a su vez, hacia otra etapa, y así segmentan el tiempo a favor de sus apuestas). Sin embargo, yo ya no puedo retroceder de mi sensibilidad a favor mi anti-etapismo. A mí me parece evidente que el proceso político retrocede-avanza sin avanzar ni retroceder en bloque. Y al moverse de modo simultáneo en ambas direcciones  desdibuja la idea de un “adelante” y “atrás”. Por eso no acabo de entender muchas cosas que entusiasman a varios de mis más queridos compañeros.

No dejo de advertir que el tipo de imagen del tiempo que surge de esta reflexión es del tipo “neo-trotskysta”, al  llevar a fondo la idea de una temporalidad como intensificación permanente de lo “desigual y combinado”.

Un viejo argumento de la filosofía postrevolucionaria viene en mi apoyo de mi necesidad de una infrapolítica (o al menos eso intento). Me refiero al concepto de contra-efectuación.

La contra-efectuación es una contra-actualización. No tanto el querer lo que ocurre, sino mas bien un querer la contra-efectuación de lo actual, “para así querer y pensar mejor el elemento virtual inherente al acontecimiento puro. Querer no lo que sucede, sino algo en lo que sucede”[i].

Si nos movemos bajo la égida del concepto de revolución, si lo hacemos dentro de una ética de la efectuación de un posible igualitario – libertario- entre los hombres de una época, asumimos como supremo el momento en que tales posibles se inscriben en el estado de cosas, en las situaciones históricas concretas, en las instituciones.  La revolución se conjuga con una lógica de la efectuación. Pero, claro está, toda revolución es traicionada. Los ecos trotskistas resultan insuficientes. En el extremo, toda pretención de revolución auténtica queda anulada.

La revolución –lo que podemos hoy pensar como tal, eso que Laclau y Mouffe llaman “populismo de izquierda” – inscribe logros, avances, amplía derechos. Y no deja de constituir una ética sustentable posible para esta realización acontecimental, no importa lo limitada que nos parezca.

Sea que la revolución ya no es posible, sea que estamos viendo el curso de un nuevo tipo de revolución, la ética de la efectuación sostiene la afirmación de la actual “vuelta de la política” (y el paso de varios amigos a la política).

Volvamos a las razones de la infra-política. Junto con la ética de la efectuación sobre viene una ética posible de la contra-efectuación. Una ética de la repetición afirmada. Que reabre lo que la efectuación realiza (siempre en defensa de la diferencia actual).

La infra-política se liga con lo que cada acontecimiento tiene de “eterno”, y de allí su natural desconfianza respecto de la “política”. Quiere repetir lo actual recubriéndolo de virtualidades. Para que la cosa no muera en la inscripción. Para que siga ocurriendo por siempre, como exceso in-apropiable. Plus que rechaza de plano el cierre que nos ofrece la actualidad cerrada sobre sí misma, con sus puntos-representación a los que sólo queda obedecer.

La infrapolítica es ella misma hija del 2001. Habita un espacio-tiempo simultáneo, coextensivo y no idéntico respecto de la política (revolucionaria), o de la política a secas. Doblando su espesor, se anticipa a la traición inevitable, y se distancia desconfiada de alla. Contra-efectua, me parece, quiere decir sostener, a pesar de todo, dilemas con que la micropolítica insiste contra las “soluciones” de la macro. Etica de la repetición ante toda totalización que realiza la diferencia en sí misma. La infra-política tiende a repetir el horizonte productivo de la diferencia, contra toda subsunción de lo real que nos libera del horror del pasado y nos ofrece una moral estable.

Diego


[i] “…doble obligación de desenmascarar las pretensiones de lo actual por las que quiere ser el único jugador, y de re-activar lo virtual en su proceso infinito de diferenciación respecto de sí mismo”. Ver: (ver en Boundas, “Las estrategias diferenciales en el pensamiento deleuziano”, en Gilles Deleuze y su herencia filosófica, Madrid 2007.

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3 comentarios sobre “Infrapolítica

  1. Muy bueno, Diego, lo del kirchnerismo como ‘ochentismo’ que, agrego, se disfraza de setentismo. Esta anécdota relatada por Carlos Pagni lo confirmaría:

    Raúl Alfonsín le preguntó una noche, comiendo en Nueva York, a un radical que manifestaba alguna simpatía por el oficialismo: «Decime, ¿qué quiere decir ser radical K?». La respuesta fue: «Doctor, Kirchner nos da una segunda oportunidad para pelearnos con los curas, con los militares, con la Rural, con los Estados Unidos… Los radicales K somos alfonsinistas que recuperamos el vigor sexual». Alfonsín, ya muy enfermo, contestó con una carcajada: «Entonces me anoto».

    Yo diría entonces que el programa kirchnerista lo pone la derrota popular que significó la Dictadura, mientras que el vigor kirchnerista lo pone la afirmación popular que significó 2001 y que Néstor supo catalizar, capitalizar y conducir por «el barro de la historia».

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